Si Chile está prosperando, ¿por qué está floreciendo el socialismo?
Marian Tupy explica que a pesar del éxito del modelo liberal chileno, hay algunas razones por las que estaría avanzando el socialismo en dicho país.
Por Marian L. Tupy
En mayo, escribí acerca del desgarrador declive de Venezuela desde la prosperidad relativa hacia la destitución socialista. La catástrofe humanitaria que se está desarrollando en ese país latinoamericano debería servir como una advertencia para todos —¡no intente esto en casa!
Aún así el socialismo está vivo y en el menos probable de los lugares —Chile. Chile, el ejemplo de los beneficios de la liberalización económica, está experimentando un resurgimiento de la izquierda. ¿Por qué? Para responder esa pregunta, permitámonos ver el estado de las cosas en ambos países.
Chile era uno de los países más pobres de América Latina hasta hace relativamente poco tiempo. En 1950, por ejemplo, su ingreso per cápita anual promedio (ajustado para el poder de paridad adquisitiva) era de un mero 38 por ciento de aquel de Venezuela —el país más rico de América Latina. Así es como se encontraban las cosas, cuando un socialista inspirado por Castro, Salvador Allende, fue electo como el presidente No. 30 de Chile en noviembre de 1970.
Una vez en el poder, Allende procedió a nacionalizar la industria, colectivizar la tierra agrícola, todo lo cual provocó escasez y protestas masivas. La tasa de inflación llegó a 600 por ciento y la pobreza aumentó a 50 por ciento. El parlamento urgió a Allende de desistir, mientras que la Corte Suprema declaró sus acciones inconstitucionales.
Allende ignoró a ambos. En 1973, el parlamento le pidió a las fuerzas armadas restaurar el orden constitucional, lo cual estas hicieron bombardeando el Palacio de la Moneda y matando en el proceso a Allende.
Hoy, las imágenes en blanco y negro del General Augusto Pinochet con un rostro severo, el líder de la junta militar que gobernó Chile luego de la caída de Allende, recuerdan los abusos de derechos humanos que luego se dieron. Aún así, debería ser posible separar el asesinato de entre 1.200 a 3.200 de los opositores del gobierno de las reformas económicas que adoptó Pinochet. Lo primero es inexcusable. Lo segundo fue beneficioso dado que hizo de Chile el país más rico de América Latina y, eventualmente, lo convirtió en una democracia integral.
Aquí, una interrupción pequeña corresponde. En una ocasión anterior, he criticado a aquellos que, como Barack Obama, han reconocido los abusos de derechos humanos en Cuba, mientras que alaban los “logros” del régimen de Castro. Ante el riesgo de ser acusado de hipocresía, deseo argumentar que Chile y Cuba son diferentes en algunos aspectos cruciales.
Por definición, las dictaduras que liberalizan sus economías ejercen menos control sobre las vidas de las personas ordinarias que las dictaduras que mantienen el control económico.
Conforme las personas se vuelven ricas, suelen crear centros alternativos de poder y la autoridad se aleja del Estado. Por lo tanto, las dictaduras amigables con el mercado, como la que tuvo Chile, Indonesia, México, Corea del Sur y Taiwán acabaron no siendo solo prósperas, sino que también convirtieron en democracias. Las dictaduras socialistas, como las de Cuba y Venezuela, mantienen el control económico, lo que previene no solo el enriquecimiento, sino también la democratización.
En otras palabras, cuando el gobierno es el único empleador, es casi imposible disentir con este y demandar derechos políticos.
Conforme pasó la década de 1980, la oposición a Pinochet aumentó. El general perdió un referéndum en 1988 que hubiese extendido su permanencia en el poder y lo entregó en 1990. Una serie de gobiernos mantuvieron las reformas de libre mercado que fueron introducidas por el régimen de Pinochet y el país prosperó.
Entre 1974 y 2016, la paridad del poder de compra aumentó en un 230 por ciento, mientras que se encogió en un 20 por ciento en Venezuela.
Hoy, los chilenos son un 51 por ciento más ricos que los venezolanos. El desempleo en Chile se encuentra en un 6 por ciento. En Venezuela es de un 17 por ciento. La inflación de Chile es de 3 por ciento y la de Venezuela es de 487 por ciento. En 2016, la economía chilena creció un 2,7 por ciento. La economía de Venezuela se encogió en un 10 por ciento. La deuda de Chile es de 17 por ciento de su PIB, la de Venezuela es de 50 por ciento.
En 1974, la expectativa de vida en Venezuela (66) superaba con un año aquella de Chile (65). En 2015, el chileno promedio podía esperar a vivir 8 años más (82) que el venezolano promedio (74). En 1974, la mortalidad infantil de Chile era de 60 por cada 1.000 nacimientos. En Venezuela, esta era de 43. Desde ese entonces, Chile redujo la mortalidad infantil en un 88 por ciento (a 7) y Venezuela en un 70 por ciento (a 13). Finalmente, aunque no menos importante, Chile ha recibido un puntaje perfecto (10 de 10) en el índice de democracia compilado por el Centro para la Paz Sistémica, mientras que Venezuela languidece en un 4 de 10.
Aún así, por varias razones, el socialismo en Chile está de subida. La izquierda extrema de Chile es, luego de Cuba, la más radical de América Latina. No es particularmente popular —los comunistas obtuvieron tan solo un 5 por ciento en la última elección— pero es buena para movilizar a sus partidarios. Los comunistas, además, son parte de una coalición gobernante y por lo tanto son capaces de ejercer influencia sobre las políticas de la presidenta izquierdista Michelle Bachelet.
La izquierda nunca ha aceptado el “modelo chileno” porque fue impuesto por Pinochet y eso lo hace, ante los ojos de la izquierda, ilegítimo. No importa que el modelo funcione. Lo mismo ocurre con la Constitución chilena, que la izquierda está intentando de re-escribir, y con el sistema educativo semi-privado, que la izquierda quiere nacionalizar.
Además, la prensa es muy izquierdista y sus reportajes dan la impresión de que hay mucha más descontento en Chile de la que realmente hay. Las personas jóvenes, que crecieron en una sociedad libre, no recuerdan los fracasos de la era de Allende.
Piden educación gratuita, como en Europa Occidental, sin darse cuenta que Chile todavía es un país en vías de desarrollo. Con 7 por ciento de la población viviendo en la pobreza, el país necesita enfocarse en el crecimiento, no en la redistribución, y los impuestos y el gasto público alto reducen el crecimiento a largo plazo.
Los partidarios del gobierno limitado tampoco están libres de culpa. Ellos asumieron que la batalla de las ideas se había terminado y pensaron que los resultados positivos del modelo chileno hablarían por si solos. No pensaron que había necesidad de defenderlo. Además, los partidos políticos de la centro-derecha han sido presionados hacia la sumisión; quien sea que habla en defensa del modelo chileno es tachado como un apologista de Pinochet.
Aún así, a pesar de todos los crímenes de Pinochet, Chile funciona. Lo mismo no se puede decir de Venezuela, peor aún de Cuba. Sería una vergüenza que Chille llegase a sufrir, solo debido a la naturaleza brutal del régimen que encaminó al país hacia la libertad y la prosperidad.
Este artículo fue publicado originalmente en CapX (EE.UU.) el 9 de diciembre de 2016.