Salvadores por doquier
Carlos Rodríguez Braun sospecha que "el principal problema de la derecha no es que no sea liberal ni conservadora, sino que puede ganarle las elecciones a la izquierda, que entonces descubre que la democracia está en peligro".
Proliferan los salvadores. He visto en El País tres intentos: salvar la democracia, el periodismo, y hasta el ladrillo chino. Se soslaya el peligro de salvarlo todo menos la libertad.
Para preservar la democracia, Daniel Innerarity recomienda "acudir en ayuda de la derecha clásica, que no se está entendiendo correctamente a sí misma", porque "todavía puede ser un partido liberal-conservador".
Sospecho que el principal problema de la derecha no es que no sea liberal ni conservadora, sino que puede ganarle las elecciones a la izquierda, que entonces descubre que la democracia está en peligro, y se llena la boca de advertencias contra los ultras y la polarización. Mientras que supone que la izquierda es por definición moderada, progresista e inclusiva. Un vistazo a la realidad podría despejar el equívoco.
Por su parte, el equívoco de Jesús Maraña estriba en la vieja falacia de que el periodismo se salva si el poder lo limita, es decir, el mismo cochambroso antiliberalismo que despliegan Pedro Sánchez y compañía. Si hay libertad de prensa, aseguran, estamos en manos del pérfido "neoliberalismo", que según Maraña debió pasar a mejor vida porque la pandemia demostró la necesidad del Estado. Claro, si uno es capaz de creer eso, lógicamente será capaz de aconsejar que "no deberíamos seguir enredados en el falso axioma de que una regulación del periodismo equivale a una violación de la libertad de expresión". Paso siguiente: burocracia, vigilancia, controles, y, pásmese usted, un "Consejo Estatal de Medios". Todo para evitar los bulos y el fango (de derechas), y resguardar la libertad. Todo aún más peligroso porque el Gobierno supuestamente progresista desbarra en análoga dirección, por nuestro bien y para "diferenciar lo que es periodismo y lo que no".
Hablando de periodismo, leí un entusiasta titular: "Pekín desembolsa 127.000 millones para salvar al ladrillo chino". El artículo saludaba la iniciativa del Gobierno de la dictadura comunista (sin llamarla así, claro, por aquello del periodismo genuino) que "cada vez más preocupado" por el ladrillo y el crecimiento, "redobla su ofensiva" con "el plan más contundente": más expansión monetaria, relajación del crédito, más gasto público. Ni una sola palabra sobre las consecuencias de este mayor intervencionismo, ni sobre sus costes, ni sobre el impacto que el propio intervencionismo ha tenido en la generación de las dificultades presentes. Me preguntó qué diría el Consejo Estatal de Medios de todo esto.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 7 de julio de 2024.