Salario digno: Quimera de aspirante a nórdico
Aparicio Caicedo explica que el "salario digno" recientemente aprobado en Ecuador lastimará particularmente a los trabajadores menos calificados, quienes se verán expulsados hacia el sector informal.
Por Aparicio Caicedo
Los alquimistas del Socialismo del Siglo XXI han encontrado la piedra filosofal de la Economía, el "salario digno", previsto en el “Código de la Producción”. Es el último invento derivado de ese catálogo de moda ideológica conocido como Constitución ecuatoriana.
Frédéric Bastiat, brillante economista del siglo XIX, decía que el gran problema del mesianismo estatal era enfocarse en “lo que se ve”, olvidando “lo que no se ve”: el sinsentido de contentarnos con los supuestos efectos inmediatos de una medida paternalista, sin considerar sus destructivas consecuencias en el largo plazo para toda la sociedad.
Qué mejor ejemplo que el “salario digno”, previsto en el Código de la Producción. La nueva gracia socialista consiste en que las empresas, cuando tengan utilidades, deberán pagar un añadido al sueldo del trabajador, hasta alcanzar lo “necesario” para que este satisfaga la “canasta familiar básica”. Y si es necesario, deberán satisfacer esta obligación hasta con el 100 por ciento de sus ganancias ¿Qué es lo que se ve (o se quiere ver) a simple vista? Miles de trabajadores alcanzando una ansiada “dignidad salarial”. Loable, sin duda.
Decía Henry Hazlitt, en su famoso Economía en una Lección:
“Parece oportuno advertir… que lo que distingue a muchos reformadores de quienes rechazan sus sugerencias no es la mayor filantropía de los primeros, sino su mayor impaciencia. No se trata de si deseamos o no el mayor bienestar económico posible para todos. Entre hombres de buena voluntad tal objetivo debe darse por descontado. La verdadera cuestión se refiere a los medios adecuados para conseguirlo…”.
Ahora preguntemos, recordando a Bastiat, ¿qué es lo que no se ve tras esa ley de “salario digno”?, y volvamos a Hazlitt, para empezar a contestar:
“Lo primero que ocurre cuando entra en vigencia una ley que establece como mínimo salarial una cantidad…es que nadie cuyo trabajo no sea valorado en esa cifra por un empresario vuelve a encontrar empleo. No se puede sobrevalorar en una cantidad determinada el trabajo de un obrero en el mercado laboral por el mero hecho de haber convertido en ilegal su colocación por una cantidad inferior”.
Ergo, en una economía como la ecuatoriana, lo único que se fomenta es el subempleo.
Las miles de personas de poca capacitación que ya están en el sector informal se ven impedidas de acceder a un empleo “digno”, porque a ningún empresario le compensa pagarles la cifra “legal”. El Estado les prohíbe así vender su mano de obra a un precio competitivo; en consecuencia, nadie compra.
Gabriela Calderón, quien ha escrito sobre este tema en Ecuador, señaló hace unos meses:
“Entre 1979 y 2008 el salario mínimo creció en un 223% en términos nominales…. Entre 1979 y 1999 el promedio de subempleo fue de 46,5% mientras que el promedio para el periodo entre 2000 y 2008 fue de 54,5%. Aunque no se le puede atribuir todo el incremento en el subempleo al alza en el salario mínimo, si se puede decir que esta ha contribuido a expulsar miles de trabajadores hacia el subempleo (sector informal)”.1
Hoy, en Ecuador, el porcentaje de trabajadores en el sector informal supera el 50 por ciento. En “junio de este año solo dos de cada cinco trabajadores ecuatorianos formaban parte de ese club que se ha hecho tan exclusivo: el sector formal”. Y esta medida demagógica sólo será “digna” para unos cuantos de esos trabajadores “formales” que ganan menos de esa cifra, quienes no representan ni el 30 por ciento de los afiliados a la Seguridad Social.
¿Cuál es el error de base de los artífices del “salario digno”? Uno muy común: creer que el precio lo determinan los costes, y pensar que la mano de obra es un bien especial, que no puede estar sujeto a los vaivenes del “inhumano” mercado. Grave error. Y hasta Adam Smith incurrió en él, cuando escribía en La riqueza de las naciones sostuvo que el salario debía equivaler a los necesario para sustentar una familia. Fue Bastiat quien se percata de la falacia, y posteriormente los economistas austriacos desarrollaron una auténtica “teoría del precio”.
El precio de la mano de obra (sí, es un precio, por más que nos duela, aunque lo llamemos distinto, “salario”), como todo precio, depende de la valoración subjetiva de quien está dispuesto a pagarlo, no de los costes de vida de quien lo ofrece. Depende del mercado, salvo en el País de las Maravillas.
Ejemplo: un empresario, cuando contrata un nuevo obrero, no piensa en que debería ofrecerle 500 dólares en vez de 300 porque con esa cantidad su familia llega a fin de mes. Estará dispuesto a pagar dicho precio si de ello deriva un beneficio que el valora más que el dinero invertido. En otras palabras, si el trabajador lo ayuda a ganar más dinero (y esto se aplica al último obrero como al máximo ejecutivo). Y cuando se tratan de trabajos que no aportan mucho al proceso productivo, el empresario preferirá ahorrarse los 500. ¿Quién pierde? Pues aquellos trabajadores menos cualificados, sin mucho que aportar en términos relativos, que están dispuestos a trabajar por 300 o 450, y que ahora no tienen opción más que el sector informal. Y en Ecuador esto es un problema latente.
Lo fundamental para subir los salarios es la productividad del trabajador. La diferencia entre un trabajador francés y uno ecuatoriano es su productividad fundamentalmente. El galo cuenta con la preparación técnica y las maquinarias (bienes de capital) para producir 1000 unidades en un par de horas, generando más riqueza. A su empleador le compensa pagar un precio más, porque su labor tiene mucho valor. Su equivalente ecuatoriano producirá 10 de esas mismas unidades en el mismo tiempo, no llega a justificar el pago de un salario “digno”. Ese mismo trabajador quizá prefiera recibir lo que le dan a no tener nada (eso es lo que no se ve). Y con esta medida lo único que se hace es condenar al eslabón más débil, al que tiene menos que ofrecer en el mercado laboral, al más pobre, al que a veces no le queda más que extremar posturas y dedicarse a robar.
El primer paso necesario para subir los sueldos es fomentar la expansión del capital, fomentando la iniciativa empresarial y el ahorro. Sólo cuando hay más capital (conjunto bienes que sirven para producir más y mejor: dinero, maquinarias, software, etc.) se logra mejorar el nivel salarial para todos.2
Si queremos parecernos a los países nórdicos, hay que hacer como ellos.
Los trabajadores daneses en promedio son altamente productivos, y ganan mucho más que el salario mínimo establecido por ley, que es bastante alto. Pero la ley de salarios mínimos no es la causa, sólo la consecuencia. La productividad danesa, y el alto sueldo que gozan sus trabajadores, se debe a que Dinamarca es una de las economía más libres en términos económicos, una de los destinos más acogedores con la inversión extranjera y la iniciativa empresarial (véase aquí y aquí). Su modelo laboral se basa en la denominada “flexiseguridad”: existe flexibilidad de despido y contratación laboral, que se mezcla con una generosa seguridad social que sólo es posible gracias a los impuestos provenientes de la riqueza que crean las empresas. Lo mismo sucede con países como Canadá o Suiza, quienes se ocupan primero de generar la riqueza que mantiene su generoso sistema de bienestar social.
Lastimosamente, la gogotería tartufócrata esa del “buen vivir” en la Constitución ecuatoriana no es más que la manifestación sintomática del “síndrome del wannabe-nórdico-aquí-y-ahora-frustrado”. Esta suele causar fiebre mesiánica, delirios legislativos, distribucionismo crónico y, por último, más atraso.
La pobreza no se combate con pirotecnia teórica.
Referencias:
1. Si quieren leer más de G. Calderón sobre este tema, recomiendo esto, esto, esto y especialmente esto.
2. En este video Jesús Huerta de Soto lo deja muy claro.