Ridículo en Eurolandia
Por Pedro Schwartz
Tras el ataque terrorista del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas y el Pentágono, los distintos países amigos de EE.UU. han ido reaccionando de manera diferente según su preparación militar y según el pro o antiamericanismo de sus ciudadanos. La respuesta del Reino Unido ha sido cálida, inmediata y práctica. Incluso ha surgido algún país que se encontraba en las bambalinas de la escena mundial, como era Rusia, que con agilidad e inteligencia ha aprovechado el estado de necesidad de quienes fueran sus enemigos hace poco más de diez años para estrechar sólidos lazos con ellos. Las naciones del continente europeo se han contentado con declaraciones de adhesión inquebrantable, con incondicionales puestas a disposición, con sesudas exhortaciones a la prudencia, pero al lado de los británicos, agua de borrajas. América no olvidará.
He quedado avergonzado por las tibias reacciones de tantos políticos, escritores, artistas españoles ante los dolorosos momentos por los que están pasando los americanos. La Vanguardia preguntó la semana pasada a un grupo de intelectuales si eran pro americanos. Unos señalaban que el terrorismo islámico tiene sus razones; otros se declaraban antiamericanos profundos; los de más allá perdonan la vida al cowboy Bush; incluso los más amigos de ese gran país se declaraban amigos de los artistas y políticos "progres" y abominaban de los yanquis más tradicionales. Ahora oiremos voces culpando a los americanos y sus aliados de las víctimas civiles de la contienda, cuando han sido los talibanes quienes han dado acogida a Osama Bin Laden y sus terroristas y se han negado a entregarlo pese a lo que ello podía significar para su sufrido pueblo. Las imágenes de la miseria del pueblo afgano que diariamente nos ofrece la televisión y las noticias de que ese pueblo malvive de la venta de opio a los traficantes de droga sugieren que los talibanes podrían ocuparse de otra cosa que de fomentar y proteger el terrorismo islámico.
El mismo día del inicio de las operaciones, vimos en la pantalla de nuestros televisores a Bin Laden diciendo que los ataques de Nueva York y Washington eran la justa respuesta a cincuenta años de crímenes americanos y admitiendo prácticamente la responsabilidad de su organización por esos atentados. Le precedió ante las cámaras, situadas en algún lugar de Afganistán, su lugarteniente Ayman Zawahri, el dirigente del grupo egipcio "Yihad Islámica" al que se considera responsable del asesinato de Anwar el-Sadat, así como de las muertes de numerosos turistas en visita a Egipto. Zawarhi lamentó en ese mismo vídeo la pérdida de Al Andalus. Espero que esta yihad no tenga como uno de sus fines reconquistar Andalucía, después de todos estos siglos. El fanatismo evidenciado en ese vídeo por los dirigentes de terroristas y sus llamadas a la guerra santa helaban la sangre.
La guerra plantea dos cuestiones fundamentales a la Unión Europea: una, lo fútil de la idea que albergan tantos europeos de convertirse en un poder rival de los EE.UU.; otra, lo débil de su preparación militar.
La solitaria reacción de los británicos en apoyo de los americanos indica que la contribución europea a la defensa del mundo atlántico debe basarse en las fuerzas armadas nacionales en el marco de la Alianza Atlántica, no un mítico ejército europeo, para cuya creación no existe verdadera voluntad política. Además, se ha visto que las defensas nacionales de varios de los Estados de la UE no se encuentran a la altura de las exigencias del peligroso mundo en que vivimos. El contraste entre los medios y la preparación de las fuerzas armadas británicas, y los de los demás Estados de la Unión Europea es clamoroso. Alemania está limitada por su Constitución a tener un ejército meramente defensivo. Italia tiene unas fuerzas armadas que tampoco están a la altura de sus capacidades. Los españoles hemos estado denegando a nuestros ejércitos de Tierra, Mar y Aire los recursos que corresponden a una potencia de rango medio. No es que el gobierno se haya mostrado avaro por cortedad de miras ni que los militares no hayan expuesto las necesidades de la defensa con reiteración, es que la opinión pública española está aquejada de un pacifismo larvado o de una confianza bobalicona en la bondad de la humanidad.
La excepción es Francia. Pero nuestro vecino del norte, de gran tradición militar, siempre anda a la retranca cuando se trata de defender los intereses atlánticos. El gobierno francés no ha enviado su poderosa flota inmediatamente al Golfo Pérsico en ayuda de sus aliados americanos, ni el primer ministro Jospin se ha paseado por el mundo en compañía de Blair intentando conseguir aliados para la complicada operación de sacar de sus cuevas a unos terroristas que tienen el apoyo del gobierno local y de gran parte de la población.
La gran alianza que ha montado el presidente Bush tiene como objeto el defender la civilización occidental de los ataques de los bárbaros exteriores e interiores. Nuestra civilización no se caracteriza por la imposición de un ideario, una cultura o una religión únicas. En ella cabe una infinita variedad de religiones y culturas, mientras acaten el principal legado de nuestra historia: las libertades individuales, ciudadanas y económicas sobre las que se basa nuestro progreso.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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