Requiem de Haití para la reconstrucción de naciones

Por Doug Bandow

El presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide ha huido. El país isleño está en crisis. Estados Unidos está enviando a Infantes de Marina como parte de una fuerza de paz multinacional. Sin embargo, en vez de ocupar otro estado fallido, Washington debe declarar terminada su era de reconstrucción de naciones.

Hace una década la administración de Clinton, con la mente fresca de su fiasco en Somalia, decidió salvar a Haití a punta de un arma –o más exactamente– las armas de 20.000 soldados norteamericanos. El sub-secretario de Defensa John Deutch declaró: "Estamos decididos a devolver la democracia a Haití." La secretaria de prensa de la Casa Blanca Dee Dee Myers explicó de forma similar: "es hora de restaurar la democracia en Haití."

Los líderes militares huyeron. El presidente Aristide volvió. La campaña norteamericana por la democracia triunfó.

Desgraciadamente, aunque habían elegido democráticamente al presidente Aristide, él actuaba más como el líder revolucionario y asesino francés Maximilien Robespierre –a quien él se comparó– que como George Washington. Aristide entono el tan mencionado collar –un neumático lleno de gasolina flameante que era colocada con frecuencia alrededor de los cuellos de sus opositores– por ser algo hermoso.

Haití se movió de una dictadura militar a una tiranía presidencial. El gobierno era arbitrario; las elecciones fueron amañadas; los matones de Aristide aterrorizaban a sus opositores; había una pobreza extrema.

Incluso mientras que sus problemas empeoraban, Haití desaparecía de la pantalla de radar de Washington. La administración de Clinton no estaba inclinada a revisar la decisión de devolver a Aristide al poder.

Por el contrario, Washington se movió a nuevas aventuras de reconstrucción de naciones en Bosnia y Kosovo. Ambas ocupaciones continúan con entidades territoriales artificiales gobernadas por burocracias extranjeras enmascaradas como democracias y países.

Pero la suerte de Aristide terminó el otoño pasado. Él se enemistó con Amiot Metayer, Jefe del Ejército Caníbal, patrulla callejera que actuaba como soldados a pie de Aristide. Metayer fue asesinado, los seguidores de Aristide fueron culpados y el Ejército Caníbal se cambió de bando.

A inicios de febrero el renombrado frente de la Resistencia de Gonaives comenzó a tomar el control de las ciudades haitianas, al mismo tiempo que otros opositores de Aristide, como algunos demócratas y algunos matones, se unieron. El régimen se derrumbó.

Naturalmente, se esperaba que Washington interviniese. La administración de Bush propuso un acuerdo para compartir el gobierno que habría mantenido a Aristide en el poder para el resto de su mandato, hasta febrero de 2006. La oposición dijo comprensiblemente "No gracias."

En contraste, Aristide presionó para que una presencia militar extranjera lo mantenga en el poder. "Si tenemos un par de docenas de soldados internacionales, policías, juntos ahora, podría ser suficiente para enviar una señal positiva a esos terroristas," tal como describió a los gángsteres que él había ayudado una vez a armar.

Incluso mientras que sus matones asumieron el control de las calles de Puerto Príncipe, la capital, él se hizo ver como humanitario. "Una vez que se den cuenta que la comunidad internacional rechaza [permitir] a terroristas seguir matando, nosotros podemos evitar que ellos maten a más gente”, dijo Aristide.

Él tenía algunos aliados americanos. Jesse Jackson, nunca vacilante de mediar en conflictos ajenos, exigía la intervención de Estados Unidos: "a menos que suceda algo inmediatamente, el presidente podría ser asesinado. No debemos permitir que eso suceda a esa democracia."

Pero pocas naciones extranjeras tenían alguna ilusión de que Haití fuese una democracia verdadera o cualquier deseo de apoyar el desacreditado régimen autoritario de Aristide. La administración de Bush rechazó llevar a cabo otra invasión militar para sostener el símbolo americano de la democracia.

Aristide no tenía muchas opciones mas que huir. Causando a Washington a intentar otra vez.

"El gobierno cree que es esencial que Haití tenga un futuro esperanzador," dice el presidente George W. Bush. "Estados Unidos está preparado para ayudar a terminar la violencia en la nación isleña.”

El deseo de intervenir es comprensible. Haití está en caos; la gente es pobre; la isla es inestable. ¿Quién desea un estado fracasado al sur de las costas de EE.UU.?

Pero, de hecho, Haití ha sido un estado fracasado por 200 años. Nunca hubo alguna época cuando el país no estuviese en caos, la gente no fuese pobre y el gobierno no fuese inestable. No había democracia a restaurar en 1994 y ahora tampoco.

La invasión de 1994 no fue la única tentativa del Washington de arreglar a Haití. Estados Unidos ocupó la isla de 1915 a 1934. Fue tristemente efímera cualquier ventaja que llegó con las tropas de Estados Unidos hace nueve décadas. Justo como hace una década.

América ahora está hablando de tener una fuerza internacional para proteger al gobierno interino presidido por el Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia Boniface Alexandre mientras se organizan las elecciones. El una vez gobernante de Haití, Francia, ha desarrollado un plan aún más complejo de cinco puntos para rescatar a Haití.

Tomará probablemente más de cinco puntos para salvar a la isla, pero no importa. Si Francia desea intentar, se le debe animar que haga el intento. Sin embargo Washington debe permanecer fuera.

Los Estados Unidos no tienen ningún interés estratégico o de seguridad en Haití. Los lazos económicos son mínimos.

Hay una obvia crisis humanitaria, pero no es diferente que la presente en dos o tres docenas de naciones alrededor del globo. La única amenaza de Haití es la posible generación de una corriente de refugiados; ese problema no es nuevo ni serio. De hecho, Estados Unidos podría asimilar fácilmente cualquier desesperada y bastante dedicada persona para cruzar a través del angosto canal a la Florida.

Al mismo tiempo, a los militares de Washington los despliegan al máximo alrededor del globo. Están rotando a unos 110.000 soldados e Infantes de Marina en desagradables y mortales deberes en Iraq. Otros 10.000 están luchando en Afganistán. Casi 10.000 más permanecen estacionados patrullando los fallidos estados de Bosnia y Kosovo. Incluso guarniciones más grandes protegen estados prósperos y populosos en Asia del Este y Europa.

Con los funcionarios del Pentágono preocupados del impacto de despliegues en el extranjero cada vez más frecuentes y más largos de soldados en servicio activo y en reserva, sería absurdo agregar a la mezcla otra asignación de ultramar difícil e innecesaria. La única ventaja internacional de Estados Unidos es el combate en guerras. Deje a que otros estados, como Francia, proporcionen tropas de ocupación donde y cuando sea necesario.

Pocos países han tenido una experiencia tan trágica como la tiene Haití. Pero no es propósito de EE.UU. ni dentro de las facultades de Washington de corregir cada mal. Estados Unidos debe dejar de intentarlo.

Traducido por Nicolás López para Cato Institute.