Reformular lo obvio
George Orwell escribió que “uno de los deberes mas urgentes del hombre inteligente de hoy es reformular lo obvio”. Es cierto, pero cuesta admitir que a esta altura de los tiempos se tengan que destinar espacios para insistir en que el hombre debe ser respetado y que las invasiones estatales de espacios privados contradicen su misión original de salvaguardar derechos en lugar de conculcarlos.
No solo esto, sino que, en el plano filosófico, hay quienes tratan al ser humano como si no fuera humano en base a lo que se ha dado en llamar el reduccionismo o el behavorismo, elaborado por autores tales como Burrhus F. Skinner (especialmente en su Beyond Freedom and Dignity). En ese supuesto, el hombre no tendría libre albedrío y, por ende, la libertad sería una mera ilusión. En ese supuesto, no habría posibilidad de revisar los propios juicios, no habría tal cosa como proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, razonamiento ni argumentación propiamente dicha ya que todos harían y dirían según las programaciones determinadas por sus herencias genéticas y los ámbitos en los que se desarrollaron. En ese supuesto, todos “harían las del loro”. En ese supuesto, como señala Joseph Fabry, la antropología no sería mas que una rama de la zoología.
Con la pluma y el humor característico de Chesterton, escribe en su autobiografía que el mencionado determinismo ni siquiera permitiría decirle gracias al vecino en la mesa cuando nos pasa la mostaza puesto que si lo hace es porque estaría compelido y programado por sus genes y circunstancias a proceder en esa dirección, lo cual no significaría mérito alguno y, por ende, no tendría sentido el agradecimiento.
Víctor E. Frankl señala un punto crucial para la vida específicamente humana: la necesidad de sentido. Las personas para vivir plenamente deben cultivar en libertad lo que constituye otra dimensión que trasciende lo físico y que consiste en actualizar sus potencialidades en busca del bien. En cultivar la tensión entre lo que es y lo que debe ser en su persona, en otros términos, el descubrir su vocación, realizarla y renovarla. En tener siempre proyectos que vayan por delante de lo que se hace en el presente. En tener sueños y tener plena conciencia que nunca es tarde. Por esto es que André Maurois definía la vejez y decrepitud —independientemente de la edad que se tenga— como “la sensación de que es demasiado tarde”.
Frankl ilustra el punto de la antedicha dimensión al decir que un avión no deja de mantener su naturaleza cuando está en tierra pero su verdadera potencialidad la exhibe cuando vuela. Lo mismo ocurre con el hombre. Un amigo me recordaba que lo importante en la vida no es lo que a uno le sucede sino como administramos lo que nos sucede: como se saca partida de los acontecimientos que no dependen de uno. A veces, las vorágines diarias no dan tregua para hacer un necesario alto en el camino y preguntarse acerca del fin de nuestras vidas, propósito que no es un hecho exógeno o exterior sino que solo nosotros podemos descubrir dentro nuestro y que ilumina el camino a transitar.
De todas las especies conocidas, solo el hombre puede tener proyectos y en esta proyección reside la vida propiamente humana, el desafío y la verdadera emoción de la aventura humana. Como se ha dicho, no se trata de preguntarle a la vida que puede hacer por nosotros sino que somos nosotros los que debemos cuestionarnos que podemos hacer por la vida, nuestra vida.
Orwell nos invita a reformular lo obvio, a insistir en las bendiciones de la libertad frente a los avances asfixiantes del “gran hermano”, pero estaremos mejor preparados para la tarea en la medida en que cultivemos nuestra condición humana y sepamos valorizar la importancia del individualismo como condiciones únicas e irrepetibles de cada uno, siempre en el contexto de la sociedad abierta al efecto de maximizar la liberación de las respectivas potencialidades.
Lo contrario, el abandonarse y dejarse estar, conduce a la preocupación central de Aldous Huxley en cuanto a la cretinización moral de la especie al solicitar y reclamar el avance del “gran hermano”, con lo que se arruina la vida de aquellos que conservan un sentido de dignidad y autorespeto.
Este artículo fue publicado originalmente en el Diario de América el 10 de abril de 2008.