Reflexiones sobre el poder
Anderson Riverol dice que en Latinoamérica el socialismo se vuelve un cuento mágico deseado por todos aquellos que caen en la trampa de los grandes oradores.
Por Anderson Riverol
Quién ejerce el poder posee una estrecha relación con quien lo obedecen. Con el poder es posible que las sociedades no sólo se ordenen, sino que logre justicia y se vele por el interés general de los ciudadanos. La sociedad se forma y el poder se constituye por el deseo y consentimiento del pueblo. En la medida en que el pueblo transfiera el mando a los gobernantes, se crea un pactun subjectionis[1]; esto bajo la visión contractualista[2], pero el poder puede ser degenerado y manipulado. Incluso Lord Acton advierte que el ejercicio ilimitado del poder, conduce inevitablemente a la corrupción, o como presenta una de sus máximas: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”[3].
La cuestión es que un poder limitado puede guiar a los ciudadanos, siempre que sean ejercidos por hombres de intelecto y libres (aunque no sólo se debe poder bajo la buena fe del administrador del poder, sino debe haber límites y controles a ese poder, para conseguir el fin supremo, que es dar más libertad a los individuos de la sociedad), pero el poder sin lo limites adecuados puede alienarse y en lugar de buscar la libertad, ir restringiendo la vida de los ciudadanos, y con esto restando más y más la libertad hasta simplemente hacer de ella un ideal, y hacer a los hombres esclavos, animales de sacrificio o seres sin ánimo de vivir que esperan una misión[4] o un bono para poder sobrevivir.
Es importante destacar que la ideología que puede pervertir el poder es el socialismo. Revisando la historia podemos mencionar gobiernos socialistas que usaron el poder para someter a la sociedad, asesinar a miles de personas y crear una élite parasitaria con múltiples vicios que viven de la sangre de sus ciudadanos, como lo ocurrido en los años 70 en Camboya con el Jemeres Rojo, lo sucedido con el dictador Nicolae Ceaușescu en Rumania o lo que ocurre hoy en Venezuela con el régimen socialista.
Es evidente todo el mal que el sistema socialista puede causar y cómo puede destruir, de una forma tan rápida, a la sociedad. Cabe destacar que el fin común de todo socialismo, en sentido teórico, es la mejora de la posición de las clases menesterosas de la sociedad, por medio de la redistribución de los ingresos derivados de la propiedad[5]. Sin embargo, a la luz de los resultados, nos encontramos con genocidios en masas y millones de vidas destruidas obligadas a sacrificarse por el bien mayor, que el socialismo, luchando por un futuro que nunca llegará. Ayn Rand, en el discurso de John Galt advierte sobre los perversos logros del sistema colectivista de la mano de los místicos, que terminan siendo los socialistas:
“La destrucción es la única meta que el credo de los místicos ha logrado alcanzar, como lo es el único final que están alcanzando ahora, y si las calamidades provocadas por sus actos no los han hecho cuestionar sus doctrinas, si juran estar motivados por amor, y sin embargo no se disuaden por la pila de cadáveres humanos, es porque la verdad acerca de sus almas es peor que la obscena escusa que tú les has aceptado: la excusa de que el fin justifica los medios y que los horrores que practican son medios para fines más nobles. La verdad es que esos horrores son sus fines”.[6]
Esto en Latinoamérica, por nuestros propios rasgos culturales, hace que la cuestión socialista se presente con gran fuerza de la mano de grandes oradores políticos e intelectuales, que con gran emoción y elocuencia en su verbo respaldan al socialismo. Incluso el historiador Laureano Vallenilla Lanz expresaba:
"Los pueblos de raza latina, que tan apasionadamente aman la elocuencia, se figuran que sólo el don de la palabra confiere todas las suficiencias y en especial el talento de gobernar. De allí el número siempre creciente de oradores profesionales que llenan las asambleas, a pesar de que la historia de todos los pueblos civilizados está diciendo que han sido los industriales y comerciantes, los ingenieros, los agricultores, los antiguos administradores, antes que los oradores brillantes, quienes han producido los políticos más avisados, los gobernantes más aptos; porque regularmente los oradores no son más que artistas de quienes puede decirse: verba et voces, proetereaque nihil. Muchos oradores experimentan la necesidad de hablar como los cantores la necesidad de cantar y los músicos la de tocar su instrumento, sin cuidarse de las consecuencias de sus palabras, ni de la precisión de sus ideas, ni de la exactitud de sus afirmaciones. Virtuosos de la palabra, aman la tribuna, como un músico ama su violín, con el único propósito de arrancarle bellos acordes. El don de la palabra no puede tomarse como una señal inequívoca de mérito; él no implica lo más necesario en un hombre de gobierno: un juicio recto y la experiencia de los hombres y de las cosas; se puede muy bien hablar de todo, sostener con éxito las tesis más contradictorias, y carecer al mismo tiempo de las cualidades más elementales de un buen gobernante".[7]
Teniendo entonces a expertos en retórica y a una sociedad con una cultura que admira a los buenos oradores, el socialismo se ha vuelto un cuento mágico, precioso y deseable por todos aquellos que caen en la trampa del verbo épico de los socialistas encantadores de serpientes de nuestro continente.
En conclusión, si bien el poder, ha sido un instrumento para condenar a muchos seres humanos a los peores horrores, el negar su existencia y utilidad sería una postura completamente equivocada. Las fuerzas, que estén del lado del orden, la libertad y la paz con una visión ya sea liberal o conservadora deben interesarse por el poder, para que de forma más efectiva, en conjunto con las ideas del desarrollo, hacer un ambiente propicio para la realización personal de nuestros hermanos y nosotros mismos. Solo de esta forma los peores dejaran encumbrarse y los mejores, tomaran el papel que históricamente siempre han debido tener.
Referencias y notas:
[1] De Jouvenel, Bertrand. Sobre el poder. Madrid. Unión Editorial. 2011, p. 82.
[2] El contractualismo es una corriente filosófica política y de derecho, que piensa que la sociedad y el Estado tiene origen por el contrato entre humanos. Entre los constractualistas más reconocidos tenemos a Thomas Hobbes y a John Locke.
[3] Raico, Ralph. "Lord Acton sobre los historiadores".
[4] Cuando hablamos de misión, nos referimos a los planes gubernamentales y subsidios que desde el Estado los planificadores crean, esto con un fin claramente electoral, como ocurrió en Venezuela un poco antes del referéndum consultivo contra el Presidente Hugo Chávez en el 2005.
[5] Hayek, Friedrich. Socialismo y guerra. Madrid, Unión Editorial. 1999, p.80
[6] Rand, Ayn. La rebelión de atlas. Buenos Aires, Grito Sagrado Editorial. 2009, p. 1122
[7] Vallenilla Lanz, Laureano. Cesarismo democrático y otros textos. Caracas. Biblioteca Ayacucho. 1991 p. 104