Reconsiderando la Guerra contra las Drogas

Por David Boaz

Según la opinión de 84% de los estadounidenses, el posible consumo de cocaína por parte de George W. Bush, cuando era joven, no lo descalifica como candidato presidencial. Pero si ese es el caso, ¿debemos meter presos a muchachos por consumir cocaína? Quizás la indiferencia del público sobre el pasado de Bush indica que la gente está dispuesta a discutir más racionalmente el problema de las drogas.

La decisión de los gobernadores de Nuevo México (el republicano Gary Johnson) y de Minnesota (Jesse Ventura del Partido Reformista) de discutir la legalización es otra señal positiva.

Ya es tiempo de utilizar sentido común en la guerra contra las drogas. Estados Unidos gasta más de 30 mil millones de dólares al año en esa guerra, en la que un millón y medio de personas son arrestadas cada año. Pero 78 millones de personas dicen haber consumido drogas y 80% de los jóvenes menores de 20 años dicen que es muy fácil adquirirlas. Para los que quieren ver es evidente que no avanzamos en esa guerra. La realidad es que la guerra contra las drogas ha sido un trágico fracaso, desde muchos puntos de vista. Considere los siguientes hechos:

1. La prohibición fomenta el delito, de la misma manera como ocurrió con el licor en los años 20. Los adictos se ven forzados a delinquir para financiar un hábito que les costaría una fracción si fuese legal. Fuentes policiales estiman que hasta el 50% de los robos en las ciudades grandes son efectuados por drogadictos. Cuando se incumplen los contratos en el mercado negro de las drogas, los resultados suelen ser sanciones violentas, lo cual conduce a tiroteos en las calles.

2. La prohibición de las drogas canaliza más de 40 mil millones de dólares al bajo mundo. La prohibición de las bebidas alcohólicas hizo que empresas serias se dedicaran a otras actividades, mientras que otras desaparecieron. Eso dejó el negocio en mano de las mafias. Si las drogas fueran legalizadas, las mafias perderían miles de millones de dólares y las drogas serían vendidas por empresas legítimas, en un mercado abierto.

3. La prohibición es un ejemplo clásico de lanzarle dinero a un problema. El gobierno federal gastó 16 mil millones de dólares el año pasado tratando infructuosamente de hacer cumplir la ley. A medida que aumenta el consumo, el gobierno le dice a los contribuyentes que necesita más dinero para redoblar el esfuerzo. Cuando el consumo baja, se le dice a los contribuyentes que sería un error bajar la guardia, en momentos en que se avanza. Sean las noticias buenas o malas, se aumentan las erogaciones.

4. Las drogas han convertido a nuestros centros urbanos en campos de batalla. Las leyes antidrogas han creado una subcultura criminal en los barrios pobres. Las inmensas utilidades que el narcotráfico produce es un imán para quienes no les importa actuar al margen de la ley y para los que sienten que no tienen futuro en otra actividad. Los narcotraficantes son la gente más exitosa en los barrios, con los mejores trajes, más vistosos automóviles y atractivas mujeres. Y la guerra contra las drogas imposibilita la paz y la prosperidad en esos barrios.

5. La guerra contra las drogas destruye a las familias. Muchos padres son apartados de sus hijos al ser condenados por posesión de marihuana, por vender unas pocas onzas de drogas o por otras ofensas no violentas.

6. La guerra contra las drogas ha fomentado las violaciones de nuestras libertades civiles. Al tratar de ganar una guerra perdida se graban conversaciones, agentes incitan a cometer delitos, se decomisan propiedades y se cometen muchos otros abusos. En los casos más tristes, inocentes resultan muertos. Gente como Ronald Scott, cuya casa fue allanada una madrugada con el pretexto de que cultivaba marihuana y cuando lo vieron con una pistola en la mano lo mataron. El pastor Accelyne Williams, de 75 años, murió de un infarto cuando su apartamento en Boston fue allanado una noche por la policía buscando drogas. Era el apartamento equivocado. Y al tejano Ezequiel Hernández, lo mató un soldado buscando narcotraficantes cerca de la frontera, seis días antes de cumplir 18 años y cuando lo que hacía era cuidar las cabras de su familia.

Ya es hora de reconocer que se ha perdido la guerra y es tiempo de instrumentar una política diferente: que los adultos tomen sus propias decisiones en cuanto a las drogas.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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