Reconsiderando la economía de energía verde
Jerry Taylor y Peter Van Doren creen que cuando la energía renovable llegue a ser rentable (y si es que esto sucede), los inversionistas contruirían todo lo requerido para su consumo sin necesidad de que el Estado subsidie los costos de producirla.
Por Jerry Taylor y Peter Van Doren
Peter Van Doren es Editor, Revista Regulation del Cato Institute.
Actualmente, la energía “verde” como la eólica, la solar y la biomasa constituye solamente 3,6% del combustible utilizado para generar electricidad en EE.UU. Pero si otro discurso de “Yo tengo un sueño” fuese dado en la base del monumento a Lincoln, sin duda este nos urgiría hacia una tierra prometida donde la energía renovable reemplazaría completamente los combustibles fósiles y la energía nuclear.
¿Cuánto costará este sueño? El experto en energía Vaclav Smil calcula que lograr ese objetivo dentro de una década —la propuesta del ex vicepresidente Al Gore— comprendería costos de construcción y endeudamiento de alrededor de $4 billones. Tomarnos un poco más de tiempo para llegar a esta tierra prometida ayudaría a reducir ese precio un poco, pero sólo la construcción de los generadores necesarios costaría $2,5 billones.
Supongamos, no obstante, que podríamos asumir ese gasto. ¿Alguna vez hemos visto una economía “verde”? Sí; en el siglo XIII.
La energía renovable es casi literalmente la energía del pasado. Pocos parecen darse cuenta de que abandonamos la energía “verde” hace siglos por cinco muy buenas razones.
Primero, la energía verde es difusa y se necesita una inmensa cantidad de tierra y materiales para producir aunque sea un poco de energía. Jesse Ausubel, director del Programa para el Medio Ambiente Humano e investigador titular de la Rockefeller University, calcula, por ejemplo, que todo el estado de Connecticut (esto es, si es que Connecticut tuviese tantos vientos como las llanuras en el sureste de Colorado) tendría que ser destinado a turbinas eólicas para darle suficiente energía a la ciudad de Nueva York.
Segundo, es extremadamente costosa. En 2016 la propia Administración de Información Energética del presidente Obama estima que las turbinas eólicas sobre tierra (las menos costosas de todas estas energías verdes) serán 80% más costosas que las centrales eléctricas de ciclo combinado de gas natural. Y eso no considera los costos asociados con los cientos de miles de millones de dólares requeridos para los nuevos sistemas de transmisión que serán necesarios para llevar la energía eólica y solar —la cual generalmente es producida lejos del lugar donde suelen vivir los consumidores— a los que pagarán el servicio.
Tercero, es poco confiable. El viento no siempre sopla y el sol no siempre brilla cuando se necesita la energía. Hoy nos preparamos para esta situación teniendo generación de carbón y gas natural en estado de alerta para ser utilizada cuando las fuentes renovables no puedan producir energía. Por casualidad, el costo de mantener esta generación de respaldo, de igual manera, nunca es totalmente considerado en los cálculos de costos asociados con la energía verde. Pero en un mundo en el que los combustibles fósiles son algo del pasado, estaríamos obligados —como los campesinos de la Edad Media— a depender de los caprichos del clima.
Cuarto, es escasa. Mientras que el viento y la luz solar obviamente no son escasos, el verdadero estado bajo el cual esas energías son confiablemente continuas y asequibles para los que pagarán el servicio, sí es escaso.
Finalmente, una vez que la electricidad es producida por el sol o el viento, no puede ser almacenada porque la tecnología de baterías todavía no se ha desarrollado hasta ese punto. Por lo tanto, debemos inmediatamente “usarla o perderla”.
Los combustibles fósiles son todo lo que la energía verde no es. Aproximadamente 1.000 pies cúbicos de gas natural (los cuales cuestan aproximadamente $4) pueden generar la misma cantidad de energía que aquella que generaría un sistema solar sobre el techo promedio de un hogar durante 131 días. Son comparativamente más baratos. Es confiable; se quemará y producirá energía cuando usted la desee. Es abundante (utilizamos solamente una pequeña porción de petróleo en el sector de energía). Y los combustibles fósiles se pueden almacenar hasta que los necesite.
Los partidarios de la energía verde argumentan que si el gobierno puede poner a un hombre en la luna, seguramente puede hacer que la energía verde sea económicamente atractiva. Nótese que el gobierno no estaba tratando de colocar a un hombre en la luna de manera rentable, lo cual es más parecido al reto en cuestión aquí. Incluso antes del inicio de la presidencia de Obama, alrededor de la mitad de los costos de producción de la energía eólica y solar estaban siendo financiados por el contribuyente sin resultados comerciales positivos. Hay pocas razones para pensar que un compromiso sostenido de continuarlas subsidiando durante múltiples décadas tendrá resultados distintos. Después de todo, el gobierno federal una vez prometió que la energía nuclear estaba en la cúspide de ser “demasiado barata para ser medida”. Eso fue en la década de los cincuenta. Luego de $61.000 millones en subsidios y regulación preferencial (cuyo precio es imposible de calcular), todavía es la fuente de energía convencional más costosa dentro de la red energética.
La pregunta fundamental que los partidarios de la energía verde deben responder es la siguiente: Si la energía verde es tan inevitable y una inversión tan buena, ¿por qué necesitamos subsidiarla? Si es que la energía renovable llega a tener sentido económico y cuando eso pase, los inversionistas hambrientos de ganancias construirán todo lo que requerimos sin la necesidad de que el Estado mueva un dedo. Pero si no tiene sentido económico, todos los subsidios del mundo no cambiarán ese hecho.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Forbes (EE.UU.) el 25 de abril de 2011.