Reacción a la Teoría Crítica de la Raza

Manuel Suárez-Mier comenta las ideas detrás de la Teoría Crítica de la Raza que ha llegado a tener una importante influencia en las instituciones estadounidenses.

Por Manuel Suárez-Mier

En entregas pasadas presenté la evolución del racismo en EE.UU. y cómo emergió una línea de pensamiento, la Teoría Crítica de la Raza (CRT), que afirma que todos los blancos son racistas y que se requiere de un nuevo orden social basado en la victoria de los oprimidos sobre los opresores, siguiendo el evangelio de Karl Marx.

Este movimiento tuvo su culminación con el Proyecto 1619 del New York Times, así llamado por marcar la llegada de los primeros esclavos negros a las colonias inglesas de América e intenta ubicar “las secuelas de la esclavitud y la aportación de los negros al centro de la narrativa nacional”.

Desde esa perspectiva, la historia usual de EE.UU. como una gesta heroica liderada por fundadores de sapiencia y principios excepcionales creando una democracia basada en el respeto a los derechos humanos y la igualdad de oportunidades, es muy distinta al subrayar que todo ello excluía a los negros.

Estas ideas y propuestas atizaron el resurgimiento de los supremacistas blancos que cuando aparece Donald Trump en el escenario político, logran penetrar al Partido Republicano, paradójicamente fundado por Abraham Lincoln para combatir la esclavitud.

Hay que recordar que la supremacía blanca ha tenido altibajos en la historia de EE.UU., pero nunca desapareció por completo. A principios del siglo pasado la eugenesia, que sustenta que hay razas con características genéticas superiores a aquellas que provienen del mestizaje con otras razas, tuvo un gran auge.

Las principales universidades de EE.UU. y del Reino Unido convirtieron la eugenesia en una “ciencia respetable”, y proclamaban el valor superior de las razas nórdicas sobre el resto, temiendo que su buen acerbo genético se diluiría con la invasión de razas inferiores.

Adolfo Hitler fue un admirador de la “avanzada ciencia de la eugenesia” en EE.UU., como lo escribió en Mein Kampf donde aplaude “el progreso alcanzado hacia una definición racial del concepto de nacionalidad que impide la naturalización de razas inferiores”, lo que inspiró su execrable política de “limpieza étnica”. 

Un siglo después se reconoce con horror que la eugenesia fue una pseudociencia espuria que causó daños inmensos. Pero su breve y maligna existencia demostró algo valioso: un concepto simple pero falaz puede ser acogido por los académicos y de ser un dogma absurdo convertirse en una verdad científica.

¿Qué hemos aprendido de todo esto? Aparentemente nada pues algo similar pasa ahora. Al igual que lo hicieron con la eugenesia, las universidades más reputadas abrazan el concepto de “racismo sistemático” y lo han vuelto su verdad científica: todos los blancos son cómplices de un “orden social jerárquico, furtivo y omnipresente, de dominación y sumisión”.

Contra esto, el pensamiento liberal sobrevive alejado de los dogmáticos círculos intelectuales, y valora el poder individual, la libre expresión y el debate abierto y honesto. Los ideales liberales apoyan la libertad religiosa pero rechazan los cultos sectarios, el pensamiento mágico y la superchería. 

El dilema es si este liberalismo, que hizo posible el mayor progreso en la historia de la humanidad, sobrevivirá los embates intransigentes de ambos extremos ideológicos, embozados ahora en un irremediable enfrentamiento racial.

Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 16 de julio de 2021.