A raíz de Domingo Faustino Sarmiento
Alberto Benegas Lynch (h) reseña la obra y pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento, quien ilustró las características de la civilización y su superioridad frente a la barbarie.
Pensamos que es oportuno aludir a Domingo Faustino Sarmiento puesto que el 11 del corriente fue el día del maestro en su homenaje. Todos los que nos dedicamos a la docencia tomamos su ejemplo en cuanto a que para enseñar bien y reducir en algo nuestra ignorancia es indispensable contar permanentemente con espíritu de estudiante al efecto de preguntar, repreguntar, indagar y cuestionar.
He vuelto a releer sobre la civilización y la barbarie de Sarmiento. La primera vez ni remotamente le saqué jugo. Leí esa obra en el St. George´s College donde estuve pupilo desde los nueve años hasta los quince que fui a un colegio en Estados Unidos. Creo que fue el único libro que abordé en esos largos años puesto que mis obsesiones eran el deporte y como escaparme a Quilmes sin que los guardias y sus perros me denunciaran. Esa lectura debió ser muy superficial y conjeturo que incompleta. En esa época, no recuerdo haber aprendido seriamente una lección. Debido a que modifiqué mi actitud respecto al estudio desde que ingresé a la universidad (merced a valores trasmitidos subliminalmente en el colegio como memoria retroactiva), conjeturo que mis dos doctorados y faenas académicas hicieron que fuera designado presidente de la Comisión de Educación en el mencionado colegio, miembro del Consejo de Fiduciarios (Board of Trustees) y fuera invitado de honor para hacer uso de la palabra en un acto de graduación en la sede de Quilmes y otro en la sede de Polvorines.
Ahora me percato de la profundidad del trabajo en cuestión de Sarmiento. Escribió el primer texto a partir de 1845, en sucesivos ejemplares del diario El Progreso mientras duró su estadía en Chile, en momentos que llegaba a Santiago el ministro de Rosas, Baldomero García, para protestar por la campaña de exiliados argentinos contra el tirano.
La cuarta edición la publicó en Paris en 1874 con un cambio en la secuencia del título pero el eje central de su tesis apuntaba a mostrar que la civilización equivale a la libertad y la barbarie a lo tribal y primitivo representados por el caudillismo, en este caso por Quiroga y por Aldao y, sobre todo, por Rosas “el más despótico de todos”. En este contexto describe de modo magistral las costumbres y los usos en la pampa argentina con una pluma de gran calado y una construcción gramatical de gran potencia visual. Por el contrario, sus puntos de referencia para ilustrar la civilización los concretaba en Lavalle y en José María Paz.
Exagera las virtudes del iluminismo francés y por momentos se interna en un positivismo descarnado que ha sido refutado por numerosos autores, incluyendo a Juan Bautista Alberdi. Sin embargo, Sarmiento, además de su contacto epistolar y personal con la Generación del 37, lo apoyó a Alberdi cuando éste le sugirió a Félix Frías (en aquél momento representante de El Mercurio en París) que le propusiera a chilenos interesados en la educación que lo contraten a Jean Gustave Courcelle-Seneuil como el primer profesor liberal en la cátedra de economía en la Universidad de Chile, lo cual ocurrió con gran éxito. Digo al margen que en 2010 se publicó un libro de mi autoría sobre aquel autor francés (Jean Gustave Courcelle-Seneuil. Un adelantado en Chile, Santiago, Universidad del Desarrollo).
Sarmiento ilustra la civilización con el modelo de Estados Unidos y Europa, excluyendo a España que la consideraba por entonces como una extensión de África y cargaba las tintas con sus analogías orientalistas.
En la obra que comentamos y, más aun en otras, se detiene en alabanzas al andamiaje institucional estadounidense, lo cual revela ajustado conocimiento de las ventajas de ese sistema basado en la libertad, es decir, en el respeto al prójimo y el dar rienda suelta a la creatividad de cada cual y, consecuentemente, al progreso.
Debido a que Sarmiento, con razón centraba sus diatribas contra Rosas como el máximo exponente de la barbarie y al consiguiente caudillismo (no lo conoció a Perón), a continuación recordamos citas de personalidades varias en cuanto a sus opiniones sobre ese tirano, al efecto de subrayar que estos juicios de Sarmiento sobre el máximo exponente del atropello a los derechos de las personas no es una arbitrariedad ni un desliz circunstancial.
Bartolomé Mitre destaca que Rosas fundó “una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos” (en Historia de Belgrano). Esteban Echeverría: “Su voz es de espanto, venganza y exterminio. ¡Que hombre! ignorancia y ferocidad. Ninguna grandeza de alma; pequeñez de alma si, y cobardía” (en Poderes extraordinarios acordados a Rosas). El citado Domingo Faustino Sarmiento: “Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento [el de Rosas]” (en la obra que comentamos muy telegráficamente en esta nota periodística). Miguel Cané: “Salí de Buenos Aires, porque me pesaba sobre el alma la atmósfera política que la influencia de Rosas había formado en mi patria” (manuscrito citado en Miguel Cané y su tiempo de Ricardo Sáenz Hayes).
Félix Frías: “Yo vi el espectáculo horrible de 60 indios fusilados por orden de Rosas en la plaza del Retiro en Buenos Aires. Los cadáveres de aquellos infelices, muchos de ellos con resto de vida, fueron amontonados en los carros, que los condujeron al panteón. Rosas se proponía por medio de esos espectáculos sangrientos enseñar la obediencia al pueblo de Buenos Aires. ¡Y cuantas veces ha sido preciso repetir aquella bárbara lección! […] En octubre del año 40 y abril del 42, la mazorca y los empleados de Rosas en bandas recorren día y noche las calles de Buenos Aires, degollando a los individuos cuyos nombres Rosas les ha dado. Cuando habían degollado 10 a 20 disparaban un cohete volador, señal a la policía para que mandase carros que llevasen al cementerio los cadáveres” (en La gloria del tirano Rosas).
Juan Bautista Alberdi: “los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre” (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). José Manuel Estrada: “Ahogó la ciudad con la campaña, la revolución liberal con la escoria colonial y apoderado del gobierno por primera vez en 1830, hizo gala de su ferocidad. En seguida […] la superabundante degradación llegó, el vaso rebosó su fetidez. La democracia bárbara, la soberanía numérica, la brutalidad moral exaltaron la encarnación más sombría de gaucho a una autocracia irresponsable” (en La política liberal bajo la tiranía de Rosas).
José Hernández: “Veinte años dominó Rosas esta tierra […] veinte años negó Rosas la oportunidad de constituir la República; veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país” (en “DiscursoenlaLegislaturadeBuenosAires”). Ricardo Levene: “La opinión general, el sentimiento de la sociedad, consagró a Rosas árbitro de los destinos de la provincia de Buenos Aires y de toda la República. El ambiente social se fue formando en el sentido de consolidar la dictadura […] Colocaban el retrato de Rosas en un carro triunfal que tiraban los magistrados y ciudadanos haciendo el papel de bestias. La imagen de Rosas era paseada por la cuidad y la imponían así al respeto y al miedo de la población. En las iglesias se colocaba el retrato en el altar, y los sacerdotes, desde el púlpito, exhortaban a la adoración y culto de Rosas” (en Lecciones de historia argentina).
José de San Martín: “Mi querido Goyo, es con verdadero sentimiento que veo el estado de nuestra desgraciada patria, y lo peor de todo es que no veo una vislumbre que mejore su suerte. Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país” (en carta a Gregorio Gómez, septiembre 21 de 1839). Paul Groussac: “Lo que al pronto distinguía a Rosas de sus congéneres, era la cobardía, y también la crueldad gratuita” (en La divisa punzó). Juan María Gutierrez: “La dominación de Rosas echó por raíces en el terreno viejo de la colonia, terreno que apenas comenzaba a desmalezarse cuando la reacción social hacia atrás se inició bajo los auspicios del oscurantismo intelectual que distinguía a los colaboradores letrados del régimen de las facultades extraordinarias” (en Obra de Echevarría).
José Ingenieros: “Rosas asoció las dos intolerancias; la política y la religiosa. Así encontró los resortes más íntimos de su dominación […] su política de reacción contra la democracia y el liberalismo necesitó del disfraz fanático que le traería como aliados todos los hombres de reposado espíritu colonial” (en “Las ideas coloniales y la dictadura de Rosas”).
Florencio Varela: “[El sistema rosista] consiste en que no tengamos hogar, ni propiedad, ni libertad individual; en que la mitad de de una generación se pase con las armas en la mano; en que los campos no se cultiven, y la educación se abandone, y ningún trabajo útil se emprenda, y los principios de la moral se vayan poco a poco abandonando, hasta desaparecer y dejar al hombre la sola vida estúpida y material que se asemeja a la bestia; si, en eso consiste, mandones dementes y frenéticos” (en Rosas y su gobierno). Sin duda que esta selección de textos en parte compilados por el buen amigo Bernardo González Arrili es insignificante al lado de todo lo escrito sobre esta tiranía abyecta…todavía resuenan las palabras condenatorias de escritores de la talla de José Mármol y de Jorge Luis Borges para mencionar solo dos plumas adicionales de distintas épocas en una galería de opiniones que se extiende por doquier.
Sarmiento nos advierte de los esfuerzos descomunales que significa la civilización siempre basada en la cultura, la cual, a su vez, implica la comprensión de los valores y principios de una sociedad libre. Asimismo, nos pone en guardia de lo fácil que es destruir la civilización a manos de los caudillos, ignorantes del significado y trascendencia de la libertad. Es bueno repasar sus escritos para fortalecer anticuerpos, especialmente en momentos en que los dictadores de antaño están volcándose hoy —con o sin votos— al primitivismo nacionalista, siempre imbuidos de una superlativa megalomanía.
Cada vez que se enfrenta el totalitarismo con la libertad —cualquiera sea el país y cualquiera la variante totalitaria que ataca y se desliza bajo muy diversos disfraces— estamos colocados en la brutal encrucijada sarmientina de barbarie y civilización y, en esa situación de peligro mortal tenemos la obligación moral de reaccionar. Esto va en primer término para la atrocidad del terrorismo guerrillero y el horror del de ésta época, el espanto del terrorismo de Estado de antes y el de ahora y, en segundo lugar, para todos aquellos que con sus acciones y omisiones abren camino para que tengan lugar las mencionadas ponzoñas que destrozan la convivencia civilizada.