¿Qué pasa con África?

Por Marian L. Tupy

Manejando desde los límites lejanos del Cabo del Oeste hacia Ciudad del Cabo, durante unas vacaciones recientes en Sudáfrica, encendí el radio del auto para escuchar las noticias.

Esa mañana, las noticias incluyeron sólo tres asuntos que tenían algo que ver con críquet o rugby. Sin embargo, las historias iluminaron lo que pienso son algunos de los problemas más importantes que África enfrenta: una política exterior equivocada, corrupción e irrespeto por los derechos humanos.

Política Exterior

De acuerdo con el programa, el gobierno sudafricano "reconoció" la captura de Saddam Hussein por las fuerzas americanas, pero no "aventuró ninguna opinión." El anuncio fue una muestra de la forma como, en los días siguientes, la Corporación Sudafricana de Emisoras (SABC, según sus siglas en inglés) reportaría sobre la detención de Saddam. De acuerdo con la SABC, el "presidente" iraquí se rehusó a cooperar con sus "captores" estadounidenses y así sucesivamente.

Existe un desacuerdo legítimo entre la gente, ya sea en los Estados Unidos o en el resto del mundo, sobre la sabiduría de gastar la sangre y tesoro norteamericanos en los desiertos de Irak. No obstante, la mayoría de personas se alegraron por la caída de uno de los dictadores más sanguinarios y corruptos del mundo y, a diferencia de muchos gobiernos africanos -incluyendo el de Sudáfrica-, esas personas "aventuraron" una opinión.

Entonces, ¿por qué algunos países africanos buscan peleas sin sentido con los Estados Unidos y se involucran en ovacionar algunos asuntos que no les ganan amigos sino que hacen que muchos americanos se pregunten si vale la pena preocuparse por África?

El caso de Sudáfrica es ilustrativo. Durante los últimos diez años, las relaciones entre Sudáfrica y los Estados Unidos se enfriaron considerablemente. Nelson Mandela, por ejemplo, reclamó que el presidente Bush "no puede pensar apropiadamente" y "quiere un holocausto." Durante su discurso al Movimiento de los Países no Alineados en 2000, el presidente Mbeki de Sudáfrica señaló a los Estados Unidos como un país de creciente racismo y xenofobia. Durante la Conferencia de las Naciones Unidas Contra el Racismo en Durban, la histeria anti-americana y anti-israelí creció tanto que los Estados Unidos se retiró. La lista sigue.

El anti-americanismo sudafricano tiene raíces profundas en los antecedentes ideológicos del Congreso Nacional Africano, dirigido por el presidente Mbeki. Pero éste no sirve a ningún propósito hoy. El ANC (según sus siglas en inglés) debería reconocer que ya no es un movimiento revolucionario marxista, sino un partido de gobierno, que debe actuar en pro de los intereses sudafricanos. Enfurecer a los estadounidenses es, difícilmente, la más sabia de las políticas, especialmente porque el plan para la renovación africana (NEPAD, según sus siglas en inglés) del presidente Mbeki depende, en gran parte, de la inversión norteamericana.

Paralela al creciente anti-americanismo es la cada vez más intervensionista política exterior. El gobierno del ANC ha hecho, recientemente, compromisos para gastar más de US $16 mil millones en mejorar las fuerzas armadas sudafricanas. Considerando cuán pobres son la mayoría de sudafricanos, ese gasto es un desperdicio-especialmente cuando se considera que Sudáfrica no enfrenta ninguna amenaza externa.

Sin embargo, un gasto militar más grande es esencial para la visión de Mbeki de sí mismo como el líder de África. Porque los Estados Unidos han decidido (sabiamente) permanecer alejados de los conflictos africanos, Mbeki asume que es su responsabilidad finalizar las guerras civiles africanas. Pero si los contribuyentes estadounidenses están poco dispuestos a pagar la cuenta de resolver los perpetuos conflictos africanos, ¿por qué deberían estarlo los sudafricanos? ¿Alguien les ha preguntado a ellos si quieren pagar por el mantenimiento de la paz en Burundi y el Congo? Esperemos que en veinte años no veamos la equivocada política exterior como una contribución al colapso económico sudafricano.

Corrupción

El segundo punto en las noticias fue la siguiente extraña historia: Un policía en patrulla, de Johannesburgo, notó un carro de policía totalmente cargado, al que siguió hasta un suburbio industrial. Cuando el auto se detuvo, él se aproximó y recibió un disparo en el pecho. El heroico policía de alguna manera logró disparar de vuelta y matar a su atacante, quien resultó ser un policía de alto rango que complementaba su ingreso robando ovejas de las haciendas cercanas y vendiéndolas en la ciudad.

Esa historia me recordó el júbilo de los kenianos cuando finalizó el gobierno del corrupto dictador Daniel Arap Moi en 2002. Como muchos kenianos señalan, sus vecindarios se volvieron más "seguros" porque la policía volvió ser llamada a sus barracas. Ya no hostigaban al pueblo. Un año después, participé en una conferencia en Mombasa, Kenya. Una de las participantes venía de Uganda. Ella me contó lo difícil que fue para ella llegar a la conferencia-la policía rutinariamente detiene a los viajeros a lo largo del camino y les pide sobornos. Ellos son, en efecto, asaltantes de caminos.

Claro, la corrupción en los oficiales africanos es endémica. Una razón por la que los americanos deberían desconfiar de la propuesta de Bush de gastar $15 miles de millones de dólares en combatir el SIDA es... la corrupción. Se tiene un estimado de que aproximadamente el 50% de todas las drogas entregadas a los hospitales públicos son robadas.

Los políticos son los miembros más corruptos de las sociedades africanas. Joseph Mobutu de Zaire -quien cambió su nombre por el más reconocido Mobutu Sese Seko Kuku Ngbendu Wa Za Banga (que se traduce como "el sencillo, picante, todopoderoso guerrero, que, por su resistencia y voluntad, va de contienda en contienda dejando fuego a su paso) -robó cerca de $8 mil millones de dólares. Es reconocido que alargó el aeropuerto de su ciudad natal para acomodar aterrizajes de Concordes-que arrendó de Air France-todo mientras su gente se moría de hambre. Sani Abacha de Nigeria se guardó US $4 mil millones. Robert Mugabe de Zimbabwe acaba de mudarse a una quinta, en Harare, de $6 millones aunque el 50% de sus campesinos enfrentan hambruna. La lista es interminable.

Derechos Humanos

Según el último punto del noticiero, el gobierno nigeriano declaró que arrestaría o "mataría" a todo aquel que tratara de secuestrar a Charles Taylor. Taylor, quien reside en Nigeria, es el ex hombre fuerte de Liberia y un hombre responsable por mucho derramamiento de sangre en ese país. También ha sido acusado por la Corte Especial de las Naciones Unidas para Sierra Leona, la que lo acusó de "la más grande responsabilidad por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y serias violaciones del derecho internacional humanitario" en la guerra civil de diez años de Sierra Leona. Una orden de detención en su contra lleva consigo una recompensa de $2 millones.

La actitud nigeriana resume la forma como los líderes africanos, aún aquellos que cometen grandes abusos de derechos humanos, siguen siendo suavemente tratados. Obsérvese el gobierno supuestamente reformista de Mwai Kikabi en Kenya. Una de las primeras cosas que Kikabi hizo después de llegar al poder fue declarar que Daniel Arap Moi, un corrupto dictador, que gobernó Kenya por dos décadas, debía ser dejado tranquilo. Mengistu Haile Mariam, conocido también como "El carnicero de Daddis Abeba," vive felizmente en Zimbabwe bajo la protección de Robert Mugabe. Es conocido que Idi Amin y Mobutu Sese Seko escaparon, o se les permitió escapar, del castigo.

La excepción a la regla es Frederick Chilula de Zambia. Al remplazar a Kenneth Kaunda por prometer que iba a eliminar la corrupción, Chilula procedió a desfalcar millones de dólares durante sus diez años de gobierno. Como famosamente declaró dos semanas después de llegar al poder, "el poder es dulce." Chilula actualmente enfrenta cargos por corrupción en Lusaka. Pero, el caso sigue. Los líderes africanos, tratados con total respeto mientras están en el poder, pocas veces tienen que responder por sus acciones cuando están fuera del poder. Eso también tiene que cambiar.

Traducido por Javier L. Garay Vargas para Cato Institute.