Prostitución a medias
Alfredo Bullard dice que la responsabilidad por actos de corrupción es individual, incluso cuando se participa en actos de corrupción que "todo el mundo hace".
Por Alfredo Bullard
Se dice que una vez el actor cómico Groucho Marx tuvo el siguiente diálogo con una señorita: “¿Se acostaría usted conmigo por un millón de dólares?”, dijo él. Ella contestó sin dudar: “Por supuesto”. “¿Y por un dólar?”, replicó Groucho. “¿Qué se cree usted que soy? ¿Una prostituta?”, contestó la dama muy ofendida. “Eso ya ha quedado claro —respondió Groucho—. Ahora estábamos negociando el precio”.
Es interesante. Muchos comentarios a mi artículo publicado hace dos semanas (“La maldad del ‘buena gente’”, 9/12/2017) señalaban que el texto trataba de “limpiar” los grandes casos de corrupción de empresarios y políticos haciendo referencia a la cantidad de pequeños casos de corrupción del día a día en los que se involucran muchos peruanos de a pie. Curiosos comentarios para un artículo que perseguía precisamente lo contrario: destacar la implícita perversidad que hay repartida por toda nuestra sociedad a todo nivel.
Me imagino que, en ocasiones, detrás de esos comentarios está la autojustificación de que las culpas no son comparables. Ello para sentirse libres de responsabilidad y ser complacientes con uno mismo. Pero creo que es una complacencia artificial. Totalmente ficticia y engañosa.
Tengo muy claro que lo chico no limpia a lo grande. Pero lo grande tampoco limpia a lo chico. También tengo claro que es inconsistente rasgarse las vestiduras frente a un acto de corrupción millonario por la construcción de una obra pública cuando se ha pagado 20 soles a un policía para evitar una multa por haberse pasado una luz roja. Las vestiduras hay que rasgarlas, pero por los actos grandes y por los actos chicos.
Me pregunto cuántas personas han tomado lo que viene ocurriendo en el país para hacer un acto de introspección (y luego de contrición) para cambiar lo que antes tomaban como común y corriente sin mayor reflexión. Porque si no es así, nada de lo que está pasando vale realmente la pena. El gran costo que estamos enfrentando puede estar plenamente justificado por un gran beneficio. Si no genera un cambio nos quedaremos con puros costos.
Y es que el problema es que allí donde la corrupción es generalizada y asumida como algo común y corriente, como parte del día a día, será más fácil y menos “culposo” para el involucrado cometer un acto ilegal.
La institucionalidad se construye en todo: desde la puntualidad hasta la revocatoria de un presidente. No es de extrañar que en un país en el que llegamos tarde a las reuniones usando siempre el tráfico como excusa, el carpintero nunca entregue los muebles en la fecha, el gasfitero nunca vaya cuando acordó ir y los grandes contratistas entreguen con atraso las obras de infraestructura a las que se comprometieron. Y no es de extrañar que en un país en el que se paga 10 soles a un funcionario en un hospital para ser atendido primero, se pague millones por la adjudicación para la construcción de una carretera.
El ser humano siempre encuentra razones para justificar lo que hace y tranquilizar su conciencia. “Tenía que pagarle porque si no llegaba tarde a una reunión”. “Si no pagaba yo otro pagaba y me quedaba sin negocio”. Y por supuesto el típico: “Pero si todo el mundo lo hace”. Siempre encontramos en otro lado la justificación para lo que no hacemos bien. Pero si todos encontramos en la culpa ajena la justificación para la culpa propia, la culpa se socializa y se convierte en patrimonio de todos. Un verdadero “patrimonio cultural”. Eso también es un problema institucional.
No se trata de salvar casos de corrupción millonaria mirando la corrupción menuda del día a día como justificación. Es precisamente todo lo contrario. No podemos tranquilizar nuestras conciencias diciendo que otros corrompen más que nosotros.
La responsabilidad, la verdadera, la que sirve de justificación al ejercicio de nuestra libertad, no se puede tercerizar. El principio base de una sociedad libre es el de responsabilidad individual, en el que cada quien debe responder por las consecuencias de sus actos. Si Groucho Marx viviera, no le importaría el tamaño de la coima. Quien pagó o recibe un millón de coima es un corrupto. Y también lo es quien paga un dólar. Al igual como en el caso de la señorita, solo se estaría discutiendo el precio.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 26 de diciembre de 2017.