Preámbulo

Preámbulo

Esta obra es un libro de guerra en todos los sentidos. Fue concebida en la Francia ocupada, y su redacción se inició al abrigo del monasterio La-Pierre-Qui-Vire. El manuscrito constituía nuestro único equipaje cuando cruzamos a pie la frontera suiza en 1943. La generosa hospitalidad helvética nos permitió proseguir el trabajo, el cual se publicó en marzo de 1945 por obra de Constant Bourquin.

Pero es un libro de guerra también en un sentido más sustancial: en cuanto fruto de una meditación sobre la marcha histórica hacia la guerra total. Había esbozado ya el tema en un primer escrito, «Sobre la competencia política», traído de Francia por Robert de Traz, quien lo había publicado en enero de 1943 en su Revue suisse contemporaine. La obra se desarrolló en torno a este breve enunciado (conservado como capítulo VIII del libro). En él encontrará el lector el principio de la cólera que anima a la obra, que ha sido la causa de su éxito y que explica algunos de sus excesos.

Una cólera a la medida de mi decepción. Bastaba abrir los ojos a la sociedad para reconocer como evidente que la mutación en curso reclamaba en el orden intelectual una toma de conciencia y algunas proyecciones para el futuro, y en el orden práctico una acción sostenida, aquí correctora, allá iniciadora, y en general orientadora. Se necesitaba un Poder activo, y ese empeño por reforzarlo que se experimenta cuando se despliega el escándalo del paro por la inactividad de los gobiernos. Pero he aqui que el Poder había tomado un semblante terrible y hacía el mal con todas las fuerzas que le habían sido confiadas para que hiciera el bien. ¿Cómo no había de sentir una profunda conmoción ante semejante espectáculo?

Me pareció que el principio de la catástrofe estaba en una confianza social que, por un lado, había alimentado progresivamente la constitución de un rico arsenal de medios materiales y morales y, por otro, dejaba libre el acceso a esos medios y demasiado libre su empleo. Esto es lo que orientó mi atención hacia todos aquellos que habían señalado la preocupación por sujetar al Poder, aunque no siempre fuera por prudencia social sino con frecuencia por interés.

El problema tenía que plantearse tras una experiencia tan funesta. Sin embargo, apenas se discutió: incomparablemente menos que tras la aventura napoleónica.

¿Acaso porque una desgracia tan inmensa parecía por ello mismo que tenía que permanecer única? Aceptemos esta confianza. Por lo demás, celebremos los enormes progresos que se hicieron después de la guerra en los servicios sociales. Pero no olvidemos por ello el inquietante contraste entre el formidable aumento que se produce en los medios de que dispone el Poder y el relajamiento en el control de su empleo, y ello incluso en la principal potencia democrática.

Concentración de poderes, monarquización del mando, secreto de las grandes decisiones, todo esto ¿no nos da qué pensar? La integración se produce también en el ámbito económico. Es la época de las altas torres más bien que del foro.

Esta es la razón de que este libro, cuyos graves defectos bien conozco, siga tal vez siendo oportuno. ¡Cuánto me gustaría que no lo fuera!

BERTRAND DE JOUVENEL

Enero de 1972

Habiendo fallecido Constant Bourquin después de haber sido redactado este preámbulo, quisiera manifestar lo mucho que le debo.

Vino a Saint-Saphorin a pedirme el manuscrito, que antes había sido rechazado por más de un editor establecido; nos proporcionó los medios materiales de que carecíamos en grado extremo, preparó la publicación con amor, y tuvo la delicada idea de hacer imprimir un ejemplar para Monsieur et Madame Daniel Thiroux, que era el nombre que figuraba en nuestro carnet de identidad inventado en Francia, y que seguiríamos llevando en Suiza.

Fue para mí mucho más que un editor: un amigo de los malos tiempos.

BERTRAND DE JOUVENEL

Enero de 1977