Practicarán el distanciamiento social...
Mustafa Akyol dice que conviene al futuro de la religión que los líderes de las distintas religiones deben actuar responsablemente frente a la pandemia del coronavirus, siguiendo los requisitos racionales de la ciencia, la cual puede ser complementada con la fe como una fuente de inspiración y esperanza.

Por Mustafa Akyol
La pandemia del coronavirus es probable que sea un punto de inflexión en la historia mundial, con un profundo impacto en la sociedad, la política y las religiones. Uno puede esperar el surgimiento de nuevos movimientos mesiánicos, por ejemplo, algunos diciendo que la pandemia es señal de que el Apocalipsis está cerca, como de hecho algunos ya lo creen. Por otro lado, algunos creyentes podrían perder su fe, porque luchan con el antiguo “problema del mal” —por qué Dios permitiría que todo esto pase— y no encontrarán buenas respuestas a eso, como algunos lo admiten de manera sincera.
Muchas pueblos religiosos también verán la pandemia como una prueba. Tienen toda la razón: la pandemia del coronavirus es una prueba para todas las religiones. Pero es una prueba no solo de su fe, como muchos creyentes usualmente lo perciben. También es una prueba de su razón —si actúan de manera racional o irracional, si ayudan a salvar vidas o si las ponen en grave riesgo.
En el corazón de esta prueba está el conflicto entre los requisitos racionales de la salud y los requisitos tradicionales de la religión. El comportamiento racional y consciente de la salud, como los aconsejan prácticamente todos los expertos médicos, requiere que se practique el distanciamiento social —esto es, que la gente se mantenga alejada, preferiblemente en casa. Muchas tradiciones religiosas, sin embargo, requieren reuniones sociales —especialmente atraer a los creyentes a las iglesias, mezquitas, sinagogas, y templos. De manera que, ¿cuáles de estos principios deben primar?
La respuesta correcta no debería ser difícil de encontrar, conforme muchos líderes y comunidades religiosas lo han logrado desde que se suscitó la pandemia a fines de febrero. La Iglesia Católica, por ejemplo, respondió a la epidemia mortal en Italia a principios de marzo suspendiendo todos los servicios públicos en las iglesias, “en coordinación con las medidas establecidas por las autoridades italianas”. Poco después, el Papa Francisco rezó ante una sorprendentemente vacía Plaza de San Pedro, la cual usualmente está llena de grandes multitudes. También hizo un llamado a los gobiernos del mundo a poner “primero a la gente” y a tomar todas las medidas en contra de ”un genocidio viral”.
De igual manera, las autoridades saudíes, cuyas respuestas a los desastres en ciertos momentos han sido fatalmente irracionales, tomaron la decisión correcta a principios de marzo cerrando las dos mezquitas santas en Meca y Medina, las cuales siempre están llenas de creyentes. Ver las impresionantes imágenes de la Kaaba vacía convenció a los musulmanes alrededor del mundo de que algo realmente sin precedente estaba sucediendo. En muchas naciones de mayorías musulmanas, una tras otra, los rezos comunales fueron cancelados. Incluso el llamado al rezo emitido por los altoparlantes de las mezquitas, que incluyen la línea “vengan a rezar, vengan a salvarse”, fue alterado en Kuwait para decir, “recen en sus casas”.
En los círculos de judíos ortodoxos, muchos rabinos también tomaron la decisión correcta al cancelar los servicios en las sinagogas y recordarle a sus comunidades que “la obligación del Torá de proteger la santidad de la vida trasciende todas las demás consideraciones”, como el principal rabino de Gran Bretaña le recordó a los judíos del país.
Muchos templos hindúes fueron cerrados en la India. En Tailandia, uno de los países más afectados en el Sudeste de Asia, algunos monjes budistas empezaron a producir mascarillas con plásticos reciclados.
Sin embargo, no todos los líderes y comunidades religiosas han tomado dichas precauciones racionales en contra de la pandemia. Algunos incluso rechazaron tomarlas en nombre de la religión.
Uno de estos fue Rodney Howard-Browne, el pastor de una iglesia evangélica en Florida, quien desafió las ordenes del estado de que se practique el distanciamiento social, diciendo que esta iglesia era “el lugar más seguro” (pronto, fue arrestado por hacerlo). Otro líder cristiano irresponsable fue Majdi Allawi de la Iglesia Católica Maronita en Líbano, quien se reportó que hizo caso omiso a las medidas de protección tales como usar mascarillas y utilizar gel antibacterial. “Jesús es mi protección”, dijo, “Él es mi desinfectante”.
Algunas comunidades judías ultra-ortodoxas también han sido peligrosamente irresponsables. En el barrio de Nueva York de Brooklyn, muchos miembros de la comunidad jasídica no hicieron caso al distanciamiento social y se reunieron para las celebraciones de los sucesos de Purim y de matrimonios y funerales conforme el virus cerró a la ciudad en marzo. Varias de estas comunidades pronto mostraron altas tasas de infección de coronavirus. En Israel, algunos líderes ultra-ortodoxos se resistieron al llamado del gobierno de cerrar las escuelas religiosas (yeshivas), donde los estudiantes estudian textos religiosos, insistiendo, que “cancelar el estudio del Torá es más peligroso que el coronavirus”. Consecuentemente, los ultra-ortodoxos de Israel, que constituyen alrededor del 10 por ciento de la población nacional, representan alrededor de la mitad de los israelitas hospitalizados por infección del coronavirus.
En el mundo musulmán, también, han habido reacciones destructivamente ingenuas ante la pandemia. Uno de los casos más dramáticos es aquel de Tablighi Jamaat, un movimiento sunita misionero con hasta 80 millones de miembros alrededor del mundo. A pesar de todas las advertencias, ellos tuvieron reuniones masivas que duraron hasta un día entero, primero en Kuala Lumpur, Malasia, y luego en Nueva Delhi, pronto demostrando ser un “super-propagador” del virus en el sur y el sudeste de Asia (el incidente condujo a algunos nacionalistas hindúes a expresar un odio religioso y a culpar a los musulmanes de un #coronajihad, cosa que se volvió un hashtag que marcó tendencia en Twitter. Pero no fue una conspiración maliciosa —al igual que el caso de la Iglesia Shincheonji de Jesus de Corea del Sur, la cual también actuó como un super-propagador, simplemente fue un descuido catastrófico).
En la corriente dominante del mundo sunita y shiíta, las precauciones racionales han sido adoptadas por la gran mayoría de los gobiernos, pero muchas veces tarde, y a pesar de la resistencia de los creyentes más dogmáticos. En Irán, uno de los países más afectados del mundo, cuando las autoridades finalmente prohibieron que la gente se congregue en los santuarios shiítas, unas turbas enfurecidas ingresaron a la fuerza en ellos. En Paquistán, donde la mayoría de los clérigos de negaron a limitar las reuniones en las mezquitas, los policías que trataron de dispersar las multitudes en los rezos de los días viernes fueron apedreados por creyentes furiosos.
En el Reino Unido, algunos académicos musulmanes conservadores también se resistieron al cierre de las mezquitas. Una fatwa del 17 de marzo firmada por tres de ellos argumentó recordando “la práctica del Profeta de correr a la mezquita durante las calamidades”, desconociendo totalmente el tipo específico de calamidad que el coronavirus es. También hicieron un argumento nefasto: “La protección de la fe antecede la protección de uno mismo”. Afortunadamente, otros académicos emitieron fatwas contrarias, recordando que el Islam nunca obliga a la gente a “poner sus vidas en peligro” solo para rezar —pero algún daño puede ya haya sido causado.
Las figuras religiosas que no están pasando la prueba del coronavirus vienen de diversas tradiciones, pero todos tienen algo en común: colocan su interpretación subjetiva de la fe por encima de los requisitos objetivos de la ciencia y la razón. Ellos creen que, incluso si realmente hay algo peligroso que está sucediendo, Dios de alguna forma los protegerá gracias a su devoción. Una tradicional corriente de pensamiento es que “rezarle a Dios es nuestra única manera de salir de este caos”, como un profesor árabe dijo en Egipto. O creen que Dios “es nuestro escudo”, como dijo un judío ultra-ortodoxo en Brooklyn. Esto equivale a saltar de un avión en el aire, sin un paracaídas, diciendo, “Dios es nuestro paracaídas”. Este es el tipo de fe ciega que los ateos destacados como Richard Dawkins o Sam Harris desde hace mucho han venido criticando.
La fe ciega se pone todavía más fea cuando empieza a adoptar teorías de conspiraciones divinas —la idea de que Dios está utilizando esta pandemia para castigar a ciertos grupos de personas, que tradicionalmente son aquellas personas que no le agradan a los teóricos de conspiraciones divinas: los homosexuales y ambientalistas, según un ministro evangélico estadounidense; aquellos que buscan “el adulterio y el sexo anal”, según un conservador turco; los chinos, según sugirieron inicialmente algunos clérigos musulmanes; los judíos, como los señaló un pastor anti-semita de Florida, o los países de Occidente, como afirmó un imán en Gaza. El mismo hecho de que algunas de estas figuras fanáticas fueron infectadas por el virus indica que no hay conspiración divina —sino quizás una ironía divina.
Si tales actitudes irracionales y desagradables siguen nublando la escena religiosa, la pandemia del coronavirus podría dar paso a un momento secular, como el académico turco Gokhan Bacik ya lo provee en el mundo musulmán. La analogía histórica más cercana sería el Gran Terremoto de Lisboa en 1755, que mató hasta 50.000 personas y destruyó las narrativas super-naturalistas católicas de la época.
A pesar de la tendencia de los clérigos de atar los desastres naturales a los pecados, el terremoto sucedió en el día de todos los santos, exactamente cuando las iglesias estaban llenas de creyentes, contándose muchos de ellos entre las víctimas. El drama inspiró a los pensadores de la Ilustración como Immanuel Kant, quien argumentó a favor de explicaciones científicas ante los fenómenos naturales, y como Voltaire, quien aprendió la lección secular de una pasión anti-religiosa.
Para evitar lo que parecerá a muchos como otro fracaso catastrófico de su visión del mundo, los líderes religiosos alrededor del mundo deben actuar responsablemente ante la pandemia del coronavirus. Eso significa seguir todos los requisitos racionales de la ciencia, mientras que ofrecen la fe como una fuente de esperanza e inspiración —no como un sustituto, sino como un suplemento de la razón.
Para los musulmanes —y otros creyentes de todas las religiones— una simple narrativa de la vida del Profeta Mahoma podría ayudar. Al profeta una vez supuestamente un hombre le preguntó, “O Mensajero de Dios, ¿debería atar mi camello y confiar en Dios, o debería dejarla sin atar y confiar en Dios?” “Átala”, supuestamente respondió el profeta, “y confía en Dios”.
Hoy, atar al camello significa usar mascarillas, lavarse las manos muchas veces con jabón, mantener la distancia de otros, y renunciar a la adoración comunal para proteger la vida humana como manda el Dios de todas las religiones monoteístas. Esto significa estar atentos a todas las leyes naturales y hechos biológicos del complejo mundo que Dios ha creado. Hacer cualquier cosa menos que eso sería desastroso no solo para las vidas humanas, sino también para el futuro de la religión.
Este artículo fue publicado originalmente en Foreign Policy (EE.UU.) el 8 de abril de 2020.