¿Por qué la economía del desarrollo le está fallando a los pobres?
Dalibor Rohac dice que el último libro de William Easterly, La tiranía de los expertos, no solo considera que los resultados a largo plazo en desarrollo son determinados por las instituciones, el respeto al Estado de Derecho y los derechos individuales sino que también acepta las implicaciones prácticas de esta creencia.
Por Dalibor Rohac
Hace más de una década, el libro de William Easterly The Elusive Quest for Growth (La escurridiza búsqueda del crecimiento), creó gran revuelo en el mundo económico. Easterly, otrora economista del Banco Mundial, argumentó que prácticamente ninguna de las soluciones en boga y tradicionalmente financiadas con ayuda externa oficial para resolver el problema del subdesarrollo –inversión en infraestructura, educación, políticas industriales–, ha producido los resultados esperados, pues el desarrollo es el resultado de las instituciones que condicionan los mercados y los procesos políticos.
La mayoría de los economistas coinciden en que los resultados a largo plazo en desarrollo son determinados en mayor medida por las instituciones, el respeto al Estado de Derecho y de los derechos individuales. Mientras algunas publicaciones recientes, como Why Nations Fail? (¿Por qué las naciones fracasan?) de Daron Acemoglu y James Robinson, defienden un desarrollo basado en la visión institucional, muy pocos autores están dispuestos a aceptar sus implicaciones prácticas. El último libro de Easterly The Tyranny of Experts (La tiranía de los expertos) hace precisamente esto. No hay fórmulas mágicas para solucionar la pobreza y el subdesarrollo. En vez de tratar de encontrarlas, las autoridades políticas deben simplemente respetar los derechos individuales, incluyendo los derechos de los pobres.
La primera parte del libro nos presenta una historia intelectual del desarrollo económico a través de la óptica de dos enfoques contrapuestos, personificados por dos economistas que fueron conjuntamente galardonados con el Premio Nobel en 1974: Gunnar Myrdal y Friedrich von Hayek.
Myrdal fue una autoridad en desarrollo económico, representando mejor que nadie el enfoque tecnocrático de arriba hacia abajo, que ve el desarrollo como un ejercicio de “ingeniería social” y como un “análisis puramente técnico de una pregunta acerca de la política social”. Por el contrario, Hayek se ganó su reputación por el estudio epistemológico del mercado y sus propiedades. Los mercados y las formas complejas de cooperación social, argumentaba él, son una forma de desplegar el conocimiento que no está disponible en su totalidad a individuo alguno. Desde la perspectiva de Hayek, el desarrollo económico era el resultado de un proceso en el cual los individuos aprovechan el conocimiento que se haya disperso, dándole un uso socialmente valioso —y no el resultado de astutas soluciones políticas.
El enfoque de Hayek tuvo poca aceptación entre los expertos en desarrollo. Si lo hubiesen aceptado, su enfoque los hubiese dejado con muy poco qué hacer. Para fines de la década de los cuarenta, la opinión dominante en cuanto al desarrollo, concedía un rol importante a los expertos en economía y a su capacidad de cambiar las políticas económicas deliberadamente. Sin embargo, su particular visión del desarrollo no vino de la nada. La segunda parte del libro de Easterly nos ofrece un relato sobre la historia y la política alrededor de los inicios de la economía del desarrollo, mostrando varias verdades ocultas.
En los primeros días, la economía del desarrollo con frecuencia estaba relacionada al colonialismo y a los prejuicios raciales. En las discusiones de la década de 1930, el desarrollo económico era una justificación novedosa para la presencia colonial de Gran Bretaña en África. Luego de que la Ley de exclusión oriental de 1924 impidiera que se naturalizaran asiáticos en EE.UU., el desarrollo en la China liderado por expertos era visto por muchos como una forma “neutral” y “científica” de aliviar las tensiones raciales creadas por esas nuevas restricciones migratorias.
Cambiando el énfasis de las cuestiones políticas hacia las cuestiones técnicas, el enfoque de arriba hacia abajo apeló a autócratas, como Chiang Kai-shek en China, al igual que a economistas ambiciosos. “La horrible situación política en China parecía ser por sí sola un gran obstáculo para el desarrollo. Cualquiera que estuviese mezclado en esta política sería visto como parte del problema, y no de la solución”, nos dice Easterly. Sin embargo, “una mentalidad tecnocrática permitiría a los economistas chinos presentarse como expertos neutrales, sin ninguna implicación política”.
Este precedente sentó las bases para la “neutralidad política” del Banco Mundial y otros organismos de desarrollo, precedente que les permitió distribuir ayuda para el desarrollo, con razones aparentemente técnicas, a regímenes desagradables a lo largo del mundo en vías de desarrollo. Esto fue visto como un activo importante de EE.UU. en tiempos de la Guerra Fría.
Pero, ¿debemos descartar por completo la economía de desarrollo ortodoxa? La respuesta de Easterly la tercera y cuarta parte de su libro es un rotundo “sí”. El enfoque tecnocrático ignora el rol que juegan la política, las instituciones y la cultura. Esto ocurre aún cuando una gran cantidad de evidencia muestra que la política autocrática y los valores colectivistas están asociados con la pobreza. De manera que no es una exageración decir que la ayuda occidental a los gobiernos cleptócratas es un obstáculo al desarrollo.
Entre otros ejemplos, Easterly cita el caso de Etiopía. La caída de la inmortalidad infantil en ese país de un 59 por ciento entre 1990 y 2010 fue elogiada por Bill Gates y Tony Blair y fue considerada como un triunfo por haber “establecido metas claras, seleccionado una estrategia y medido los resultados”. Ese enamoramiento tecnocrático con Etiopía, derivó en un creciente flujo de ayuda externa, que fue usada por el dictador Meles Zenawi con fines políticos. Esto incluía hasta el chantaje de “matar de hambre a los campesinos hasta que apoyasen al régimen y castigar a los partidarios de la oposición reteniéndoles la ayuda alimentaria que financiaban las organizaciones donantes”.
Easterly también habla acerca de la migración internacional, que es un ejemplo ilustrativo de cómo el desarrollo ortodoxo deja a las personas pobres y sus derechos a un lado. Aunque hay evidencia contundente de que la migración es uno de los “programas” más poderosos para combatir la pobreza que alguna vez haya existido —por ejemplo, el 82 por ciento de los haitianos que no son pobres viven en EE.UU.—, la comunidad del desarrollo ve esto como un problema, antes que una solución. La razón, dice Easterly, es que la reducción de pobreza que ocurre a través de la decisión que toman los individuos de abandonar su tierra es una consecuencia de poca importancia para alguien que se enfoca exclusivamente en el desarrollo que ocurre dentro del territorio de un Estado.
El uso de los estados —en lugar de individuos— como unidades relevantes de análisis tiene poco fundamentos en la ciencia social. En los círculos de la economía del desarrollo, los buenos resultados económicos casi siempre son atribuidos a políticas nacionales adecuadas. Sin embargo, Easterly en su ya clásico estudio, coescrito con Larry Summers, Michael Kremer y Lant Pritchett, muestra que las diferencias en políticas públicas entre los distintos países no pueden explicar sus diferencias en su desarrollo económico a largo plazo.
Si el desarrollo económico ortodoxo es irremediablemente defectuoso, como Easterly parece pensar, ¿cuál es la alternativa? Seguir a Hayek en vez de a Myrdal —valiéndose de los mercados, de la innovación tecnológica, y de la rendición de cuentas en la política para generar, poner a prueba y ampliar las soluciones a la pobreza y al subdesarrollo. Después de todo, las importantes historias de éxito económico —sobre todo el ascenso de Occidente y de gran parte de Asia— fueron lideradas por un proceso de prueba y error y por la destrucción creativa Schumpeteriana.
La tiranía de los expertos es un convincente libro con un mensaje importante, que hace que sus pocas imperfecciones —como ese ligero tedio que produce las detalladas anécdotas históricas de la ciudad de Nueva York—, parezcan insignificantes. En lugar de buscar soluciones técnicas en vano, es hora de que la comunidad del desarrollo se convierta en una voz por la libertad económica, personal y política en el mundo en vías de desarrollo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Umlaut (EE.UU.) el 26 de febrero de 2014.