¿Por qué amamos el fútbol?
Ian Vásquez reseña el libro ¿Por qué amamos el fútbol? de Enrique Ghersi y Andrés Roemer. Vásquez dice que "La relevancia del fútbol para las políticas públicas es enorme y hasta se puede aplicar a la misma organización del deporte".
Por Ian Vásquez
¿Por qué amamos el fútbol? Porque la cancha es el escenario de proezas individuales y colectivas que nos deslumbran, de esperanzas y expectativas, y de sorpresas agradables y amargas. Ya lo hemos visto en esta Copa del Mundo.¿Quién esperó la caída temprana de España o el empate de México con Brasil, en el que el arquero mexicano Guillermo Ochoa se transformó en una muralla impenetrable? Por alguna razón, este es el deporte más popular del mundo, el que despierta pasiones como ninguno otro.
“¿Por qué amamos el fútbol?” es la pregunta que se hacen Andrés Roemer y Enrique Ghersi en un libro del mismo título en el que reúnen ensayos de diversos expertos en economía y derecho. ¿Qué nos pueden decir tales académicos de un deporte que para muchos se ha convertido casi en una experiencia espiritual o, como la ficción, es disfrutada porque ofrece un escape de la vida real?
Para Roemer, nos gusta el fútbol porque crea un orden en la cancha que es respetado por todos. Las reglas del juego se consideran justas al ser aplicadas por un árbitro imparcial. De esa manera, es el esfuerzo propio y un poco de suerte lo que determina los resultados. El concepto de ‘fair play’, o juego justo, es el ideal de cualquier sociedad, y es especialmente apreciado por las que sufren de políticas e instituciones deficientes.
“Una de las mayores fortalezas del fútbol”, dice Roemer, “es su simplicidad”. El hecho de que solo se necesita una pelota y un espacio abierto explica algo de su popularidad mundial. Más importante aun es la simplicidad de sus reglas: son claras, predecibles y aplicadas de manera ecuánime. Esto equivale a tener seguridad jurídica o un Estado de derecho, si se quiere, un proceso que deriva en un resultado que es considerado justo. Cuando eso ocurre, las derrotas, así como las victorias, suelen ser aceptadas por todos y no consideradas injustas aun cuando (necesariamente) hay desigualdad entre los equipos respecto a su talento, preparación y habilidades. Claro que el árbitro puede no ser bueno. Pero él también tiene que rendir cuentas ante los espectadores y los jugadores para poder seguir arbitrando futuros partidos.
Roemer va más allá y afirma que el fútbol comprende la naturaleza humana. Según él, entre los jugadores, entrenadores y otros involucrados en el deporte hay todo tipo de personajes, algunos admirables y otros no tanto, y son motivados por lo pecuniario y lo no pecuniario como el honor, la fama o el estatus. Lo importante es que las reglas claras premian la excelencia, cosa que se desarrolla de diferentes maneras y que florece bajo la competencia.
En el fútbol, como en el mundo real, las reglas (leyes) funcionan cuando “están acorde a lo que somos y no […] a lo que deberíamos ser”, y son “pensadas y aplicadas a gente de carne y hueso”. Así, dice el autor, “motivan lo más humano, de lo humano que somos”.
La relevancia del fútbol para las políticas públicas es enorme y hasta se puede aplicar a la misma organización del deporte. Es así que Ghersi explica que el problema de la violencia de los hinchas es efecto de la falta de propiedad privada, pues quien maneja un club sin dueños no tiene incentivo de manejar el negocio a largo plazo sino al “estilo político”. El hecho de que los clubes peruanos no se han convertido en sociedades anónimas con un mayor interés de invertir en los jugadores y en el negocio puede explicar por qué el país no ha llegado al Mundial desde hace décadas. Según Iván Alonso, lo importante es permitir que los clubes se organicen como sociedades anónimas con fines de lucro (o como prefieran) y así ver qué conviene a cada club.
Son muchas las lecciones del fútbol y ojalá se aprendan. Ahora, a volver a ver la Copa.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 21 de junio de 2014.