A por David Hume
Carlos Rodríguez Braun comenta la decisión de la Universidad de Edimburgo de quitar de uno de sus edificios más importantes el nombre de David Hume, uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos.
La universidad, que lleva el pluralismo hasta en el nombre, a veces está lejos de practicarlo. La estupidez y el fanatismo han estado presentes en las universidades desde su fundación. No estoy seguro de que nuestro tiempo pueda dar en este sentido lecciones al pasado. Más seguro estoy de que los extranjeros, en especial los ocasionalmente en exceso admirados anglosajones, tampoco pueden impartirlas con demasiada confianza a los españoles.
Hemos visto en las mejores universidades de EE.UU. reiteradas muestras de sectarismo a tenor de la corrección política. Y hace pocas semanas la Universidad de Edimburgo quitó a uno de sus edificios más emblemáticos el nombre de David Hume, que estudió allí en el siglo XVIII y es uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos.
La explicación de la propia universidad reúne los tópicos de moda, aludiendo a la “sensibilidad” de los estudiantes porque Hume efectuó “comentarios sobre las razas que, aunque no eran infrecuentes en su tiempo, ahora resultan molestos”. Se trata de una justificación habitual en el pensamiento único, pero siniestra.
El hecho es que Hume escribió en una nota al pie de su ensayo “Sobre los caracteres nacionales”, de 1748, lo siguiente: “Tiendo a sospechar que los negros son naturalmente inferiores a los blancos”. Como apuntó Daniel Johnson en Law & Liberty, los prejuicios del pensador escocés resultan evidentes en esa nota, pero no lo convierten en un racista cuyo nombre deba ser inquisitorialmente expurgado.
Peligroso revisionismo
Al representar lo que era en esos años un lugar común, ¿qué deberíamos hacer hoy? Si aplicáramos ese rasero, ningún autor, por ejemplo, antisemita, debería quedar en pie, con lo que arrasaríamos con gigantes como Voltaire o Kant, y a saber cómo reaccionarían los socialistas al ser privados de leer a Marx y Engels. La lista de los insensibles y prejuiciosos no tendría fin.
Ignoro si el nacionalismo se cura viajando, o el fanatismo leyendo, pero, por lo que pueda valer, invito a leer el gran libro de Rasmussen sobre Hume y su amigo Adam Smith: El infiel y el profesor. Si Hume tenía prejuicios, no los tengamos nosotros. Lo que está sucediendo en todo el mundo con la sensiblería y la corrección política sugiere que hay bastante trabajo que hacer.
Por cierto, hablando de prejuicios, Johnson recuerda que quien los padeció fue el propio Hume, “que siempre fue una figura controvertida: en su tiempo por ser sospechoso de ateísmo, y después por su escepticismo metafísico y moral”.
Sufrió ello en sus carnes: le negaron una cátedra allí en Edimburgo en 1745 por la combinación de lo que el filósofo denominó: “Las conspiraciones del rectorado, la intolerancia del clero y la credulidad del vulgo”.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 26 de octubre de 2020.