Pobre Venezuela

Por Carlos A. Ball

El fenómeno Chávez es virtualmente incomprensible para los extranjeros, pero no así para los venezolanos que hemos visto el creciente deterioro y destrucción de nuestras instituciones a lo largo de toda una generación.

¿En qué otro lugar del mundo se ha sufrido de cada vez peores gobiernos a lo largo de 35 años? El último presidente que ejerció el poder con decencia y patriotismo fue el presidente Raúl Leoni. Aunque lejos de compartir su ideología socialdemócrata, reconozco que era un hombre honrado y bien intencionado, lo cual no fue el caso de ninguno de los que vinieron después. Estos lograron aplastar la sociedad civil, politizando al máximo cada aspecto de la vida nacional, desde la economía hasta las elecciones de las reinas de belleza.

En ningún otro país sudamericano los gobernantes han concentrado en sus manos tanto poder político y económico al mismo tiempo. A partir de la estatización del petróleo, durante la primera administración de Carlos Andrés Pérez, el jefe de estado se convirtió en señor feudal y cada actividad llevada a cabo por los ciudadanos crecientemente dependía del visto bueno político.

Eso significó el acelerado debilitamiento de la sociedad civil, a la vez que la creciente dependencia de algún nexo político para poder tener éxito en cualquier actividad y, a veces, hasta para sobrevivir.

En tal sentido, Venezuela ha sido desde hace muchos años la antítesis de una democracia republicana. Los adecos (socialdemócratas) y copeyanos (socialcristianos) se alternaban en el poder, desde donde se repartían beneficios a los amigos y se castigaban a los opositores y a quienes no les rendían suficiente pleitesía. Ello no impedía acuerdos mercantilistas con la oposición. Por ejemplo, los ministros adecos reservaban un porcentaje de las obras públicas para los constructores copeyanos (y viceversa) porque esperaban el mismo trato una vez fuera del gobierno.

Estos arreglos formales e informales para apoderarse del país fueron las bases del llamado Pacto de Punto Fijo. A la extrema izquierda -ajena al "pacto" y para que no se murieran de hambre- se les entregaron las universidades, especialmente la más grande de todas, la Universidad Central de Venezuela (UCV). Y, ahora, es el profesorado marxista de la UCV quien conforma el núcleo ideológico y administrativo del gobierno de Chávez. Ellos, por muchos años, vieron con rabia y envidia el festín, asomados por encima de la cerca.

El presidente Caldera, en su segunda administración y en venganza contra su propio partido por no haberlo apoyado, le abrió las puertas a varios de estos resentidos y le condonó la pena de cárcel al golpista Chávez, probablemente para mortificar a Pérez. De tal manera que se puede afirmar que Chávez está en el Palacio de Miraflores gracias a Caldera y a la inmensa corrupción desatada en Venezuela por la politización absoluta de sus instituciones.

A lo largo de todos estos años los políticos venezolanos le repetían incansablemente al pueblo que Venezuela es un país rico, donde no hay que hacer mayor esfuerzo personal sino apoyar al partido: "todo va a cambiar en las próximas elecciones". Chávez, quien ahora está hablando de lo que va a hacer a lo largo de los próximos 20 años, promete que todo va a cambiar una vez aprobada la nueva constitución en el referéndum del 15 de diciembre.

La nueva constitución es aún más socialista y más estatista que la de 1961. La gran diferencia es que se ha doblado la población de Venezuela y 24 millones no pueden ser alimentados por las exportaciones petroleras sin inversión privada ni creación de empleos. Chávez -típico producto del sistema educacional gubernamental- no tiene idea de las realidades económicas.

El autoritarismo y fortunas de los líderes adecos y copeyanos se dispararon en los años 70, 80 y 90 porque los dirigentes de la sociedad civil (empresarios, profesionales, etc.) prefirieron callar y aceptar las dádivas y privilegios que el príncipe les concedía. Los apóstoles de Carlos Andrés Pérez (los doce empresarios favoritos del régimen) están esparcidos por todo el mundo, disfrutando de sus mega fortunas, aunque algunos de ellos lograron participar en el financiamiento de la campaña electoral de Chávez.

Lo que estamos viendo en Venezuela es una nueva piñata. Los invitados son otros, el discurso es más populista y el futuro más oscuro.