Piketty ignora lo más importante
Deirdre McCloskey dice que "La única razón en el libro para excluir al capital humano del capital parece ser forzar la conclusión que Piketty quiere lograr. Uno de los títulos en el capítulo siete declara que 'el capital siempre [está] distribuido de forma más desigual que el trabajo'. No, no lo está".
Este artículo fue publicado originalmente en Cato Policy Report (EE.UU.), edición julio/agosto de 2015. Una versión más larga de este artículo aparece en el Erasmus Journal of Philosophy and Economy. Aquí puede descargar este texto en formato PDF.
Thomas Piketty ha escrito un extenso libro —577 páginas de texto; 76 páginas de notas; 115 gráficos y tablas— que ha emocionado a la izquierda alrededor del mundo. Primero fue publicado en francés en 2013, una edición en inglés fue publicada el año pasado y recibida con aplausos y con la primera posición en la lista de bestsellers del New York Times. Había pasado mucho tiempo desde que un tratado técnico de economía tenía un mercado tan grande. Un economista no puede hacer más que aplaudir. Un historiador económico no puede hacer más que estar eufórico.
El tema central de Piketty es la fuerza del interés sobre la riqueza heredada, que causa, según él, una creciente desigualdad de ingreso derivada de la riqueza. En 2014 Piketty le dijo a Evan Davis de la BBC que “el dinero suele reproducirse así mismo”, una queja acerca del dinero y su tasa de interés que se ha hecho varias veces en Occidente desde Aristóteles. Como el filósofo expresó de algunos hombres, “toda la idea de sus vidas es que deberían o aumentar su dinero sin límite, o en cualquier medida no perderlo... . La forma más odiada [de incrementar su dinero]... es la usura, que obtiene una ganancia del dinero mismo”.
La teoría de Piketty es que el rendimiento del capital usualmente excede la tasa de crecimiento de la economía, y así la porción del retorno sobre el capital en el ingreso nacional crecerá de manera constante, simplemente porque el ingreso por intereses está creciendo más rápido que el ingreso que toda la sociedad está obteniendo. Permitámonos por lo tanto incluir al Estado para implementar “un impuesto global progresivo sobre el capital” —para cobrarle un impuesto a los ricos. Para él , esta es nuestra única esperanza. Leer el libro es una buena oportunidad para entender la más reciente preocupación de la izquierda acerca del capitalismo, y para poner a prueba su fortaleza económica y filosófica. La preocupación de Piketty acerca de los ricos es realmente simplemente la última de una larga serie de preocupaciones que se pueden rastrear hasta Thomas Malthus, David Ricardo, y Karl Marx. Desde esos genios fundadores de la economía clásica, el progreso puesto a la prueba del comercio ha enriquecido enormemente a grandes porciones de la humanidad —que hoy en día es siete veces mayor en población que en 1800— y parece estar bien ubicado para enriquecer a lo largo de los próximos más o menos 50 años a todos en el planeta. A pesar de ello, la izquierda con frecuencia se olvida de este evento, el evento secular más importante desde que se inventó la agricultura —el Gran Enriquecimiento de los últimos dos siglos, y continúa preocupándose y obsesionándose con una nueva versión de esta idea aproximadamente cada media generación.
Todas las preocupaciones, desde Malthus hasta Piketty, comparten un pesimismo subyacente, ya sea sobre la imperfección del mercado de capitales, de los comportamientos inadecuados del consumidor individual o acerca de las Leyes de Movimiento de un Sistema Capitalista. Durante una historia relativamente tan buena desde 1800 hasta el presente, los pesimistas económicos en la izquierda de igual forma han estado sujetos a las pesadillas de culpas terriblemente terribles. Sin duda, este tipo de pesimismo vende. Por razones que nunca he comprendido, a la gente le gusta escuchar que el mundo se está yendo al infierno, y se pone toda exaltada y desdeñosa cuando algún idiota optimista se mete con su placer. Aún así, el pesimismo ha sido consistentemente una mala guía en el mundo económico moderno.
La oferta, la demanda y la destrucción creativa
Los defectos técnicos en el argumento de Piketty son generalizados. Cuando usted busca, usted los encuentra. El problema fundamental es que Piketty no comprende cómo funcionan los mercados. En línea con sus posiciones como un hombre de izquierda, él tiene una vaga y confusa idea acerca de cómo la oferta responde a los precios más altos. Evidencia sorprendente acerca de la educación defectuosa de Piketty se da tan pronto como en la página 6.
Empieza aparentemente concediendo a sus opositores neoclásicos: “Ciertamente, existe en principios un mecanismo económico bastante sencillo que debería restaurar el equilibrio al proceso: el mecanismo de la oferta y la demanda. Si la oferta de cualquier bien es insuficiente, y su precio es demasiado alto, entonces la demanda de ese bien debería caer, lo cual conduciría a un declive en su precio”. Las palabras que coloco en letra itálica claramente se mezclan con el movimiento a lo largo de una curva de demanda con el movimiento de toda la curva, un error de estudiantes universitarios en primer semestre. El análisis correcto es que si el precio es “demasiado alto” no es toda la curva de demanda la que “restaura el equilibrio”, sino una curva de oferta que se mueve hacia afuera. La curva de oferta se mueve hacia afuera porque el ingreso es inducido mediante el olfato de ganancias extraordinarias.
Piketty no reconoce que cada ola de inventores, empresarios, e incluso capitalistas comunes y corrientes encuentran que sus recompensas se pierden cuando ingresan al mercado. Considere la historia de las fortunas de los grandes almacenes. El ingreso de los grandes almacenes a fines del siglo XIX —Le Bon Marché, Marshall Field, y Selfridge’s— era empresarial. El modelo luego fue copiado a lo largo del mundo rico. A fines del siglo XX el modelo fue desafiado por una ola de tiendas de descuento, y luego estas a su vez fueron desafiadas por Internet. Lo que sucede es que la ganancia que se llevan los especuladores es más o menos rápidamente socavada por movimientos hacia afuera en la curva de la oferta. La acumulación original se disipa. El economista William Nordhaus ha calculado que los inventores y empresarios hoy en día obtienen una ganancia de 2% del valor social de sus invenciones. Si usted es Sam Walton ese 2% le da personalmente una gran cantidad de dinero por haber introducido el uso de códigos de barra en el abastecimiento de las góndolas en los supermercados. Pero 98% al costo de 2% es todavía un buen negocio para el resto de nosotros. Las ganancias derivadas de las vías macadamizadas o del caucho vulcanizado, luego aquellas de las universidades modernas, o del concreto estructural y del avión, han enriquecido incluso a los más pobres de nosotros.
El capital humano y la desigualdad
Esto me lleva al siguiente problema técnico. La definición de Piketty de la riqueza no incluye al capital humano —propiedad de los trabajadores— que ha crecido en los países ricos hasta llegar a ser la mayor fuente de ingreso cuando se combina con la inmensa acumulación desde 1800 de capital en conocimiento y hábitos sociales, los cuales a su vez son propiedad de todos los que tienen acceso a estos. Algún tiempo atrás, el mundo de Piketty sin capital humano era aproximadamente nuestro mundo, el de Ricardo y el de Marx, con los trabajadores siendo propietarios solamente de sus manos y su espalda, y los jefes y propietarios siendo dueños de todos los demás medios de producción. Pero desde 1848 el mundo ha sido transformado por lo que se sienta entre las orejas de los trabajadores.
La única razón en el libro para excluir al capital humano del capital parece ser forzar la conclusión que Piketty quiere lograr. Uno de los títulos en el capítulo siete declara que “el capital siempre [está] distribuido de forma más desigual que el trabajo”. No, no lo está. Si el capital humano se incluye —la alfabetización del trabajador de fábrica, la habilidad de la enfermera educada, el dominio que un administrador profesional tiene de sistemas complejos, la comprensión que tiene un economista acerca de las respuestas de la oferta— los trabajadores en sí, según una contabilidad correcta, poseen gran parte del capital de la nación —y el drama de Piketty se cae al piso.
Finalmente, como Piketty admite cándidamente, su propia investigación sugiere que solo en EE.UU., el Reino Unido, y Canadá, la desigualdad de ingresos ha aumentado bastante, y solo recientemente. En otras palabras, sus miedos no fueron confirmados en ningún momento entre 1910 y 1980; ni en ninguna parte a largo plazo en cualquier momento antes de 1800; ni en cualquier parte de la Europa Continental y Japón desde la Segunda Guerra Mundial; y solo recientemente, y un poco, en EE.UU., el Reino Unido, y Canadá. Eso es algo realmente desconcertante si el dinero suele reproducirse a sí mismo como una ley general. La verdad es que la desigualdad aumenta y baja en grandes olas, para las cuales tenemos evidencia de muchos siglos atrás y hasta el presente, lo cual tampoco figura en este relato.
Algunas veces Piketty describe su maquinaria como un “proceso potencialmente explosivo”. En otras ocasiones, admite que los shocks aleatorios a la fortuna de una familia significan que “es poco probable que la desigualdad de riqueza crezca de manera indefinida...en cambio, la distribución de la riqueza convergirá hacia determinado equilibrio”. En torno a las listas de los muy ricos, Piketty nota, por ejemplo, “varios cientos de fortunas aparecen [las que van desde $1.000 millones hasta $10.000 millones] en alguna parte del mundo casi cada año”. ¿Pero qué está pasando, Profesor Piketty? ¿El apocalipsis o una porción persistente de personas ricas están constantemente saliendo de la riqueza o arribando a ella, de forma evolutiva?
El escritor de ciencias Matt Ridley ha ofrecido una razón convincente para explicar el ligero aumento que se ha dado recientemente en Inglaterra. En “Derríbame con una pluma”, escribe Ridley:
“Usted quiere decir que durante tres décadas en las que el gobierno alentó burbujas de activos en los precios de las viviendas; dio exenciones tributarias a las pensiones; tributó ligeramente a los ricos que no tenían domicilio [esto es, los ciudadanos de otros países como Rusia y Arabia Saudita que viven en el Reino Unido]; destinó dinero a los subsidios agrícolas; y restringió severamente la oferta de tierra para la vivienda, elevando la prima ganada por planificar los permisos para cualquier construcción, ¿los propietarios ricos del capital vieron su riqueza relativa aumentar ligeramente? Bueno, estaré condenado...[Ahora, hablando seriamente] una buena parte de cualquier incremento en la concentración de riqueza desde 1980 ha sido liderado por políticas estatales, que sistemáticamente han re-dirigido las oportunidades de obtener ganancias hacia los ricos en lugar de hacerlo hacia los pobres. En EE.UU., uno puede elaborar una explicación similar de que el Estado, que Piketty espera que resuelva el supuesto problema, es en realidad la causa”.
¿Es mala la desigualdad?
El problema central con el libro, sin embargo, es una cuestión ética. Piketty no explica por qué la desigualdad por sí sola sería algo negativo malo. Ciertamente, es irritante que una mujer súper rica se compre un reloj de $40.000. La compra es éticamente reprochable. Debería estar dándole su ingreso excesivo —de un nivel tan amplio como de dos carros en lugar de veinte; dos casas en lugar de siete; un yate en lugar de cinco— a caridades efectivas. Andrew Carnegie enunció en 1889 el siguiente principio: “un hombre que muere así de rico muere deshonrado”. Carnegie regaló toda su fortuna (bueno, la regaló en el momento de su muerte, luego de haber gozado de un castillo en su Escocia natal, entre otras fruslerías). Pero el hecho de que muchas personas ricas actúan de forma vergonzosa no implica de manera automática que el gobierno debería intervenir para detenerlos. La gente actúa de forma deshonrosa de todo tipo de formas. Si en un mundo envilecido nuestros gobernantes recibieran la tarea de mantenernos a todos enteramente éticos, el Estado sometería todas nuestras vidas a un tutelaje paternal, una pesadilla lograda aproximadamente antes de 1989 en la Alemania del Este y ahora en Corea del Norte.
Nótese que en el relato de Piketty el resto de nosotros acabamos tan solo un poco detrás de los capitalistas voraces. El enfoque en la riqueza relativa, o en el ingreso, o en el consumo es un problema serio en el libro. La visión apocalíptica de Piketty deja poco espacio para el resto de nosotros a los que realmente nos va muy bien —de manera no apocalíptica más bien— como de hecho nos ha ido desde 1800. Lo que le preocupa a Piketty es que los ricos puede que posiblemente se vuelvan más ricos, aún cuando los pobres también se enriquecen. Su preocupación es puramente acerca de la diferencia, sobre un confuso sentimiento de envidia elevado a una propuesta teórica y ética.
Pero nuestra verdadera preocupación debería ser cómo elevar a los pobres hacia una condición de dignidad, un nivel en el cual ellos puedan funcionar dentro de una sociedad democrática y llevar una vida plena. No importa éticamente si los pobres tienen la misma cantidad de brazaletes de diamantes y carros Porsche que los propietarios de los fondos de inversión. Pero sí importa si tienen las mismas oportunidades de votar, aprender a leer o de tener un techo sobre sus cabezas.
Adam Smith una vez describió la idea escocesa como “permitir que cada hombre persiga su propio interés a su manera, sobre el plan liberal de igualdad, libertad y justicia”. Sería algo bueno, por supuesto, si una sociedad libre y rica siguiendo al liberalismo Smithiano produjera una igualdad Pikettyana. De hecho, en gran medida lo ha hecho, según el único estándar éticamente relevante de los derechos humanos y comodidades básicas. Por ejemplo, introducir el liberalismo en Hong Kong y Noruega y Francia, regularmente ha conducido a una mejora impresionante y a una verdadera igualdad de resultados —con los pobres adquiriendo carros, agua caliente y fría en sus grifos, cosa que era negada en tiempos anteriores incluso para los ricos, y adquiriendo derechos políticos y dignidad social que eran negados en tiempos anteriores para todos menos los ricos.
Los economistas Xavier Sala-i-Martin y Maxim Pinkovsky reportan sobre la base de un estudio detallado de la distribución individual del ingreso —en vez de comparar la distribución nación-por-nación— que “la pobreza mundial está cayendo. Entre 1970 y 2006, la tasa de pobreza mundial ha sido reducida en aproximadamente tres cuartos. El porcentaje de la población mundial que vive con menos de $1 al día (en dólares de 2000 ajustados para el PPP) fue de 26,8% en 1970 a 5,4% en 2006”.
En 2013 los economistas Donald Boudreaux y Mark Perry notaron que “según el Buró de Análisis Económico, el gasto de los hogares en muchas de las cosas 'básicas' de la vida moderna —alimentos en la casa, carros, ropa y zapatos, muebles y electrodomésticos del hogar, vivienda y servicios públicos— cayó de 53% del ingreso disponible en 1950 a 44% en 1970 y a 32% hoy”.
El economista Steven Horwitz resume los datos sobre las horas de trabajo requeridas para comprar un televisor a colores o un carro, y señala que “estos datos no capturan...el cambio en la calidad...El televisor de 1973 era máximo de 25 pulgadas, con resolución pobre, probablemente sin control remoto, sonido débil, y generalmente nada parecido a su descendiente de 2013...Conseguir 100.000 millas en un carro era motivo de celebración. No obtener 100.000 millas de un automóvil actualmente es motivo de pensar que se compró una chatarra”. Él, además, observa que “viendo a los distintos datos de consumo, desde las encuestas del Buró del Censo acerca de lo que los pobres tienen en sus casas hasta el tiempo laboral requerido para comprar una variedad de bienes de consumo, es claro que los estadounidenses están viviendo mejor ahora que nunca antes. De hecho, los estadounidenses pobres de hoy viven mejor, según estas mediciones, que lo que vivía su contraparte de clase media en la década de 1970”.
El politólogo e intelectual público Robert Reich argumenta que, no obstante, debemos de estar alarmados por la desigualdad, en lugar de dedicar todas nuestras energías a elevar las condiciones absolutas de los pobres. “La creciente desigualdad todavía obstaculiza la movilidad hacia arriba”, declara. Reich está equivocado. Horwitz resume los resultados de un estudio realizado por Julia Isaacs acerca de la movilidad individual entre 1969 y 2005: “82% de los niños en el 20% más pobre de 1969 tenían ingresos [reales] en 2000 que eran más altos que lo que sus padres tenían en 1969. El ingreso medio [real] de esos niños de los pobres en 1969 era el doble que el de sus padres”. No hay duda de que los niños y nietos de los refugiados del “Dust Bowl” (cuenca de polvo) de California, por ejemplo, están mucho mejor que sus padres o abuelos. John Steinbeck realizó una crónica en Las uvas de la ira acerca de sus peores y terribles tiempos. Unos cuantos años después muchos de los “Okies” (inmigrantes pobres de Oklahoma) obtuvieron empleos en las industrias de la guerra, y muchos de sus niños luego asistieron a alguna universidad. Algunos de ellos luego se convirtieron en profesores universitarios que piensan que los pobres están cada vez más pobres.
El evento principal: el Gran Enriquecimiento
El problema más fundamental en el libro de Piketty es que él ignora el evento principal. Al enfocarse únicamente en la distribución del ingreso, ignora el evento secular más sorprendente en la historia: el Gran Enriquecimiento del individuo promedio en el planeta por un factor de 10 y en los países ricos por un factor de 30 o más. Muchos humanos ahora están sorprendentemente mejor que sus ancestros.
Esto incluye una mejora gigantesca de los más pobres —sus ancestros y los míos. Mediante incrementos dramáticos en el tamaño del pastel, los pobres han sido elevados a un 90 o 95% de igual sustento y dignidad, comparado con un 10 o 5% obtenible mediante la redistribución sin que crezca el pastel. ¿Qué causó el Gran Enriquecimiento? No puede ser explicado por la acumulación del capital, como el mismo nombre “capitalismo” lo implica. Nuestras riquezas no se hacen poniendo un ladrillo encima de otro, o colocando un título universitario encima de otro, o colocando una hoja de balance bancario sobre otra, sino más bien colocando una idea encima de otra. Los ladrillos, los títulos, y los balances bancarios por supuesto que fueron necesarios. Pero sería poco ilustrador explicar el Fuego de Chicago de 1871 con la presencia de oxígeno en la atmósfera de la tierra.
Las causas originales y que hacen sustentable al mundo moderno fueron de hecho éticas, no materiales. Estas fueron la difusión de la adopción de dos ideas nuevas: la idea económica liberal de libertad para las personas comunes y corrientes y la idea social demócrata de dignidad para ellas. Esto, a su vez, liberó la creatividad humana de sus ataduras antiguas. La destrucción creativa acumuló ideas radicalmente, así como las vías férreas destruyeron creativamente la actividad de caminar y de los carruajes tirados por caballos, o como la electricidad destruyó creativamente el alumbramiento con kerosene y el lavado a mano de la vestimenta, o como las universidades destruyeron creativamente la ignorancia literaria y la baja productividad en la agricultura. El Gran Enriquecimiento no requiere la acumulación de capital ni la explotación de trabajadores, sino lo que yo denomino el Acuerdo Burgués. En la lotería histórica la idea de una libertad y dignidad igualadoras fue el ticket ganador, y la burguesía lo tenía.
Que incluso a largo plazo todavía permanecen algunas personas pobres no significa que el sistema no está funcionando para ellos, siempre y cuando su condición continúe mejorando, como lo está haciendo, y siempre y cuando el porcentaje de personas desesperadamente pobres se dirija hacia cero, como lo está haciendo. Que la gente todavía muere algunas veces en los hospitales no significa que la medicina debe ser reemplazada con doctores brujos, siempre y cuando las tasas de mortalidad estén cayendo y siempre y cuando la tasa de mortalidad no caería bajo el cuidado de los doctores brujos. Thomas Piketty ha escrito un libro valiente. Pero el libro está equivocado.