Perú: Déspotas de la salud

Yesenia E. Álvarez Temoche considera que la propuesta de aplicar un impuesto a la "comida chatarra" con el objetivo de inhibir su consumo para promover hábitos saludables entre los peruanos "además de absurda e injusta, agrede la libertad que tenemos los individuos de elegir nuestra forma de vida".

Por Yesenia E. Álvarez Temoche

El ministro de salud del Perú, Alberto Tejada, de la mano con fanáticos prohibicionistas, amenazan aplicar un impuesto a la “comida chatarra” con el objetivo de inhibir su consumo para promover hábitos saludables entre los peruanos. Esta propuesta además de absurda e injusta, agrede la libertad que tenemos los individuos de elegir nuestra forma de vida.

En toda la aparición mediática que han tenido los defensores del injusto impuesto no han podido responder preguntas simples como por ejemplo: ¿qué tipo de comidas afectaría este impuesto? ¿Afectaría solo a las hamburguesas, o también el sándwich de chicharrón? ¿El cebiche de pescado tendría diferencia con el cebiche de conchas negras? ¿El Mc Flurry de McDonald’s? ¿Y el suspiro a la limeña, los picarones o la natilla piurana? ¿Por qué no? Siguiendo el propósito del estado de protegernos de peligros que los individuos no podemos juzgar, ¿habría que poner impuestos no solo a las comidas peligrosas sino también a una lista infinita y absurda de cosas como por ejemplo a la venta de parapentes, a los guantes de box, a los cuchillos, a las bicicletas, etc.?

Todas estas preguntas no pueden conseguir nunca respuestas objetivas o justas porque reflejarán lógicamente las valoraciones y gustos de quienes quieren crear el gravamen. Resulta que para estos funcionarios es asunto del estado decidir lo qué debemos o no debemos comer porque hay en el mercado sustancias peligrosas y no saludables que entre otros males nos pueden llevar a la obesidad.

¿De dónde viene la virtud de estos funcionarios para decidir por encima de nosotros mismos lo qué debemos o no debemos comer, y en consecuencia el peso que debemos tener? Por donde se le mire, en este fingido sublime deseo subyace la visión intervencionista y despótica de estos funcionarios de imponer su moral, de creerse iluminados omnipotentes dotados de la capacidad de orientar la vida de los demás además de la suya. No tienen en cuenta que ni los legisladores, ni los impuestos, ni la ley pueden hacer virtuosas a la personas, ni mucho menos pueden regir sus conciencias o sus voluntades. Bastiat, en su obra clásica La ley criticaba profundamente a aquellos pensadores que consideraban al género humano como materia inerte que espera y recibe todo de un gran legislador, de un príncipe o de un genio.

¿Tan incapaces somos los individuos frente a este estado paternalista, que lo necesitamos para que mediante un impuesto juzgue lo que nos hace bien o mal? Los individuos poseemos la facultad de pensar y juzgar por nosotros mismos. No se nos puede imponer ideas o gustos alimenticios valiéndose de la fuerza de la ley y de los impuestos. La ley no puede ser usada para que el Estado tome decisiones que corresponden a los individuos. Siempre que no se afecte derechos de otros, debemos respetar que cada quien elija su forma de vida, sea sana o no, nos guste o no.

Un intervencionista que cree que desde el Estado se debe controlar, hacer virtuosos y reformar a los individuos no puede comprender esto. Es por eso que pervierten la ley para imponer su moral frente a lo que ellos consideran “vicios”. El ministro de salud y quienes han salido a defender el “impuesto” buscan precisamente “imponer” lo que ellos juzgan que deben comer los peruanos, juicio que deben hacer los mismos peruanos.

En su estrechez mental, los déspotas intervencionistas no pueden avizorar que existen otras formas de alentar lo saludable como campañas educativas, ellos no interiorizan que mientras pretendan imponer lo saludable o peligroso mediante leyes o impuestos, se está cometiendo opresión, arbitrariedad e injusticia.

En este polémico debate, se está pasando de largo que son los individuos los responsables de elegir sus comidas, sus dietas, sus formas de vida. Cada persona es libre y responsable de sus actos. ¿Por qué el Estado debe protegernos de los riesgos y peligros de nuestras propias decisiones? ¿Por qué el estado debe hacer pagar a unos por los errores y malas decisiones de otros?

No hay fundamento para que el Estado intervenga en las decisiones que corresponden a los individuos. Cada quien asume la responsabilidad de su vida, no el Estado. Hay que recordarles a estos fingidos reformadores sociales que somos capaces de asumir nuestras propias valoraciones, riesgos y responsabilidades de nuestras formas de vida; y que dejen nuestra dieta en el fuero íntimo muy lejos del alcance del estado.