Perú: Amor por decreto

Alfredo Bullard señala que "todo tipo de patriotismo, como el amor, tiene valor porque se puede escoger no querer a tu país o no amar a una persona. ¿Se hubiera podido crear el mismo sentimiento obligando por ley a los peruanos a que nos guste la comida peruana?"

Por Alfredo Bullard

¿Conoce a alguien que se haya enamorado por obligación? El amor es un sentimiento. A uno le nace (o no le nace) amar a alguien, no se puede ordenar amar. Se puede, sí, obligar a tener gestos o actos consistentes con lo que llamamos amor. Puedo, aunque parezca absurdo, multar a quien no besa a alguien o sancionar a quien no recita un poema romántico. Se puede obligar a la gente a fingir amor, pero no a sentirlo.

En los últimos días muchos peruanos nos madrugamos más de una ocasión para ver al equipo de vóley de menores representar a nuestro país y vencer a los equipos más pintados. Sentimos orgullo y amor por lo peruano. Actos aparentemente irrelevantes (empujar una y otra vez una pelota por encima de una red) nos inspiran patriotismo porque nos recuerdan el sacrificio que significa para las jugadoras lograr hacerlo con tanta habilidad y capacidad, superando a equipos que en el papel deberían ser mejores. Le pregunto a usted, ¿qué sentiría si se diera una ley que nos obligara a ver los partidos por televisión o a ir a recibir a nuestro equipo al aeropuerto? Estaríamos ante gestos fingidos, pero no ante un verdadero sentimiento patriótico.

Otro ejemplo de amor nacional se encuentra en nuestro cariño por la comida peruana. Pocas cosas generan más consenso y representan tan claramente nuestra identidad. Esa opinión generalizada no se debe a leyes del congreso ni a decretos del gobierno. El orgullo que despierta nuestra cocina es un sentimiento sincero, real, que nos nace de adentro. Su valor radica en la posibilidad legítima que tendríamos de que no nos guste.

Finalmente todo tipo de patriotismo, como el amor, tiene valor porque se puede escoger no querer a tu país o no amar a una persona. ¿Se hubiera podido crear el mismo sentimiento obligando por ley a los peruanos a que nos guste la comida peruana?

Esto me lleva a Fiestas Patrias. Las casas y edificios se llenaron de banderas. Pero —en la gran mayoría de los casos— ello no nació de un sentimiento, sino de una obligación legal. No nació del amor, sino del temor a una multa. Eso no es patriotismo, eso es una simple y fría regulación estatal. Bien vista la situación no se diferenciaría a un decreto que nos ordenara llevar forzosamente una escarapela cuando salimos a la calle o, peor aun, que nos obligara a salir vestidos de chalán o de tapada.

Por supuesto que una buena parte de vecinos colocan su bandera porque les nace. Mucha gente pone banderitas en sus carros a pesar de que no hay mandato ni multa. Y es que el patriotismo por decreto no es verdadero. Solo crea una obligación a fingir.

El juego de multar por no poner banderitas es una costumbre heredada de una cultura militarista. Así como los soldados están obligados a rendir un cierto culto a los símbolos patrios, los civiles somos obligados (con multas) a portarnos como soldados.

Ese patriotismo mal entendido se ve en absurdos como pretender que las radios pasen una cuota de música peruana o contenidos indígenas o tener cuotas para las películas nacionales en los cines. Ello asegurará en realidad un mayor rechazo, similar a obligar por ley a casarse con alguien que no queremos.

También es fruto de un patriotismo mal entendido crear un servicio militar obligatorio (eufemísticamente llamado voluntario) con el fundamento de fomentar el amor al Perú.

Me parece muy bien ser patriota (que no es lo mismo que nacionalista); es decir, amar a nuestro país. Pero cada quien es libre de expresar su amor como le parezca. Para algunos será embanderando su casa, y para otros saliendo a bailar marinera al medio de la calle. Algunos prepararemos cebiche y otros cantarán valses criollos. Los amores forzados son siempre mentirosos. El amor ni se norma ni se regula, solo se siente.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 10 de agosto de 2013.