Perspectivas económicas de España

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

El consenso de las principales instituciones nacionales e internacionales prevé un crecimiento del PIB del 2,6 % para 2004 y del 2,6% / 2,7% para 2005. En la superficie de la economía española los datos no son negativos ni, en apariencia, alarmantes salvo la inflación y el déficit exterior.

El consumo privado mantiene un razonable dinamismo, la inversión en bienes de equipo repunta con vigor, la construcción muestra una resistencia a la baja considerable, el empleo se comporta de manera positiva; sin embargo, una sutil variable, las expectativas de las familias y de las empresas muestra un panorama diferente. Todos los indicadores cualitativos –Índice de Confianza de los Consumidores, de Clima Económico, de Clima Industrial o las encuestas del CIS por citar algunos ejemplos- reflejan una realidad diferente. Los agentes económicos han perdido confianza en el futuro.

El vigente patrón de crecimiento, sustentado en la demanda interna, es insostenible en el horizonte del medio y del largo como lo ponen de manifiesto el empeoramiento de la diferencia de inflación y el aumento del desequilibrio exterior, a pesar de la suave desaceleración de la actividad. Si estuviésemos fuera de la Unión Económica y Monetaria (UEM), esa situación hubiese generado ya dos efectos, una subida de las tasas de interés para reducir las tensiones inflacionarias y una depreciación del tipo de cambio para corregir el problema externo. La participación en el euro impide que esos ajustes se materialicen de manera inmediata pero los incuba y los acumula como esas enfermedades que no muestra su agresividad hasta que emergen con toda su crudeza. España vive los efectos de una expansión monetaria muy intensa que alimenta de manera artificial el gasto de los hogares y el de las empresas.

El déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente no es una manifestación de la fortaleza de la economía nacional, sino de su fragilidad. Expresa la pérdida de competitividad de los bienes y servicios españoles en los mercados globales. La combinación de una creciente diferencia de inflación y de costes laborales con relación a la Eurozona frena las exportaciones a y la espectacular expansión crediticia existente en España estimula el gasto interno y, con él, las importaciones. Esto sin contar, la reducción de la cuota de mercado hacia las regiones más o menos ligadas al dólar causada por la apreciación de la divisa europea frente al billete verde. En este contexto, una recuperación más intensa de Eurolandia sólo ayudaría a agravar el déficit exterior porque, si bien las ventas a esos países integrados en ella aumentarían, lo harían más las compras. De entrada, el agujero de la cuenta corriente ha restado ya dos puntos al crecimiento del PIB en el tercer trimestre.

Ahora bien, los costes de esos desequilibrios no son todavía perceptibles ni afectan al bienestar de la mayoría de los ciudadanos. Entonces...¿Por qué se han deteriorado las expectativas tan rápido? La respuesta es clara. La política económica en curso carece de la consistencia y de la credibilidad necesarias para hacer pensar en una continuación de la fase expansiva iniciada en 1996 o en la perpetuación de la coyuntura actual. El gobierno disfruta de la herencia recibida pero no ha tomado ninguna medida destinada a prolongarla. Además, algunas iniciativas –derogación de la Ley de Estabilidad Presupuestaria-, algunas declaraciones –la posible eliminación de las desgravaciones fiscales a los plantes de pensiones o a la vivienda- y la renuncia a realizar reformas estructurales, imprescindibles para alargar el ciclo expansivo crean un escenario clásico de inconsistencia temporal, que tenderá a ralentizar y/o paralizar las decisiones de gasto e inversión de los hogares y de las compañías.

Entre 1997 y 2004 se produjo en España un cambio de régimen económico en la línea descrita por el Premio Nóbel de Economía Robert Jr. Lucas. Se introdujeron reglas del juego claras y estables, se acometió un proceso de consolidación presupuestaria y de rebajas impositivas, así como se liberalizaron los principales mercados. Ese marco generó expectativas positivas en los agentes económicos y produjo un despliegue sin precedentes del crecimiento y del empleo. Ahora se ha producido un nuevo cambio de régimen económico pero en la dirección contraria o, lo que es peor, en ninguna lo que produce el efecto opuesto: Un deterioro de las expectativas. Además no existe elemento objetivo alguno que permita esperar una mejoría de esos singulares y extraños animal spirits, como diría el viejo Keynes. Entre el inmovilismo y la contrarreforma, los resultados de la economía española dependerán de cuanto se prolonguen los benéficos impactos del legado popular y/o de cómo evolucione la coyuntura internacional.

¿Qué sucederá? Sólo los dioses lo saben. La cuestión no estriba en pronosticar si el PIB crecerá unas décimas arriba o abajo, sino en certificar una evidencia palpable a la vista de cualquier manual de economía elemental. Si todo sigue igual y quien escribe estas líneas es generoso e incluso optimista al formular esta hipótesis, la situación económica empeorará de modo inexorable y, quizá, mucho antes de lo previsto por la mayoría de los analistas.