Paz, piedad, perdón...y olvido
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
La transición española se basó en un principio clave observado por todos los gobiernos desde 1977: el cierre de la Guerra Civil. Los herederos de vencedores y vencidos hicieron suya la proclama azañista de 'paz, piedad y perdón' y le introdujeron un elemento adicional: el olvido.
Por supuesto, una sociedad libre tiene derecho a revisar el pasado, a no ser hipotecaria de los pactos de los difuntos, pero la apertura del debate sobre la contienda que enfrentó a una mitad de España contra la otra que ha comenzado a proliferar en los últimos meses es una pésima noticia para la salud moral del país. Es una pócima que lo envenena todo. Ni el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) anterior al señor Zapatero, ni la intelligentsia progre española, ni el centro-derecha, habían sucumbido a la tentación de revisar y/o a interpretar a su favor la historia de un período sangriento, de una etapa de quiebra de la convivencia ciudadana.
Hace unas semanas, el profesor Santos Juliá señalaba en su columna de El País la prerrogativa de los hijos a romper ese acuerdo tácito de silencio de sus padres sobre la Guerra Civil. Desde un punto de vista académico, esta posición quizá resulte impecable pero desde una óptica política no lo es tanto. Las nuevas generaciones de españoles tienen un conocimiento limitado, por no decir inexistente, de las causas de la guerra. En consecuencia, la tentación de forjar una imagen parcial de los hechos al servicio de intereses partidistas concretos es muy alta. Esta opción es simplista y peligrosa. La hipótesis de una idílica España progresista y moderna asesinada en los años treinta por las fuerzas de la reacción, hipótesis cara a amplios sectores de la progresía celtibérica, amenaza desencadenar una respuesta contundente de quienes no comparten esa visión de los acontecimientos que, por otra parte, es errónea o, al menos, sectaria, como avala una abrumadora evidencia fáctica e historiográfica.
Cuando un país se mata durante tres años de contienda, los muertos merecen descansar en paz. Con razón o sin ella, los dos bandos lucharon por sus ideas en las trincheras porque fueron incapaces de entenderse en democracia. Todos merecen respeto y el drama de su fracaso produjo sangre y una larga etapa dictatorial en España. ¿Quién tuvo la culpa? ¿Tiene sentido responder 70 años después a esa pregunta? ¿Sirve para algo? Alguien dirá que la verdad debe resplandecer ante todo, pero esa dama es esquiva y la respuesta quizá no sea agradable para quienes reformulan la cuestión. Desde luego, la izquierda española tiene una amplia responsabilidad en la tragedia como atestigua la más solvente bibliografía hispana e internacional. Cuando no se respetan las reglas del juego democrático y la alternancia no es aceptable, cuando la oposición se levanta en armas contra un gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos, la democracia quiebra. Eso sucedió cuando PSOE, Esquerra Republicana de Cataluña, PCE y otros grupos intentaron derrocar en 1934 al gabinete salido de las urnas, la coalición de la CEDA y el Partido Radical.
En la España del siglo XXI, la resurrección intelectual y política de un revisionismo de parte sobre la Guerra Civil es un expediente a corto plazo que sólo contribuye a la crispación, a resucitar recuerdos olvidados y a emponzoñar la realidad. ¿A quién beneficia esto? A nadie. Quienes creen en Dios han de rezar por sus muertos para que gocen del descanso eterno y quienes no tienen esa fe deben honrar su memoria en el corazón. La inmensa mayoría de las familias españolas tienen cadáveres de la Guerra Civil en sus armarios y a muchas de ellas se les está haciendo revivir viejas fantasmagorías. Ese es un mal camino porque no conduce a ningún lugar, salvo al resentimiento y la amargura. La España de nuestros días es esa Tercera España que fue masacrada por las otras dos entre 1931 y 1939, es la España posible, la que creó los puentes para la reconciliación.
Quien escribe estas líneas pertenece intelectualmente a esa Tercera España, la de Ortega, Madariaga, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal y tantos otros que soñaron para este país una democracia liberal en la cual fuese posible vivir en paz, en libertad y en progreso. Es ese espíritu y no el de la resurrección de los zombies ideológicos de una de las dos Españas, el camino que hace posible avanzar hacia el futuro. Los fantasmas personales, los recuerdos infantiles de un dirigente político no pueden convertirse en banderas políticas a estas alturas del siglo. Es ridículo, irresponsable y, sin duda, estéril. El PSOE y sus aliados de la intelligentsia progre cometen un grave error si pretenden o estimulan la emergencia de un debate interminable y sin solución. Cuando se abre la Caja de Pandora de una Guerra Civil, cualquier derivada es viable.
Pertenezco a una generación que se sumó con entusiasmo al olvido, no como renuncia a conocer la verdad, sino como una opción razonable para la construcción de una España abierta y democrática. No me gustaría que mis hijos asistiesen a un revivir ni siquiera académico y mucho menos propagandístico de quién tuvo razón. Eso no sirve para nada, salvo para abrir heridas y conflictos que no benefician a nadie.