Pandillas: la moralidad del caos

Eugenio Guerrero dice que la moral de la pandilla, al igual que aquella de los fascistas, busca que el individuo se defina en torno a un enemigo.

Por Eugenio Guerrero

Oculta, como también a los márgenes de las protestas y sus legítimas razones, se ha desencadenado una forma de conducción grupal perjudicial para toda democracia, la convivencia cívica y la República, y este no es más que la figura de la pandilla. Pequeñas –pero destructivas–, vanidosas, soberbias y dotadas de fanatismo, parasitan las luchas de sus conciudadanos para estrenar su flujo de energía disgregador el cual termina por opacar las razones el esfuerzo ciudadano por un mejor país.

Esta inclinación y forma de actuar no ve más que el triunfo por el medio que sea y posee una sed infinita que se alimenta de la derrota, la venganza y el resentimiento. Esto es lo que el filósofo Albert Camus en El hombre rebelde acuñó como la moral de la pandilla. Esta moral, habitual en el comportamiento de los fascistas, clama por una definición del individuo en términos de su enemigo y, fundamentalmente, en la acción combativa y encarnizada por destruir a quienes considera oponentes.

Estas actitudes disfrazadas de justa indignación para desencadenar la violencia no sólo son profundamente antidemocráticas sino también anti-humanistas. El humanismo, como resumió Steven Pinker, fue un movimiento intelectual de enorme impacto político y filosófico para el progreso de nuestra sociedad civilizada debido a que “privilegia el bienestar de hombres, mujeres y niños individuales por encima de la gloria de la tribu, la raza o la nación”. Es en la singularidad del individuo y su derecho a discrepar, diferenciarse y manifestarse donde se hallan los fundamentos de la libertad humana. La pandilla, intransigente a cualquier conducta contraria a la tiranía de sus formas, sería capaz hasta de destruir la propiedad o la vida de un individuo. Ya hemos visto en Chile cómo intentan despedazar vehículos porque los conductores no se someten al ritmo carnavalesco de su imposición brutal.

La pandilla, en su modalidad de masa agresiva, termina por potenciar lo que el psicólogo Jonathan Haidt llama la política de identidad del enemigo común. Esta no es más que una regresión psíquica a un estadio tribal en la que el conflicto, en su mayoría violento, termina por predominar en su lógica interna. Esta visión es contraria a una política de identidad de la humanidad en común la cual tiene por principio humanizar a los adversarios y apelar a la dignidad de estos y, por consecuencia, la presión política que se ejerce se manifiesta en estándares civilizados.

Estas pequeñas masas, perjudiciales para el debate cívico y la democracia, son boyas a la deriva como las describió José Ortega y Gasset, compuestas de hombres con ideas dentro de sí, pero sin la capacidad de idear. Quieren opinar, pero no asumir las implicancias de la deliberación donde la contraargumentación es lo normal. Las pandillas se conforman de individuos que ni quieren tener la razón y tampoco darla, es simplemente la imposición de sus opiniones.

Es por ello por lo que el ejercicio de una sociedad civil pujante, pacífica, la cual cree en la libertad se ve impedida de su acción legítima en la misma medida que imperan los pandilleros exigiendo sus reclamos por medio de los desmanes y la destrucción. No es de extrañar, en la propia dinámica contradictoria de las masas coléricas, que en la búsqueda de un pan que escasea el medio que terminan empleando para conseguirlo es “la destrucción de las panaderías”, usando un ejemplo de Gasset.

Es por ello por lo que un orden político no es cualquier orden. Para implementarlo se necesita el reconocimiento de la libertad debido a que la política requiere de la tolerancia de verdades divergentes, como diría Bernard Crick. No hay nada más antipolítico que la moral de la pandilla, y en la medida en que estemos dispuestos a desplazarlas con valentía del epicentro de las protestas y reclamos ciudadanos por un mejor país, es en esa medida que lograremos rescatar la paz y conseguir las soluciones responsables a los problemas que nos aquejan.  

En medio del acuerdo por la paz y una nueva constitución establecido entre el gobierno y la oposición, nuestra función ciudadana es promover el comportamiento civilizado y el urgente aislamiento de la pandilla y su moral, ambas dañinas para la república.

Este artículo fue publicado originalmente en la Fundación para el Progreso (Chile) el 24 de noviembre de 2019.