Occidente está perdiendo a los liberales musulmanes

Mustafa Akyol dice que la indiferencia ante el sufrimiento palestino en Gaza está alienando a los moderados de todo el mundo islámico y empañando el atractivo de los valores democráticos liberales.

Por Mustafa Akyol

Desde el comienzo de la catastrófica guerra de Israel en Gaza, desencadenada por los espantosos ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, los formuladores de políticas públicas de Washington se han preocupado por contener el conflicto. Las escaladas militares –que se extienden desde el Líbano hasta Jordania y Yemen, pasando por Siria e Irak– sugieren que quizá no hayan tenido mucho éxito en ese empeño.

Pero hay otro problema del que quizá ni siquiera sean plenamente conscientes: en todo Oriente Medio, e incluso en el mundo musulmán en general, existe un nivel de indignación sin precedentes contra Estados Unidos y sus aliados occidentales, que puede tener consecuencias duraderas. Podría ser mucho peor que el impacto de la invasión y ocupación estadounidense de Irak en 2003  –el ejemplo que algunos tienen en mente estos días – porque la carnicería que Israel ha infligido en Gaza parece mucho peor que cualquier cosa que haya ocurrido durante las intervenciones militares estadounidenses en Oriente Medio.

Cualquier observador cercano de la región puede darse cuenta de ello. Entre ellos se encuentra Fawaz Gerges, reputado experto en política de Oriente Medio, que advirtió en diciembre: "Nunca he visto la región tan implosiva, tan en ebullición. Hay tanta rabia e ira, no sólo contra Israel sino contra Estados Unidos".

La indiferencia ante el sufrimiento palestino en Gaza está alienando a los moderados de todo el mundo islámico y empañando el atractivo de los valores democráticos liberales.
Como observó el periodista pakistaní Umer Farooq, "La guerra en Gaza está cambiando el mundo musulmán", y no en el buen sentido. Existe una ira generalizada, argumenta, que "impulsará las tendencias fundamentalistas en las sociedades musulmanas" y quizá incube nuevos grupos terroristas.

¿Por qué esta indignación? Porque millones de personas ven cada día las horribles escenas de Gaza, a menudo en directo por televisión. Barrios enteros son bombardeados, con cadáveres de bebés y niños que sobresalen de los escombros. Civiles inocentes mueren tiroteados, incluso en la relativamente más tranquila Cisjordania. Las autoridades sanitarias locales informan de que hasta ahora han muerto más de 28.000 palestinos, la mayoría mujeres y niños; el 90% de los habitantes de Gaza han sido desplazados de sus hogares y están al borde de la inanición y la enfermedad.

Muchos musulmanes se fijan entonces en lo que dicen de todo esto los líderes occidentales, como el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Todo lo que oyen es sobre el derecho de Israel a defenderse. Todo lo que ven son más dólares estadounidenses y armas que se conceden al gobierno de extrema derecha del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu para que continúe la campaña.

Por supuesto, Israel tiene derecho a defenderse, como aceptaría cualquier observador imparcial. Cualquier país tiene ese derecho contra los terroristas que atacan a sus civiles inocentes. Pero, ¿por qué sería legítima una supuesta guerra contra el terrorismo que mata a decenas de veces más civiles inocentes que el propio terrorismo? ¿Cómo puede excusarse como daño colateral una tasa de mortalidad horrorosa, peor que la de cualquier otro conflicto de la historia reciente, junto con la privación generalizada de alimentos, agua y medicinas? La brutal batalla para desalojar al Estado Islámico de Mosul, Irak  –otra ciudad densamente poblada– mató a muchos menos civiles.

Para muchas personas, especialmente en el mundo musulmán, la respuesta parece ser que las vidas israelíes importan más, mucho más, que las vidas palestinas.

Y eso se percibe como una negación histórica de los valores liberales que los gobiernos occidentales han defendido desde el final de la Segunda Guerra Mundial: los derechos humanos universales y la dignidad inherente a toda vida humana. Algunos dirán que estos nobles ideales nunca se han perseguido plenamente, ya que los intereses nacionales, las alianzas y la hipocresía han conducido a menudo a un doble rasero.

Pero los ejemplos del pasado  –como el apoyo de Estados Unidos a dictadores árabes amigos, o los golpes de Estado respaldados por la CIA en Irán o en otros lugares– casi nunca fueron tan flagrantes o tan descarados.

La pérdida de fe en normas occidentales no sólo afecta a quienes ya se inclinan por ser antiamericanos o críticos con el orden liderado por Occidente. Entre ellos hay musulmanes de tendencia liberal que durante mucho tiempo han admirado los valores políticos de Occidente y a menudo los han señalado, pero ahora sienten que el abanderado ha traicionado sus propios principios. Uno de ellos es el periodista turco Nihal Bengisu Karaca, que escribió un triste artículo sobre "el suicidio de Occidente".

"A partir de ahora, en este lado del mundo", se preguntaba, "¿quién podrá referirse a los 'valores globales', a las 'democracias liberales occidentales'... ¿Quién les escuchará?".

Otra musulmana liberal que lamenta "la crisis de credibilidad de Occidente" es la diplomática paquistaní Hina Rabbani Khar, aclamada mundialmente en 2011 como la primera mujer ministra de Asuntos Exteriores del país. "Creo que Occidente tiene mucho que celebrar en sus registros de derechos humanos y desarrollo", escribió en Al Jazeera en enero, sólo para añadir: "Pero también sé que Occidente ha mostrado un flagrante desprecio por estos principios fuera de su propia geografía". A continuación lanzó una advertencia: "La postura actual de Washington no sólo socavaría los esfuerzos por promoverlo como la única potencia mundial fiable, sino que también sabotearía su capacidad para desempeñar el papel de constructor de la paz en el futuro".

A otros les repugna aún más Occidente, renegando de él categóricamente. Un ejemplo dramático fue el mensaje publicado por un profesor mauritano de filosofía, Al-Mustafa ould Klaib, que al parecer se hizo viral en las redes sociales árabes. "Me he avergonzado ante mis alumnos, a quienes he enseñado durante décadas la Ilustración y las filosofías occidentales modernas", escribió el profesor. Se disculpaba por "glorificar" nociones occidentales como "humanismo", "progreso" y "libertad", para añadir: "Occidente es la mayor mentira que ha conocido la historia".

También entre los musulmanes estadounidenses, la mayoría de los cuales aprecian las libertades y oportunidades de que han disfrutado en Estados Unidos, la matanza de Gaza, con el respaldo de Washington, ha creado una decepción sin precedentes. El sentimiento popular fue expresado por el destacado imán Omar Suleiman, quien, indignado por las imágenes de los niños asesinados en Gaza, declaró: "cualquier apariencia de derecho internacional o norma de humanidad ha muerto". A quienes suelen pontificar sobre ellas, añadió: "No volváis a darnos lecciones de moralidad. Vuestros corazones están muertos".

Como musulmán que sigue creyendo en los ideales liberales e incluso en las cualidades de Occidente, discrepo de quienes se sienten atraídos por el antioccidentalismo. Les recuerdo que muchos de mis correligionarios de todo el mundo se sienten más amenazados por el llamado Oriente. Entre ellos están los musulmanes ucranianos y balcánicos, amenazados por Rusia y sus aliados, y los musulmanes uigures, perseguidos sin piedad por China. Al menos en Occidente, todavía se puede criticar a los gobiernos, los grupos de derechos humanos pueden hablar, los activistas por la paz son escuchados y se puede poner fin a guerras eternas mediante la presión popular, porque existe la libertad de expresión.

Sin embargo, las repercusiones de Gaza están amenazando también ese valor liberal fundamental. En Europa, especialmente en Alemania, se está produciendo una oleada de censura y medidas enérgicas sin precedentes contra las críticas a Israel y cualquier forma de expresión propalestina; incluso las meras banderas palestinas y los keffiyehs pueden ser prohibidos. En Estados Unidos, una política tan prominente como Nancy Pelosi, ex presidenta de la Cámara de Representantes, puede vincular las manifestaciones de "alto el fuego ya" a una conspiración extranjera de Rusia, el mismo tipo de acusación que se utiliza en la propia Rusia, o en Irán, para demonizar las manifestaciones contra el régimen.

Todo esto está desacreditando rápidamente a Occidente –y sus narrativas liberales– ante los ojos del resto. Porque si los derechos humanos no son válidos para todos los seres humanos, y si la libertad de expresión no es válida para todas las voces, esos principios no significan gran cosa. En su lugar, el mundo parece funcionar según el principio cínico definido por Carl Schmitt, el "jurista de la corona" del Tercer Reich alemán: los poderes soberanos, a su antojo, pueden definir las excepciones a sus reglas.

Un mundo tan descaradamente post-liberal sería un lugar aterrador para todos nosotros. A medida que las democracias occidentales dejan de lado sus principios, fuerzas antiliberales como Rusia, China e Irán ganarían más poder y prestigio. Podrían surgir nuevos grupos militantes en el mundo musulmán, aún más feroces que los que hemos visto, provocando conflictos aún peores, si no verdaderos choques de civilizaciones.

También socavará los esfuerzos de Estados Unidos y Europa por forjar futuras alianzas en tiempos de guerra o recabar apoyos para imponer sanciones a sus adversarios. Como advirtió en estas páginas la subdirectora de Foreign Policy, Sasha Polakow-Suransky, esto podría suponer un importante cambio geoestratégico: "La mayoría de los líderes extranjeros  –y de las poblaciones– fuera de Europa y Norteamérica simplemente no se toman en serio los llamamientos de Estados Unidos o Europa para apoyar a Ucrania por motivos humanitarios", escribió, y es probable que los futuros llamamientos morales –por muy justa que sea la causa– caigan en saco roto.

Lo más frustrante es que la política occidental que ha colocado al mundo en esta peligrosa senda, este apoyo acrítico a una guerra catastrófica dirigida por el gobierno más ultraderechista de la historia de Israel, ni siquiera es buena para Israel. Los últimos cuatro meses han demostrado que se puede rescatar a un gran número de rehenes mediante negociaciones diplomáticas, no mediante un ataque implacable. El ambicioso objetivo de destruir completamente a Hamás no es realista, como han venido diciendo los expertos desde el principio. En cambio, el veterano periodista de Haaretz Gideon Levy advierte que, al final, "la dignidad de Israel quedará dañada" y "Hamás será coronado vencedor".

Es posible que estas voces israelíes de moderación no se oigan lo suficiente, porque la nación vive comprensiblemente un momento de conmoción y venganza tras el horror del 7 de octubre, como Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre. Pero precisamente por eso los amigos de Israel no deberían dar un cheque en blanco a algunos de sus peores actores, incluidos los funcionarios del gobierno que hacen llamamientos abiertos a la limpieza étnica.

Voces sobrias israelíes con un profundo conocimiento de los retos de seguridad del país también ven un callejón sin salida a largo plazo. Entre ellos se encuentra Ami Ayalon, ex jefe del Shin Bet, la agencia de seguridad interna de Israel, que advierte sabiamente: "Los israelíes sólo tendremos seguridad cuando ellos, los palestinos, tengan esperanza". El ex Primer Ministro Ehud Barak ha dicho que para "nuestra propia seguridad, nuestro propio futuro", el objetivo final de Israel debería ser "un Estado palestino".

En resumen, quienes están destruyendo las esperanzas palestinas no sólo están arruinando el presente de Gaza, sino también arriesgando el futuro de Israel. Incluso están arriesgando el futuro de la libertad y la paz en nuestro ya turbulento mundo. Antes de que sea demasiado tarde, el gobierno de Biden debe cambiar de rumbo, impulsando un alto el fuego inmediato, ayuda urgente y un camino claro hacia la paz.

De lo contrario, cualquier sabiduría política o autoridad moral que Occidente haya tenido alguna vez puede desvanecerse a los ojos de los demás. China, Rusia, Irán y otras autocracias podrían ganar un prestigio y una influencia que no merecen. El mundo musulmán puede abrirse cada vez más a las fuerzas del antiliberalismo, el fundamentalismo y la militancia.

Y el "orden mundial liberal", que tal vez fuera una aspiración incumplida pero todavía digna, puede ser sustituido por un desorden más cínico, violento y opresivo.

Este artículo fue publicado originalmente en Foreign Policy (Estados Unidos) el 20 de febrero de 2024.