Nueva oportunidad
Hernán Büchi dice que la primera administración de Piñera, aunque registró un crecimiento más dinámico que la segunda administración de Bachelet, no logró detener el deterioro del consenso en torno a políticas que fomenten el crecimiento económico.
Por Hernán Büchi
En forma contundente, los ciudadanos decidieron mantener abierta la puerta al desarrollo. El gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet hizo campaña para impedirlo respaldando explícitamente al candidato oficialista. Con la vehemencia de quienes tienen una fuerte carga ideológica, intentaron redefinir el progreso y convencer a la población que ellos lo representaban, sin lograrlo. Esa actitud no resulta extraña. Cuba, después de más de medio siglo de fracasos, alardea de sus éxitos. Lo mismo se escuchaba hasta hace poco del régimen venezolano. Los países de Europa del este convencieron a muchos intelectuales occidentales de las supuestas bondades de sus regímenes, hasta desvanecerse la ilusión con su colapso.
El Presidente electo, Sebastián Piñera, tiene una nueva oportunidad. La ciudadanía se la otorgó y debe aprovecharla. En su gestión anterior mostró efectividad al favorecer el crecimiento, ayudado por el cambio favorable de las expectativas con que se inició su mandato. Esto se repite y el comportamiento de indicadores líderes, como los índices accionarios y el dólar, lo muestran claramente. No se puede decir lo mismo respecto a que haya sembrado las semillas definitivas para el salto al desarrollo. El gobierno que lo siguió y algunas de sus políticas son una demostración de aquello.
El éxito de su segunda gestión como mandatario no debiera medirse solo por la recuperación económica que probablemente llegará. La combinación del impulso externo, mejores expectativas internas y el ciclo de la economía hacen predecible que el 2018 el país crezca sobre el 3% anual, más del doble que el 2017, y supere el 4% el 2019. La recuperación de la inversión y el círculo virtuoso del crecimiento jugarán a su favor, así como la estabilidad macroeconómica y la solvencia del sector privado que aún se preservan.
El éxito tampoco se trata de entregarle la banda presidencial a alguien de su sector político. Tendría poco valor si esto se lograra a costa de un mayor grado de populismo, que una mejora en la economía permitiría sostener por un tiempo. La contracara del populismo es el deterioro de las condiciones básicas para el progreso sostenido y equivaldría a cerrar la puerta al desarrollo en vez de transitar a través de ella.
El verdadero reto de su nueva gestión es recuperar el sentido común que permitió a Chile dar un salto de bienestar como nunca en su historia y que se perdió en estos años. Esa pérdida del sentido común, con sus consecuencias actuales y futuras, es lo que motivó a los votantes que le dieron un triunfo mucho más amplio que el esperado. Por ellos, y por el bien de Chile, es a este desafío al que debe hacerle frente.
Más aún, el camino que el país necesita reencontrar debe ser suficientemente claro y sólido como para mantenerse vigente ante la natural alternancia en el poder, propia de los pueblos libres. No es una tarea simple, pero ese es su verdadero mandato.
Es loable que el Presidente electo ponga su énfasis en el diálogo. Es lo propio de la civilización. Pero debe estar preparado a no ser retribuido. Al lenguaje y los dogmas de los 60 que se impusieron en los últimos años, lo acompañan algunas tácticas de esa misma época: "Si gano, apelo a los votos, y si pierdo, a la calle". Necesitará de gran entereza para no cejar en su tarea cuando ello suceda.
Argentina acaba de vivir una situación que se debe tener presente. Cuando el gobierno había logrado acuerdo en el Congreso, un grupo de partidarios del gobierno anterior se expresó con violencia en la calle y en la propia Cámara de Diputados, impidiendo el normal desarrollo de las sesiones. El Ejecutivo requirió mucha presencia de ánimo para insistir hasta lograr que los parlamentarios pudieran expresar su mayoría. Se trataba de pensiones y es posible que el Ejecutivo no se explicara adecuadamente. Pero lo paradójico es que los líderes de la revuelta, siendo gobierno, manipularon los índices inflacionarios, no dieron los reajustes y expropiaron para uso político el ahorro para la jubilación de los trabajadores.
No nos extrañemos entonces que los principios fundantes del histórico avance de Chile se hayan tergiversado por los mismos que dicen representar las necesidades de la población y saber cómo resolverlas, apelando a su supuesta superioridad moral. Nada importa que sus propuestas estén obsoletas y hayan fracasado siempre. Quizás la tarea más difícil del nuevo gobierno sea tener templanza para imponerse a la prepotencia de quienes se autodefinen superiores en la defensa de las personas, cuando solo les preocupa cambiar normas e instituciones para monopolizar el poder.
El nuevo gobierno, si busca trascender y catapultar al país al desarrollo —tarea para la que fue elegido—, no podrá evitar el tipo de oposición que otros han sufrido.
Sea que actúe buscando consenso, que nunca será unánime, o que opte por usar las facultades ejecutivas, sus decisiones serán duramente cuestionadas.
El país no podrá desarrollar su potencial y así satisfacer anhelos crecientes de la población, sin revisar lo que ya se hizo en diversas materias. En el ámbito laboral, donde se privilegiaron el conflicto y los monopolios sindicales. En lo tributario, donde se agobia al emprendedor con controles y tasas. En la educación, donde se ha restringido la libertad y se paraliza con burocracia a un sector que debe ser dinámico. En el financiamiento de la educación superior, donde las promesas son complejas de financiar e injustas si se aplican a cabalidad. En múltiples áreas de regulación de la actividad empresarial, donde las instituciones encargadas ven al emprendedor como enemigo y no como el principal motor del progreso. La lista es muy larga, pero basta lo mencionado para aquilatar lo arduo de la tarea.
La Presidenta Bachelet, en su primer mandato, mostró una cara amable y moderada. En la gestión que ahora culmina se conoció su faceta dura, cargada de ideología del siglo pasado. Su legado será una pesada carga para la economía chilena. El Presidente electo, en su primera gestión, fue eficaz y logró que el país acelerara su progreso, pero ello fue efímero, pues no logró detener el deterioro del consenso que había permitido al país avanzar aceleradamente. Tiene ahora una nueva oportunidad y puede elegir conformarse con un avance transitorio o intentar dejar una herencia que garantice cruzar el umbral del desarrollo.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 24 de diciembre de 2017.