Nuestro renacimiento tecnológico

Charles C. W. Cooke considera que aunque la proeza técnica de enviar hombres a un planeta no visitado antes y que vuelvan con seguridad es algo que celebrar, esta palidecería frente al impresionante logro de haber desarrollado una red global de comunicaciones que pone a disposición de todos el conocimiento humano acumulado.

Por Charles C. W. Cooke

Toqué un disco hoy.

Bueno, no toqué un disco hoy, así como que puse un…bueno, ¿un qué? No era un disco de vinilo o un cassette con cinta o siquiera una pieza brillante de plástico en forma circular. De hecho, cualquier medio físico que estaba siendo utilizado para almacenar música que estaba escuchando no está a mi disposición. Simplemente vino a través del aire —como un rayo. Desde la comodidad de mi asiento, levanté mi iPhone, elegí el album que quería de la lista con un millón de opciones que aparecieron inmediatamente ante mis ojos, y dirigí el sonido hacia los parlantes que tenía cerca, todo lo cual empezó a tocar mi selección dentro de unos pocos milisegundos. Entonces, cuando me cansé de esa selección, la silencié con mi voz.

Pienso acerca de esto algunas veces cuando escucho a la gente quejarse de que el brillante futuro tecnológico que nos prometieron a todos había fracasado categóricamente en hacerse una realidad. Me pregunto: ¿cómo empezaría a explicarle Spotify y Sonos a mi abuelo, quien murió en 1994? Un disco compacto podría ser comprendido por los mayores de edad como un disco de vinilo mejorado, así como el trasbordador espacial podía ser comprendido como un avión más rápido. Pero, ¿la transmisión en línea? Si mi abuelo volviera hoy, ¿dónde empezaría?

“Ok, estoy usando mi teléfono, que realmente no es un teléfono sino más bien una super computadora cuasi-biblioteca-de-Alejandría y cuasi-estudio-de-alta-definición, para enviar una señal inalámbrica a los parlantes mágicos en mi casa, los cuales, a mi pedido, contactaran una serie de servidores a 3.000 millas de distancia en San Francisco, y pedirán acceso instantáneo a la copia digital más cercana de—”

“Espera, ¿qué es un servidor?”

“—espera— a la copia digital más cercana de una de millones de canciones de alta calidad a las cuales tengo acceso total e ilimitado, pero que no poseo ni tengo que almacenar, y—”

Esto me deja atónito.

Podría ser tentador considerar este ejemplo como una mera chuchería o baratija, o incluso como una señal de decadencia. Pero hacerlo representaría un cálculo totalmnete erróneo de su importancia. Es cierto que algunos de nuestros avances se han desacelerado desde la década de 1970. No vamos a la luna de manera regular, a pesar de las promesas del programa Apollo; los viajes transatlánticos se han vuelto más lentos, en lugar de más rápidos—Q.E.P.D. el Concorde; nuestros carros están esencialmente todavía en uso con los mismos motores que siempre han tenido; y la expectativa de vida ya no está saltando hacia arriba. Pero también es cierto que, a diferencia de ese entonces, ahora disfrutamos de una magnífica red global de comunicaciones que ofrece el conocimiento humano acumulado en un abrir y cerrar de ojos y que está a disposición de cualquiera que desee unirse a esta. Si eso es “todo” lo que hemos hecho en las últimas cuadro décadas, pienso que deberíamos felicitarnos con entusiasmo. 

Olvídense de mi abuelo por un momento e imagínese explicarlo a casi cualquier persona letrada en la historia de la humanidad. ¿Cuál nos imaginamos que sería su reacción? ¿Creemos que hubiera dicho, “Eso me suena como un estancamiento”? O más bien, ¿creemos que hubiera dicho, “Suena como que si han llegado a una tierra prometida, espero que seas extremadamente agradecido por la abundancia que has heredado”. Si no es lo segundo, sería un tonto.

Desde el escritorio en el que estoy escribiendo estas palabras, tengo acceso a todos los trabajos de la historia: cada canción, cada obra, cada libro, cada poema, cada película, cada panfleto, cada pieza de arte. Puedo encontrar todas las traducciones de las Biblia que alguna vez se hayan compilado y ponerlas una al lado de la otra para compararlas. Puedo leer las cartas que fueron enviadas durante la Revolución Americana, y examinar las patentes para el primer motor a vapor, y escuchar a todos los discursos de Winston Churchill entre 1939 y 1945. Las recetas del mundo están disponibles para mi sin excepción, y, si lo deseo, puedo ver un sinnúmero de vídeos instructivos en los cuales unos expertos me enseñan cómo prepararlas. Sin costo o inconveniencia, puedo aprender cómo arreglar mi lavamanos o cambiar las llantas de mi auto o componer mi lavadora de platos. Si quiero saber dónde vive el “panda hormiga” (Chile), a cuál género pertenece (Euspinolia), qué tan largo es (hasta 9 milímetros), y si de hecho es una hormiga (no lo es, es una avispa), puedo encontrar esta información en segundos. ¿Cuál fue la portada del Key West Citizen el 2 de junio de 1943? Fácil: “El gobierno de la ciudad se hace cargo del proyecto con el representante de la FWA”. Casi 2.000 años atrás, Plinio el Mayor se preguntaba si sería una buena idea reunir todo el conocimiento humano en un solo lugar, donde estaría disponible a todos. Ese sueño se ha vuelto una realidad —y logramos estar vivos cuando eso pasó. Yo diría que eso es algo muy bueno. 

El avión aniquiló la distancia; el teléfono inteligente ha acabado con la geografía totalmente. Si tengo una conexión de Internet estable, me toma la misma cantidad de tiempo enviar una fotografía digital a Delhi que lo que me demoro en enviársela a una persona que vive al lado de mi casa. Los sábados por la mañana puedo sentarme a ver los mismos juegos de fútbol, transmitidos en vivo desde Inglaterra que mi papá está viendo en Inglaterra y enviarle un mensaje de texto acerca de lo que pasa en tiempo real, como si estuviese sentado al lado de él. Si necesito estar al día con las noticias, no importa si estoy sentado en la sede principal de Reuters o en una playa en Australia. Donde sea que esté, el flujo de información es el mismo. A menos que sea de manera intencional, ya no existe tal cosa como estar “fuera de onda”. Como un logro, esto es algo monumental.

La attraction “Spaceship Earth” en el Prototipo Experimental de Comunidad del Futuro de Disney (Epcot, por sus siglas en inglés) cuenta la historia de la comunicación humana desde los días del Neandertal hasta la invención de la computadora. Me he preguntado algunas veces lo que Disney agregaría luego a esta historia cuando intente actualizar el show, y he llegado a concluir que la respuesta es ciertamente que casi nada. Uno no puede mejorar la comunicación mundial instantánea que está disponible a cada persona y en cada lugar. Se puede maniobrar desde el margen para mejorar su velocidad, su confiabilidad, y su durabilidad, se puede agregar algo de seguridad para mejorar la experiencia, pero, con sumas y restas, este es un problema que ahora ha sido resuelto. Así como los fenicios resolvieron el problema del alfabeto, nuestros ingenieros contemporáneos han resuelto el problema de la transmisión. El sueño se ha convertido en una realidad.

No todos aprecian esto, por supuesto, y esta es la razón por la cual es usual que la queja que estoy abordando sea enmendada ligeramente, desde “la tecnología se ha estancado” hacia “la tecnología es utilizada de manera frívola e incluso podría ser mala para nosotros”. Pero, mientras que la última propuesta es discutiblemente cierta, esta concede mi premisa de que algo dramático ha cambiado en la manera en que vivimos. De hecho, es enteramente posible que el volumen y la velocidad de la información que la revolución de la información tecnológica ha traído consigo haya tenido un efecto destructivo sobre los individuos y la sociedad. También es posible que mientras que los beneficios son inmensos, la mayoría de las personas eligen no aprovecharlos. No sería el primero en lamentar que la primera cosa que los usuarios parecen querer hacer con acceso al Internet es empezar a discutir con extraños. Aún así, sostener que el abuso de la computadora personal de alguna manera socava el valor de la computadora personal sería equivalente a decir que el uso del avión para atacar hace que el valor de su invención sea cuestionable.

Sospecho que parte de nuestra decepción es culpa de las tiras cómicas. Revise cualquier tiras cómicas de ciencia ficción para niños publicado entre la década de 1920 y 1960 y verá los avances físicos que se esperaban —trajes espaciales, cohetes espaciales, mochilas con cohetes, autos voladores, pistolas láser, etc.— están destacadas de manera importante y entusiasta, mientras que las comunicaciones masivas que son menos tangibles y que fueron anticipadas son vistas de manera silenciosa en el trasfondo, como si fuesen algo inevitable. En historia tras historia, los astronautas se comunican desde el planeta Zog en un instante utilizando una comunicación con vídeo y sonido, y aún eso, evidentemente, no es la parte emocionante. La parte emocionante es que están en el planeta Zog. Debo confesar que no entiendo por qué, dado que no es obvio para mi que explorar Zog sea más útil que inventar Wikipedia, o que la habilidad de llegar a Zog sería un salto hacia adelante mayor que la habilidad de hablar con nuestros amigos desde ese planeta. Es cierto que Zog puede que tenga algunas rocas interesantes, y que la proeza técnica de enviar hombres allá y lograr que vuelvan con seguridad a la tierra sería algo que celebrar (Sí suelo llenarme de lágrimas cuando veo el primer aterrizaje en la luna). Pero en comparación al logro que me permite gozar de las palabras, caras, música, comida, consejos, arte, e investigaciones de cada ser humano en la tierra, ya sea que esté vivo o muerto, sería algo menor. Tengo todo eso y lo tengo en mi bolsillo.

¿Estancamiento? Para nada. Es más bien como un renacimiento.

Este artículo fue publicado originalmente en The National Review (EE.UU.) el 11 de mayo de 2020.