EE.UU.: Los verdes contra el libre mercado
K. William Watson explica que "Grupos ambientalistas como el Sierra Club se oponen fundamentalmente a la expansión del comercio y a la globalización. Ellos nunca apoyarán un acuerdo comercial, sin importar cuánto de su agenda la administración Obama adopte como suya. . . Por eso no tiene sentido que el gobierno de Obama se esfuerce tanto para incorporar los objetivos de estas organizaciones a su política comercial".
El Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés), que propone un acuerdo de libre comercio entre EE.UU. y varios países de Asia y América, es parte esencial de la agenda comercial del gobierno de Obama, y de su política económica durante su segundo mandato. Pero hay otro elemento importante en los planes comerciales de Obama: el énfasis en ambiciosas obligaciones ambientales de su "política comercial liderada por valores" (en inglés).
El problema es que la agenda ecológica, que adopta casi todas las demandas de los activistas ambientales estadounidenses y va más allá que cualquier acuerdo comercial anterior de EE.UU., se ha encontrando la firme oposición de todos los demás países en el TPP. Aún así, el gobierno, en sus esfuerzos para promover el TPP —que sería la zona de libre comercio más grande del mundo— ha sido severamente criticado por los activistas ambientales estadounidenses. En otras palabras, no está avanzando ni en sus objetivos económicos ni en los ambientales.
Por ejemplo, los negociadores estadounidenses han insistido en incluir nuevas restricciones a la tala de árboles, al cercenamiento de las aletas de tiburón y a la caza comercial de ballenas, pero esta clase de restricciones comerciales son contrarias al espíritu de los acuerdos de libre comercio, cuyo objetivo es facilitar el comercio en lugar de obstaculizarlo. Lo máximo que pueden esperar del TPP los activistas que se oponen al cercenamiento de las aletas de tiburón es una excepción explícita que garantice que las prohibiciones nacionales sobre esta actividad nunca violarán las normas comerciales vigentes. Una propuesta como esta encontraría poca o ninguna resistencia del resto de países en el TPP.
Otro aspecto de la agenda comercial estadounidense que se ha topado con una resistencia unánime es la insistencia en que todas las obligaciones ambientales del TPP sean aplicables mediante la resolución de diferencias y las sanciones comerciales. La razón por la cual otros países se oponen a esta posición no es porque quieran contaminar impunemente al medio ambiente —ya que muchos de los miembros del TPP tienen leyes de protección ambiental (en inglés) más rigurosas que EE.UU.— sino que la propuesta de EE.UU. es una manera particularmente confrontacional de intentar lograr objetivos ambientales en común.
Nuevamente, el propósito de los acuerdos comerciales es abrir los mercados e integrar más las economías. Hacer que esto dependa de la adopción de ciertas políticas ambientales frustra tanto la agenda comercial como la ambiental.
Esto no significa que el abrir las fronteras y proteger el ambiente son metas incompatibles. Considere el actual esfuerzo en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (al cual pertenecen todos los países del TPP) y su objetivo de establecer el libre comercio en productos respetuosos del medio ambiente. Por ejemplo, reducir los aranceles cobrados a paneles solares y torres eólicas, permitiría a los países avanzar hacia objetivos ambientales de una manera cooperativa que fomente el crecimiento y la libertad para elegir del consumidor. El TPP probablemente promueva de alguna forma este tipo de iniciativas.
Sin embargo, algunos ambientalistas estadounidenses se oponen a la idea del libre comercio en bienes ecológicos. Ilana Solomon, del Sierra Club, se manifestó en contra del plan de reducción arancelaria ya que este dependería demasiado del libre mercado. “En cambio”, afirma ella, “la clave para liberar la energía limpia está en desarrollar estrategias locales para la producción y la fabricación de energía renovable, que favorezcan y protejan a los trabajadores”. Pareciera que ella estuviera abogando por una política industrial ecológica (en inglés) que beneficie a industrias favorecidas con subsidios y luego las proteja con aranceles —este enfoque ciertamente es incompatible con los mercados libres y el libre comercio.
La oposición dentro del TPP a esta idea muestra adecuadamente la tradicional "alianza verde-azul" (en inglés) en la política comercial de EE.UU. Muchos de los grupos ecológicos estadounidenses simpatizan con el movimiento laboral proteccionista. Ellos perciben la globalización y la expansión del comercio no sólo como una amenaza al medio ambiente sino también como un modelo económico injusto. Al igual que un sindicato, a estos grupos ecológicos les interesa menos darle forma a la agenda comercial que entorpecerla. Grupos ambientalistas como el Sierra Club se oponen fundamentalmente a la expansión del comercio y a la globalización. Ellos nunca apoyarán un acuerdo comercial, sin importar cuánto de su agenda la administración Obama adopte como suya.
Por eso no tiene sentido que el gobierno de Obama se esfuerce tanto para incorporar los objetivos de estas organizaciones a su política comercial. El representante comercial de EE.UU. incluso ha llegado a decir que los negociadores estadounidenses “insistirán en que el TPP contenga un robusto capítulo ambiental que sea totalmente ejecutable o no llegarán a ningún acuerdo”. Considerando la fuerza de la oposición en otros países, la segunda opción parece la más probable.
Es irracional perseguir objetivos que frustran las negociaciones y no resultan en apoyo político interno. Abandonar su enfoque antagónico de la política ambiental le permitiría a EE.UU. cooperar de buena fe con sus socios en el TPP y obtener los beneficios económicos y ambientales del libre comercio.
Este artículo fue publicado originalmente en The National Review Online (EE.UU.) el 5 de marzo de 2014.