Perú: Estímulos económicos

José Luis Sardón dice que la manera en que el gobierno peruano encare el anunciado "período de vacas flacas" será crucial para las perspectivas de desarrollo del Perú: "Si opta por incrementar el gasto público y expandir la oferta de crédito, tendremos en el corto plazo una sensación de alivio; sin embargo, luego se harán evidentes efectos secundarios, que comprometerán tales perspectivas".

Por José Luis Sardón

La manera en que el gobierno encare el anunciado “período de vacas flacas” será crucial para las perspectivas de desarrollo del Perú. Si opta por incrementar el gasto público y expandir la oferta de crédito, tendremos en el corto plazo una sensación de alivio; sin embargo, luego se harán evidentes efectos secundarios, que comprometerán tales perspectivas. 

El gobierno no debe optar por estas políticas, pero tampoco cruzarse de brazos; lo que debe hacer es emprender una reforma tributaria destinada a rebajar drásticamente las tasas impositivas. Solo así logrará generar los estímulos que requiere ahora la economía.

La crisis económica internacional desatada el 2008 muestra las consecuencias que pueden tener, en el mediano y largo plazos, las políticas contra-cíclicas convencionales. Esta crisis se originó, principalmente, en que, a inicios de siglo, en un intento por mantener un elevado nivel de actividad económica, los gobiernos de los países más desarrollados quisieron estimular sus economías con tales políticas. 

Entre el 2001 y el 2004, específicamente, la Reserva Federal de EE.UU. bajó la tasa de interés referencial a niveles cercanos al 1%. Aunque logró un alivio temporal, ello hizo también que los agentes económicos tomaran decisiones equivocadas sobre la asignación de sus recursos productivos: las familias adquirieron inmuebles que luego no podían pagar; las empresas, bienes intensivos en capital que luego no tuvieron el retorno esperado. A la larga, la consecuencia fueron, pues, evidentes deseconomías de escala.

En Europa, el problema se originó no tanto en la manipulación de la oferta de crédito sino en el uso recurrente del gasto público como estímulo económico. En España, por ejemplo, se daba por descontado que la inversión en infraestructura de transporte de uso público y la expansión de la cobertura de la seguridad social y los derechos laborales siempre sería absorbida por una economía cada vez más grande. 

No obstante, a la larga se descubrió que las proyecciones habían sido demasiado optimistas y que la economía no tenía forma de utilizar esta infraestructura o cubrir estos derechos. El doloroso proceso de ajuste todavía no termina.

El Perú debe recoger las lecciones aprendidas por las economías más desarrolladas, cuidando de no utilizar estímulos económicos similares, frente al eventual enfriamiento de la economía. Desde que la clave del éxito de una economía es la asignación de los recursos productivos a sus usos más valiosos, la única manera sana de estimular la economía es devolviendo la decisión sobre la asignación de los recursos productivos a quienes los generan con su creatividad y laboriosidad.

Ciertamente, los agentes económicos privados pueden también cometer errores al decidir qué hacer con sus recursos; sin embargo, desde que ellos mismos los han generado, siempre serán más cuidadosos que lo que podrá serlo ningún gobierno.

Por demás, en el Perú, al evaluarse la presión tributaria y el peso del gobierno sobre la economía, no debe olvidarse el gran tamaño de la economía informal. No todos los peruanos llevan sobre sus hombros esta presión y este peso por igual. 

Rebajar las tasas de los impuestos no solo estimulará sanamente a la economía sino que también facilitará la ampliación de la base tributaria, cuidando consideraciones de justicia que no se deben soslayar.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 17 de agosto de 2013.