Cómo acabar la guerra contra el terrorismo adecuadamente
Christopher A. Preble y Mieke Eoyang afirman que "Las operaciones de lucha contra el terrorismo más exitosas involucran la recolección oportuna de inteligencia y análisis, y la cooperación con oficiales locales, no las operaciones militares sin fin determinado que involucran importantes envíos de soldados estadounidenses".
Por Christopher A. Preble y Mieke Eoyang
Mieke Eoyang es directora del programa de Seguridad Nacional de Third Way (Washington, DC).
En su discurso del mes pasado sobre la lucha contra el terrorismo, el presidente Barack Obama dijo algo profundo que debería haber dicho hace mucho —que la guerra iniciada en 2001 debe terminar, no solo de facto sino también legalmente. Delineando sus opiniones, el presidente dijo que quería “refinar, y eventualmente derogar” la Autorización para el Uso de las Fuerzas Armadas (AUMF, por sus siglas en inglés), la principal herramienta legislativa que gobierna las operaciones de EE.UU. alrededor del mundo en su lucha contra el terrorismo. También prometió no firmar leyes diseñadas para expandir este mandato.
Pero para convertir ese objetivo en una realidad concreta, el presidente debería haber pedido una ley que derogue la autoridad de la administración para librar una guerra —hacer que expire la AUMF, que provee la autorización legal para que nuestros soldados estén en Afganistán, una vez que las operaciones de combate concluyan allí a fines de 2014. Las futuras operaciones para combatir el terrorismo pueden depender de los múltiples poderes que la rama ejecutiva ya tiene, incluyendo algunos que han sido agregados desde el 11 de septiembre. Y si este presidente —o cualquier otro en el futuro— necesita más poderes de guerra para lidiar con una amenaza, puede volver al congreso y pedir autorizaciones específicas y limitadas, diseñadas para abordar ese reto en el futuro.
El hecho es que mientras que hay otras formas mediante las cuales la AUMF podría ser alterada de manera útil, una derogación tiene ventajas significativas.
Desde una perspectiva operacional, la AUMF autoriza la fuerza militar, pero nuestras operaciones en Afganistán están llegando a su fin. Nuestra presencia militar allí ayudó a debilitar el núcleo de al Qaeda, y ahora esa organización es una sombra de lo que fue alguna vez. Y esto importa dado que sin el respaldo organizacional y sin el entrenamiento de los comandos veteranos del núcleo de al Qaeda —muchos de los cuales están muertos o encarcelados— gran parte de los terroristas auto-radicalizados son detenidos mucho antes de que sus atentados sean exitosos. Las operaciones militares deberían ser el mecanismo de último recurso para lidiar con los atentados terroristas, especialmente fuera de zonas de guerra como Afganistán.
Las operaciones de lucha contra el terrorismo más exitosas involucran la recolección oportuna de inteligencia y análisis, y la cooperación con oficiales locales, no las operaciones militares sin fin determinado que involucran importantes envíos de soldados estadounidenses. Los agentes de la ley y de inteligencia identificaron y truncaron múltiples planes a lo largo de los años. Estos mecanismos no dependen de la AUMF, así que una eventual derogación no afectaría nuestra habilidad de detener los atentados.
Los conservadores que veneran la Constitución deberían ser los más reacios a entregar poderes ilimitados al presidente. Como dijo James Madison, darle “tales poderes [al presidente] hubiese perjudicado, no solo la esencia de nuestra Constitución, sino también el fundamento de los gobiernos bien organizados y limitados”.
Madison sabía que la guerra tendía a fortalecer los poderes del ejecutivo y erosionar las libertades. Y eso ha sucedido. Con el consentimiento del congreso, los últimos dos presidentes han interpretado la AUMF como una licencia para atacar o detener a cualquier persona que ellos digan que es un líder de al Qaeda o de sus fuerzas asociadas, sin un límite geográfico. La definición secreta y vaga de esos términos le ha dado al presidente una discreción amplia y excesiva para identificar, enfocarse en y matar a sospechosos de terrorismo, o para detener indefinidamente a aquellos que son capturados. Hacer que la ley expire previene que ese crecimiento del poder ejecutivo se vuelva permanente.
Los demócratas que puede que confíen en la discreción del presidente al utilizar estos poderes tienen una buena razón para preocuparse acerca de lo que los futuros presidentes podrían hacer con esta autoridad amplia e ilimitada. Ya hemos visto como el tiempo ha expandido la AUMF mucho más allá de su propósito original. La lista de objetivos desde ya incluye a individuos y grupos que no estaban directamente involucrados en los ataques del 11 de septiembre. Incluso el presidente Obama reconoce el riesgo. “A menos que disciplinemos nuestro pensamiento y nuestras acciones”, explicó el presidente, “podríamos ser arrastrados hacia más guerras que no necesitamos combatir”.
Creemos que debería haber un consenso bipartidista para restaurar el balance en cuanto a los poderes de guerra y para lograr que llegue a su fin este conflicto. Y la experiencia de EE.UU. a lo largo de la última década muestra que lo podemos hacer mientras que mantenemos segura a nuestra nación.
Este artículo fue publicado originalmente en CNN.com (EE.UU.) el 10 de junio de 2013.