¿Cuál es la respuesta a los altos precios de los combustibles?

Por Jerry Taylor y Peter Van Doren

Peter Van Doren es Editor, Revista Regulation del Cato Institute.

¿Que debería hacer el gobierno acerca del incremento sostenido en los precios de los combustibles? Nada. Tanto por razones teóricas como prácticas, políticos y reguladores deberían de resistir la tentación de meter las narices en el mercado de combustibles. No importa que tan bien intencionada, la intervención para proteger a los consumidores solo hará que las cosas empeoren.

Primero, algo de perspectiva. Los precios de la gasolina parecen relativamente altos hoy en día, en gran medida porque todavía tenemos fresco en la mente los recuerdos de 1998—año en que se logró un record en toda la historia de EE.UU. con el precio, ajustado a la inflación, más bajo alcanzado en los combustibles. Sin embargo, una vez que ajustamos el valor cambiante del dólar estadounidense, los precios de la gasolina no son particularmente altos comparados con el record histórico. Es cierto que los precios de los combustibles en las gasolineras son significativamente mayores que lo que eran el año anterior, sin embargo, el incremento de precios en los combustibles le ha representado durante el 2004 un incremento de 25 dólares por mes en promedio en el presupuesto de cada familia.

Estamos tentados a referirnos a los datos arriba mencionados y aconsejar a los lectores que dejen de quejarse. Pero es justo decir que la reciente escalada de precios en la gasolina ha transferido una gran cantidad de efectivo de los conductores hacia las compañías petroleras. Los activistas en pro de los consumidores no están inventando cosas cuando resaltan las asombrosas recientes ganancias corporativas de las compañías petroleras.

¿Acaso la imparcialidad económica demanda que el gobierno haga algo para revertir esta transferencia de riqueza? Después de todo, los consumidores tienen dificultad para protegerse a si mismos, en el corto plazo de esas subidas de precio. Eso es porque el costo asociado de moverse al lugar de trabajo, usando transporte público, compartiendo vehículo o remplazando los vehículos por unos más eficientes no es algo trivial. Algunos argumentan que las asombrosas ganancias de las grandes compañías petroleras indican que el gobierno podría ordenar una reducción de precios y aun así asegurar una utilidad razonable para los productores.

El argumento práctico en contra de ese curso de acción es que los precios de la gasolina son una señal del nivel de escasez en los mercados de combustibles. Si los precios de los combustibles se reducen, el consumo aumentará. Sin embargo, el mercado esta tan ajustado que no hay más gasolina disponible en el corto plazo. Si el gobierno ordena una reducción de precios con consecuencias importantes, las gasolineras podrían empezar a quedar desabastecidas.

El argumento teórico contra ese curso de acción es que constituye una forma perniciosa de capitalismo de una sola vía. Esto es, cuando las condiciones del mercado dictan precios bajos para la gasolina, los consumidores ganan, productores pierden y el gobierno sonríe. Cuando las condiciones de mercado dictan precios altos para la gasolina, los consumidores pierden, productores ganan y el gobierno se enoja. Pero si el gobierno tolera la transferencia de riqueza en una sola dirección (de los productores hacia los consumidores), ¿por qué alguien invertiría en el negocio petrolero? La imparcialidad requiere que el gobierno tolere de vez en cuando precios altos en la gasolina al igual que va a tolerar de vez en cuando precios bajos en la gasolina.

Consecuentemente, algunos han argumentado que el mejor curso de acción es no preocuparse por compensar la transferencia de riqueza asociada a los altos precios del petróleo sino mas bien alentar una mayor conservación. Se ha sugerido estándares más estrictos de eficiencia de los combustibles, impuestos más altos a la gasolina, mayores subsidios para vehículos con combustibles alternativos. La teoría dice que, dado que en el corto plazo los consumidores no responden rápidamente a las señales de precios, el gobierno necesita intervenir para asegurarse de que reaccionemos adecuadamente a la escasez en el mercado. Hacer eso traería los precios de la gasolina abajo y haría que esto funcione para el beneficio de todos.

Sin embargo, los que proponen este argumento pasan por alto dos puntos importantes.

Primero, aunque los conductores no economizan mucho en el corto plazo cuando los precios de la gasolina se disparan, la experiencia de los 70 e inicios de los 80 demuestra que los conductores empezarán a economizar de forma más aguda cuando los precios de los combustibles se mantengan altos durante un periodo de tiempo largo. Dado los costos asociados de cambiar de carro, mudarse y adoptar nuevas practicas al hacer viajes, no es una visión miope el asegurarse que los altos precios de la gasolina van a estar por mucho tiempo antes de cambiar el estilo de vida de uno. La intervención gubernamental para alentar o forzar esas inversiones en el corto plazo puede costarle a la sociedad más dinero que lo que ahorraría mediante una reducción en el consumo de la gasolina.

Segundo, los consumidores tienen el derecho de hacer sus propias decisiones acerca de las concesiones entre altos precios en la gasolina y economizar sin que esté el gobierno azotándoles la cabeza con impuestos más altos, opciones reducidas en el mercado automotor o sustrayendo sus ingresos para el beneficio de corporaciones comprometidas en hacer carros o combustibles que los consumidores no quieren comprar. Para decirlo de una forma más simple, los individuos saben como poner en orden sus asuntos personales mejor que los políticos y burócratas, no importa cuan bien intencionados sean.

En conclusión, el mejor remedio para los altos precios de la gasolina es... altos precios en la gasolina, lo cual provee todo los incentivos necesarios para que los conductores economicen, para que las compañías petroleras pongan más producto en el mercado y para que los inversionistas busquen tecnologías de combustible alternativas. El gobierno nunca ha demostrado la habilidad de hacerlo mejor.

Traducido por Nicolás López para Cato Institute.