Juan Manuel de Rosas: Perfil de un tirano
Alberto Benegas Lynch (h) describe el perfil de Juan Manuel de Rosas, dictador que gobernó Argentina entre 1830 y 1852 como si fuese su "estancia propia".
En no pocos lares ha habido (y hay) imitadores de Calígula. Uno de ellos fue parido en tierras argentinas y utilizó el apellido Rosas (aunque fue bautizado Ortiz de Rozas, según algunos “por respeto a las rosas”). En varias de sus obras, Isidoro Ruiz Moreno destaca que este personaje se declaró enemigo de la gesta independista de 1810, tal como el mismo lo especificó posteriormente en un discurso el 25 de mayo de 1837. También consigna Ruiz Moreno que cuando se produjeron las invasiones inglesas, Rosas se retiró a su estancia, en 1837 inició una guerra no declarada con Bolivia que descuidó de tal manera que se perdió Tarija, en 1838 propuso ceder las Malvinas a los acreedores ingleses y en el mismo año se produce el bloqueo francés (que duró tres años) debido a que el gobierno de Francia pedía que no se incluyera a ciudadanos franceses en el servicio militar (guardia territorial) y se indemnice a los súbditos de ese país por maltrato, bloqueo estimulado por Rosas para desviar la atención de los problemas internos (lo cual terminó con el tratado Makau-Arana por el que se aceptaron los reclamos franceses, aunque violado por el sitio a Montevideo), en 1843 Chile ocupa la Patagonia y Rosas recién reclama cuatro años después mientras pide ayuda a las fuerzas militares chilenas para luchar contra los indios. El nieto del tratadista mencionado, Isidoro J. Ruiz Moreno, recuerda que “por testamento [Rosas] legó su sable a Francisco Solano López [el tirano paraguayo]” (en La Nación, 8 de noviembre de 1999).
En 1832, como gobernador de Buenos Aires desde 1830, Rosas firma el Pacto Federal por el que se comprometió a convocar a un Congreso Constituyente, lo cual nunca cumplió. Escribe Juan González Calderón que “Rosas no consintió nunca en que lo estipulado en el Pacto Federal se cumpliera, y mantuvo al país bajo su despotismo durante veinte años” (en El general Urquiza y la organización nacional). Reasumió en 1835 con facultades extraordinarias y gobernó el país hasta 1852 bajo un régimen de terror en un sistema unitario centralizado por más que sus huestes se denominaron federales, todo desde Buenos Aires ya que nunca visitó el interior del país, salvo una vez a Santa Fe.
Es de interés citar opiniones autorizadas sobre Rosas —muchas de ellas tomadas de la recopilación de Bernardo González Arrili— lo cual pinta un panorama claro de su catadura moral y de los estragos realizados por su régimen. Bartolomé Mitre destaca que fundó “una de las más bárbaras y poderosas tiranías de todos los tiempos” (en Historia de Belgrano). Esteban Echeverría: “Su voz es de espanto, venganza y exterminio. ¡Que hombre! ignorancia y ferocidad. Ninguna grandeza de alma; pequeñez de alma si, y cobardía” (en Poderes extraordinarios acordados a Rosas). Domingo Faustino Sarmiento: “Hoy todos esos caudillejos del interior, degradados, envilecidos, tiemblan de desagradarlo y no respiran sin su consentimiento [el de Rosas]” (en Facundo). Miguel Cané: “Salí de Buenos Aires, porque me pesaba sobre el alma la atmósfera política que la influencia de Rosas había formado en mi patria” (manuscrito citado en Miguel Cané y su tiempo de Ricardo Sáenz Hayes). Félix Frías: “Yo vi el espectáculo horrible de 60 indios fusilados por orden de Rosas en la plaza del Retiro en Buenos Aires. Los cadáveres de aquellos infelices, muchos de ellos con resto de vida, fueron amontonados en los carros, que los condujeron al panteón. Rosas se proponía por medio de esos espectáculos sangrientos enseñar la obediencia al pueblo de Buenos Aires. ¡Y cuantas veces ha sido preciso repetir aquella bárbara lección! […] En octubre del año 40 y abril del 42, la mazorca y los empleados de Rosas en bandas recorren día y noche las calles de Buenos Aires, degollando a los individuos cuyos nombres Rosas les ha dado. Cuando habían degollado 10 a 20 disparaban un cohete volador, señal a la policía para que mandase carros que llevasen al cementerio los cadáveres” (en La gloria del tirano Rosas).
Juan Bautista Alberdi: “los decretos de Rosas contienen el catecismo del arte de someter despóticamente y enseñar a obedecer con sangre” (en La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo). José Manuel Estrada: “Ahogó la ciudad con la campaña, la revolución liberal con la escoria colonial y apoderado del gobierno por primera vez en 1830, hizo gala de su ferocidad. En seguida volvió a la esfera campesina que adueñaba y se vinculó con los caudillos subalternos que más tarde sacrificaría a puñal o veneno: adhirió las masas, más íntimamente que lo habían estado jamás, a fuerzas de crueldades, de cinismo y de extravagancias […] La superabundante degradación llegó, el vaso rebosó su fetidez. La democracia bárbara, la soberanía numérica, la brutalidad moral exaltaron la encarnación más sombría de gaucho a una autocracia irresponsable. ¡Ah señores! Hay días en que los pueblos de nada dudan, sino de sí mismos; todo lo esperan menos de su derecho. Ese día pálido y vergonzoso ha brillado sobre esta sociedad conturbada por todos los infortunios, aún los más horrendos, el miedo y la abyección. La tiranía fue confirmada por el ignominioso plebiscito de 1835” (en La política liberal bajo la tiranía de Rosas). José Hernández: “Veinte años dominó Rosas esta tierra […] veinte años negó Rosas la oportunidad de constituir la República; veinte años tiranizó, despotizó y ensangrentó al país” (en “Discurso en la Legislatura de BuenosAires”). Ricardo Levene: “La opinión general, el sentimiento de la sociedad, consagró a Rosas árbitro de los destinos de la provincia de Buenos Aires y de toda la República. El ambiente social se fue formando en el sentido de consolidar la dictadura […] Uno de los espectáculos más subalternos en que había caído la plebe de Buenos Aires, eran las fiestas parroquiales tributadas en homenaje al dictador. Colocaban el retrato de Rosas en un carro triunfal que tiraban los magistrados y ciudadanos haciendo el papel de bestias. La imagen de Rosas era paseada por la cuidad y la imponían así al respeto y al miedo de la población. En las iglesias se colocaba el retrato en el altar, y los sacerdotes, desde el púlpito, exhortaban a la adoración y culto de Rosas” (en Lecciones de historia argentina).
José de San Martín: “Mi querido Goyo, es con verdadero sentimiento que veo el estado de nuestra desgraciada patria, y lo peor de todo es que no veo una vislumbre que mejore su suerte. Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución contra los hombres más honrados de nuestro país” (en carta a Gregorio Gómez, septiembre 21 de 1839). Paul Groussac: “Lo que al pronto distinguía a Rosas de sus congéneres, era la cobardía, y también la crueldad gratuita” (en La divisa punzó). Juan María Gutierrez: “La dominación de Rosas echó por raíces en el terreno viejo de la colonia, terreno que apenas comenzaba a desmalezarse cuando la reacción social hacia atrás se inició bajo los auspicios del oscurantismo intelectual que distinguía a los colaboradores letrados del régimen de las facultades extraordinarias” (en Obra de Echevarría).
José Ingenieros: “Rosas asoció las dos intolerancias; la política y la religiosa. Así encontró los resortes más íntimos de su dominación […] Rosas, sin embargo, no era un fervoroso creyente; nunca lo había sido antes de necesitar de la religión como un instrumento de su despotismo. Si no ateo, había sido indiferente en materia de creencias religiosas; pero su política de reacción contra la democracia y el liberalismo necesitó del disfraz fanático que le traería como aliados todos los hombres de reposado espíritu colonial” (en “Las ideas coloniales y la dictadura de Rosas”).
Florencio Varela: “[El sistema rosista] consiste en que no tengamos hogar, ni propiedad, ni libertad individual; en que la mitad de de una generación se pase con las armas en la mano; en que los campos no se cultiven, y la educación se abandone, y ningún trabajo útil se emprenda, y los principios de la moral se vayan poco a poco abandonando, hasta desaparecer y dejar al hombre la sola vida estúpida y material que se asemeja a la bestia; si, en eso consiste, mandones dementes y frenéticos el sistema que proclamaís” (en Rosas y su gobierno). Sin duda que esta selección de textos es insignificante al lado de todo lo escrito sobre esta tiranía abyecta…todavía resuenan las palabras condenatorias de escritores de la talla de José Mármol y de Jorge Luis Borges para mencionar solo dos plumas adicionales de distintas épocas en una galería de opiniones que se extiende por doquier.
La asfixia que provocaba el sistema rosista generó cinco levantamientos armados entusiastamente apoyados por los numerosos exiliados en Montevideo, Colonia, Valparaíso y Santiago, movimientos libertadores que fueron cruelmente sofocados, antes de la exitosa campaña de Caseros liderada por Justo José de Urquiza que logró derrocar al tirano: la de Jenaro Berón de Astrada, la de Ramón Maza, la Revolución del Sur en la que hubo de participar Juan Lavalle, la Coalición del Norte de Marco Avellaneda y la de José María Paz.
Cierro esta nota con un dato que revela otro de los canales por los que el tirano disponía de la hacienda ajena, ya que como resumió Lucio V. Mansilla, Rosas concentró “todos los poderes, los más formidables, como son disponer de la vida, del honor, de la fortuna de sus semejantes” (en Rosas: ensayo histórico-psicológico). Disolvió el Banco Nacional y lo reemplazó por la creación de la Casa de la Moneda, entidad en la que colocaba empréstitos gubernamentales contra emisión monetaria, la que significó 1.200% durante su gestión al frente del gobierno. La característica central de Rosas —igual que todos los tiranos— es la de proceder en el país como patrón de estancia propia que maneja sin pudor ni escrúpulo alguno en el contexto de una arrogancia sin límite y siempre rodeado de cortesanos y alcahuetes, todo lo cual ocurrió hasta el antes mencionado levantamiento de Caseros en el que fue derrotado (cuando se vio en desventaja, abandonó a sus soldados y huyó del campo de batalla como apunta Isidoro J. Ruiz Moreno en la antedicha nota periodística) y se exilió en Inglaterra donde terminó sus días en una muy confortable granja de su propiedad.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 9 de febrero de 2012.