Y... ¿si el euro se rompiese?
Lorenzo Bernaldo de Quirós dice que "A la vista de lo acaecido, el euro fue un error o, al menos, el diseño de la unión monetaria, pero su ruptura abriría un panorama imprevisible y desencadenaría un juego en el que todos pierden".
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
¿Qué sucedería si el euro se rompe? Esta pregunta ya no es un escenario de economía-ficción, sino una hipótesis de improbable pero no de imposible materialización. En la práctica, la ruptura de la unión monetaria podría verificarse de dos maneras: primera, la desaparición pura y simple de la moneda única con un retorno de los países a sus divisas nacionales; segunda, la constitución de una Eurozona fuerte alrededor de Alemania y de los países centrales de la Unión Económica Monetaria (UEM).
Cualquiera de esas opciones plantearía graves problemas procedimentales, como señaló Barry Eichengreen en un célebre trabajo,"The Breakup of the Euro Area" (en inglés), publicado por el NBER en 2007. Así, la vuelta a las divisas nacionales forzaría a redenominar todos los contratos en la nueva unidad de cambio y a introducirla físicamente, un proceso complejo y lento y con un poderoso impacto desestabilizador en la actual coyuntura europea. En este sentido, es interesante esbozar algunas ideas.
Si todos o alguno de los países de la periferia decidiesen o se viesen impulsados a abandonar el euro, uno de los efectos inmediatos sería la devaluación de sus monedas. En este supuesto, las familias y las empresas anticiparían la pérdida de valor de sus depósitos en las entidades crediticias domésticas y los desplazarían hacia los bancos de los Estados seguros de la zona euro o de fuera de ella. Al mismo tiempo, los inversores descontarían la depreciación de la deuda de los países que abandonan la unión monetaria, la venderían e invertirían en la de aquellos Estados que les ofrecen mayor seguridad o en otros activos. Esta huida a la calidad desencadenaría una aguda crisis bancaria y de deuda en quienes optasen por o estuviesen obligados a abandonar la UEM.
Otra probabilidad es que los depósitos bancarios y los bonos mantuviesen su denominación en euros en la economía que abandone la unión monetaria. En este caso, los resultados serían similares y la salida de la unión monetaria de un país determinado no resolvería el problema de sostenibilidad de su deuda e iría a la bancarrota. En otras palabras, la devaluación del tipo de cambio no funciona como mecanismo de ajuste cuando los bonos del país cuya valuta (moneda) se devalúa están nominados en moneda extranjera. Por tanto, esta opción es poco probable.
A la manera del "corralito argentino"
En ese contexto, la única alternativa para quienes salieran de la unión monetaria sería introducir controles de capital para evitar la quiebra de sus bancos y la suspensión de pagos de su deuda. En términos coloquiales, esto significaría introducir algo parecido al famoso corralito argentino. Ahora bien, esta decisión supondría incumplir uno de los principios básicos sobre los que se asienta el Mercado Único: la libre circulación de capitales dentro del espacio económico de la Unión Europea (UE). Desde esta óptica, la ruptura del euro tendría implicaciones muy negativas para la preservación del mercado común. Por tanto, el estallido de la UEM pondría en riesgo todo el proceso de integración económica desplegado por Europa desde la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) al final de la Segunda Guerra Mundial.
Algunos autores sostienen que la ruptura del euro forzaría a los países indisciplinados a hacer los deberes. En efecto, si la reintroducción de la moneda nacional está acompañada de un programa de austeridad fiscal riguroso y de reformas estructurales, no habría razón para que los mercados dejasen de financiar a esas economías ni para que los tipos de interés sobre su deuda alcanzasen niveles estratosféricos. Por desgracia, esta tesis se enfrenta a un problema de credibilidad. Si un país no ha aplicado una política de estabilidad macro y de reformas microeconómicas dentro de la UEM, por qué la va a aplicar fuera. La respuesta es que, desaparecido el paraguas de la unión monetaria, el riesgo de bancarrota es mayor. Esta argumentación quizá sea correcta, pero está sujeta a tal incertidumbre que es improbable que los inversores no reaccionen hasta ver si los Estados que han salido de la UEM abrazan la ortodoxia que fueron incapaces de poner en marcha dentro de ella.
Por último, la ruptura de la moneda única o la creación de una Eurozona de Primera alrededor de Alemania tendrían también costes muy altos para los Estados que adoptasen esa estrategia. Entre otras cosas, la apreciación del tipo de cambio del euro fuerte o de sus sucesoras, las divisas de esos Estados, reduciría de manera dramática su competitividad. Por otra parte, la depreciación de las monedas de los Estados débiles o del Euro de Segunda supondría de facto una quita en el valor de la deuda y de los créditos en manos de extranjeros con un impacto sobre la solvencia de sus bancos proporcional a la devaluación experimentada por aquellas valutas. Aunque esa pérdida se compensase en parte por el hipotético trasvase de recursos de la banca y de la deuda periférica a, por ejemplo, sus equivalentes en Alemania, no sería de la magnitud suficiente para evitar pérdidas masivas a los acreedores.
Europa en su laberinto
En conclusión, Europa está en una trampa, en un laberinto de complicada salida, y el tiempo apremia. A la vista de lo acaecido, el euro fue un error o, al menos, el diseño de la unión monetaria, pero su ruptura abriría un panorama imprevisible y desencadenaría un juego en el que todos pierden.
Desde esta perspectiva, la obstinación de Alemania en no aceptar lo necesario, la conversión del BCE en el prestamista de última instancia, puede conducir a un punto de no retorno. Estar al borde del precipicio no evita dar un decidido paso hacia adelante.
Este artículo fue publicado originalmente en El Economista (España) el 1 de diciembre de 2011.