Señales mixtas en cuanto a las barreras

Por Brink Lindsey

Tras un lapso de ocho años, la reautorización de la Autoridad de Promoción del Comercio (APC), también conocida como fast track, o vía rápida, está a punto de pasar en el Congreso. La Casa y el Senado pasaron versiones distintas de la APC hace meses, pero los esfuerzos por forjar un compromiso entre las propuestas rivales, se atascaron en tediosas disputas. El jueves 25 de julio finalmente se llegó a un trato y el sábado 27 la Casa aprobó la propuesta final con 215 votos a favor y 212 en contra. Se espera que el Senado vote esta semana.

Después de esto, los simpatizantes del libre comercio estarán tentados a darse una palmada en el hombro por haber sido capaces de formular un gran triunfo, pero deben resistir a la tentación. El hecho de que la APC fue difícil de obtener no significa que valga mucho. Después de todo, la APC no abre ni un solo mercado, ni baja alguna tarifa. Lo único que hace es obligar al congreso a votar "sí o no" (es decir, sin enmiendas) sobre tratados comerciales, permitiendo negociaciones con la certeza de que el Congreso no va a cambiar los términos de los tratos a los que se arribe. En realidad, lo que se necesita es llegar a esos tratos y conseguir que el Congreso los apruebe-y esto hará que las pláticas de la APC parezcan un camino fácil.

Demasiadas concesiones

De hecho, la manera en que se peleó la lucha por la APC hará que el verdadero trabajo de liberalizar el comercio sea más difícil. Para lograr la aprobación del Congreso, la administración de Bush hizo una concesión tras otra a grupos proteccionistas y promotores de subsidios-imponiendo altos aranceles al acero y a la madera; cediendo ante la presión de la industria textilera, de no abrir el mercado a bienes provenientes del Caribe, Sudamérica y Pakistán; y lo que es peor, aprobando onerosos subsidios a la agricultura.

Tras una serie de traiciones, nuestra credibilidad ante nuestros principales socios comerciales está rayando en cero. Como resultado, la habilidad de EE.UU para asumir su rol normal como líder de las negociaciones comerciales, se ha puesto en seria duda. ¿Cómo puede el gobierno norteamericano decirle a otros países que tomen riesgos políticos en pos de un comercio más libre cuando nosotros no seguimos nuestro propio consejo? La administración puede encontrarse con que al ganar la autoridad del congreso para promover el comercio, perdió la autoridad moral para hacerlo.

Los defensores de la administración desechan esto como un criticismo ingenuo de los puristas de la torre de marfil; dicen que en el mundo real las concesiones son inevitables, y de hecho es cierto que el sendero de la política comercial estadounidense a partir de la Segunda Guerra Mundial está cubierto de pactos proteccionistas para comprar a la oposición. Los desvíos de la administración de los principios de libre comercio vienen directamente de este manual de "un paso para atrás y dos para adelante"; el problema es que el manual ya está demasiado desactualizado. >

¿Qué es lo que ha cambiado? Primero, Estados Unidos ha derribado gradualmente sus barreras comerciales. Los enclaves que permanecen son los casos políticamente difíciles-el acero, los textiles y la agricultura. Antes era fácil comprar estos casos difíciles y aún tener bastantes bienes para colocar sobre la mesa de negociaciones. Ahora, a menos que quienes están a cargo de las negociaciones ataquen algunas de las vacas sagradas, se verán obligados a llegar a las mesas con las manos vacías.  Esto es exactamente lo que ha estado haciendo la administración de Bush: negociando con la Organización Mundial del Comercio y el Área de Libre Comercio de las Américas mientras mantiene testarudamente, e incluso incrementa, las barreras comerciales que aún tienen los Estados Unidos. Esta postura está condenada a producir resultados decepcionantes, si no es que a fracasar por completo.

Segundo, la necesidad del liderazgo estadounidense es especialmente aguda en este momento. Nuestro principal interés en tema de política comercial es promover la liberalización en los países en vías de desarrollo donde las barreras permanecen muy altas, y donde la reducción de éstas serviría de catalizador para reformas de mercado más amplias. Nunca ha sido de mayor importancia el ejemplo que le demos al mundo en vías de desarrollo.

Hasta los 1980, la mayor parte de los países subdesarrollados estaba comprometida ideológicamente con la substitución de las importaciones y barreras altas al comercio. Por lo tanto, lo que EE.UU. ofreciera o dejase de ofrecer en las negociaciones comerciales tenía poca importancia. Luego, desde principios de los 1980 hasta inicios de los 1990, en respuesta al fracaso de políticas previas (e imitando el éxito de los países asiáticos) estas naciones empezaron a abrazar la liberalización comercial; muchos de los cambios fueron unilaterales, por lo que las acciones norteamericanas también eran casi inconsecuentes.

Sin embargo, ahora hay muy poco entusiasmo en el tercer mundo para expandir la apertura de los mercados. La paga por las reformas anteriores ha sido menor de lo que se esperaba, lo que ha llevado a que algunos culpen a éstas (y en particular a la apertura comercial) de las dificultades actuales. Más aún, varios dicen (con cierta justificación) que las barreras de los países ricos han bloqueado su camino a la prosperidad.

Hoy en día una posición estadounidense de "hagan lo que digo, no lo que hago" desacredita el libre comercio y lo hace ver como una farsa de los países ricos, ayudando y reconfortando a los políticos que en los países pobres se oponen a las reformas, quienes señalarán la defensa de EE.UU. de sus barreras y dirán que sus países deben hacer lo mismo.

¿Qué, entonces, debe hacer el gobierno después de que se firme la APC? Antes que nada, tiene que reconocer el profundo hoyo en que se encuentra. Luego, debe empezar a salir de ahí con pasos valientes que restauren la credibilidad de EE.UU. y resuciten el decadente ímpetu de la liberalización del comercio. La revelación, la semana pasada, de una nueva propuesta estadounidense en la OMC para arrasar con tarifas y subsidios agrícolas es un buen comienzo, pero sólo un comienzo, pues esas propuestas suenan un poco vacías al venir sobre los talones del terrible incremento a los subsidios agrícolas. El presidente debe demostrar su seriedad, admitiendo que firmar esa ley fue un error, y comprometiéndose a que su administración hará las rectificaciones pertinentes. Del mismo modo, tiene que dejar de apaciguar al sector del acero y dar fin a la oposición de EE.UU. a la reforma de las reglas proteccionistas en contra de la competencia desleal. Y, debe acelerar la eliminación gradual de las cuotas a los textiles, prevista para finales del 2004.

Luego, el presidente debe vender su programa en casa. Tiene que tomar el púlpito con valentía y explicarle al pueblo por qué el interés nacional en el crecimiento económico mundial, y en las reformas pro-mercado, debe pasar sobre los intereses parroquiales que se resisten a la apertura y a la competencia extranjera.

Hacer lo correcto no será fácil. Para lograr un progreso real, va a ser necesario un gasto significante de capital político, pero así como luchamos para librar al mundo del terror, debemos trabajar para llenar al mundo de esperanza. Esto se puede lograr fortaleciendo los lazos de comercio pacífico entre naciones, pero sólo si la Casa Blanca está dispuesta a enfrentarse a los intereses especiales que se oponen.

Traducido por Constantino Díaz-Durán para Cato Institute.