El culto a la Presidencia: Edición 2024

Gene Healy dice que los estadounidenses ya ni siquiera se percatan de cuando los candidatos presidenciales hablan del cargo al que aspiran como si fuera una combinación de ángel de la guarda, chamán y caudillo supremo de la tierra.

Por Gene Healy

El momento crucial del debate del 10 de septiembre se produjo a los 28 minutos, cuando la vicepresidenta Kamala Harris consiguió provocar al hombre más provocador del mundo. Si asisten a un mitin de Trump, dijo a la audiencia, "se darán cuenta de que la gente empieza a abandonar sus mítines antes de tiempo por agotamiento y aburrimiento". En la pantalla dividida, los ojos del ex presidente se abrieron visiblemente, y casi se podía ver cómo el autocontrol y la disciplina del mensaje abandonaban su cuerpo. A partir de ahí, todo fue a pedir de boca.

Aunque se perdió en la colisión múltiple que siguió, me pareció más interesante lo que Harris dijo a continuación. Mientras Trump echaba humo, la vicepresidente continuó:

"Y le diré de lo único que no le oirá hablar [a Trump] es de usted. No le oirán hablar de sus necesidades, sus sueños y sus deseos. Y les digo que creo que se merecen un presidente que realmente os ponga en primer lugar. Y os prometo que lo haré".

Sus necesidades, sus sueños, sus deseos... ¿Qué clase de trabajo se supone que es éste? A lo largo de la velada, Harris fue desgranando una visión del cargo que evocaba a un entrenador de vida con armas nucleares o a un administrador de recursos humanos enloquecido. "Les invito a que sepan", proclamó en un momento dado, “que Donald Trump en realidad no tiene ningún plan para ustedes”, difícilmente la acusación más aterradora que se ha hecho contra Trump, y posiblemente menos amenazadora que la noción de que la presidenta Harris “se despertará cada día pensando en ustedes y en sus familias”. Por favor... ¿no?

Para ser justos, la concepción que tiene Donald Trump del poder y la responsabilidad presidenciales, aunque menos sensiblera, es igualmente desquiciada. Los ejemplos abundan: "Sólo yo puedo arreglarlo"; "Les daré todo"; "Si gano todo lo malo que está ocurriendo en Estados Unidos será rápidamente revertido" Si es elegido, dijo el martes, solucionará "Oriente Medio... y rápido", y acabará con la guerra en Ucrania "incluso antes de ser presidente".

Por su parte, Harris prometió ofrecer "un discurso sobre cómo vamos a invertir en las aspiraciones y las ambiciones y los sueños del pueblo estadounidense"; será una presidenta, prometió en su discurso de clausura, que nos preguntará "¿estás bien?".

¿Estamos bien? Quizá no, si ya ni siquiera nos damos cuenta cuando los candidatos presidenciales hablan del cargo al que aspiran como si fuera una combinación de ángel de la guarda, chamán y caudillo supremo de la tierra.

Hace unos 15 años escribí un libro en el que sostenía que "la concepción ilimitada que tienen los estadounidenses de la responsabilidad presidencial es la fuente de gran parte de nuestro infortunio político y de algunas de las amenazas más graves para nuestras libertades". En The Cult of the Presidency: America's Dangerous Devotion to Executive Power, sostengo que, durante demasiado tiempo, los estadounidenses han confiado demasiado en la presidencia. Como resultado, el titular del cargo ejerce poderes que ningún ser humano falible debería tener: "La Presidencia Imperial es el precio de convertir el cargo en el centro de nuestras esperanzas y sueños nacionales".

Por eso Cato acaba de publicar una edición actualizada de El culto a la Presidencia. En un nuevo y extenso prefacio, hago balance de lo que ha cambiado en los años transcurridos desde la publicación de Cult, a medida que nuestra política se volvía cada vez más salvaje, y el "cargo más poderoso del mundo", aún más poderoso. Más que nunca, sostengo, en las Elecciones de 2024, la propia presidencia es el problema.

El mérito (¿o la culpa?) de la reedición se debe a mis colegas del departamento de libros de Cato, que contemplaron nuestra pesadilla nacional en curso y percibieron una oportunidad de marketing: la posibilidad de exponer los temas de Cult un nuevo grupo de lectores. Me presionaron para que actualizara el libro para su publicación en otoño ("¡Justo cuando pensaba que estaba fuera, me vuelven a meter dentro!"), y presenté el manuscrito la primera semana de junio. Así es como el nuevo prefacio describía originalmente la situación en 2024:

El próximo noviembre, nos enfrentamos al segundo duelo entre un hombre que organizó disturbios con la esperanza de intimidar al Congreso para que anulara los resultados de unas elecciones que había perdido, y un octogenario al atardecer al que el 69% de los demócratas consideran "demasiado viejo para servir eficazmente". No es de extrañar, pues, que, según una encuesta realizada entre los votantes de 2023, el sentimiento más predominante en este ciclo electoral sea el "pavor" (41%), seguido del "agotamiento" (34%). Hacia el final de Suttreela novela de Cormac McCarthy, el malogrado protagonista, recién recuperado de una fractura de cráneo en una pelea de bar seguida de un ataque de fiebre tifoidea, reflexiona sobre sí mismo: "No hay absolutos en la miseria humana y las cosas siempre pueden empeorar". Y aquí estamos.

La última parte sigue siendo válida, pero el resto del pasaje ha sido superado por los acontecimientos. En primer lugar, el 27 de junio, una actuación tambaleante y caótica en el debate puso de manifiesto el declive del Presidente Biden. Después, mientras aumentaba la presión para que Biden se retirara, la nación vio cómo el ex presidente Donald Trump sobrevivía por escasos centímetros a un intento de asesinato, gracias a un giro fortuito de la cabeza. Ocho días después, en una críptica nota difundida a través de la plataforma de redes sociales X, el Presidente Biden anunció su decisión de retirarse. Desde entonces, los medios de comunicación afines al Partido Demócrata han creado un floreciente "Culto a Kamala" y, el 15 de septiembre, frustraron otro intento de asesinato del expresidente Trump. En el momento de escribir estas líneas, el resultado de la contienda de 2024 sigue siendo radicalmente incierto, pero el pavor y el agotamiento persisten.

En el nuevo prefacio a la edición de 2024, rastreo dos peligrosas tendencias surgidas en los años transcurridos desde la primera publicación de Cult. La primera es el auge de lo que se ha dado en llamar "sectarismo político": un odio partidista cada vez más intenso en el que la política estadounidense ha adquirido un fervor casi religioso. El segundo es la concentración simultánea de nuevos y vastos poderes en el poder ejecutivo. A medida que nuestras divisiones nacionales se han ampliado, hemos elevado drásticamente lo que está en juego en nuestras diferencias políticas. Los últimos presidentes se han arrogado el poder de decidir qué tipo de coches pueden conducir los estadounidenses, quién puede venir a Estados Unidos y quién puede quedarse, y qué niños pueden ir a qué cuarto de baño en cada escuela de primaria y secundaria de Estados Unidos: todo eso y mucho más puede decidirlo ahora –el ganador se lo lleva todo– el partido político que consiga hacerse con la Casa Blanca.

En nuestra miopía partidista, hemos establecido la infraestructura para el gobierno autocrático y la guerra sectaria, haciendo que la presidencia sea lo suficientemente poderosa como para destrozar el país.

Resulta que las cosas estaban aún peor de lo que pensaba. Pero en la nueva edición de El culto a la presidencia, muestro cómo nos hemos metido en este lío y trazo el camino para salir de él. Puede que no sea el libro más alegre que lea en esta temporada de campaña, pero creo que su mensaje nunca ha sido más urgente.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 16 de septiembre de 2024.