La Seguridad Social a los 89 años: Hora de jubilar la antigua fórmula de prestaciones
Romina Boccia dice que al cumplir 89 años, está claro que la Seguridad Social de Estados Unidos necesita una modernización que refleje las nuevas realidades demográficas y económicas.
Por Romina Boccia
La semana pasada, se cumplió el 89 aniversario de la Seguridad Social. Al igual que una persona mayor testaruda, este programa ha permanecido anclado en sus costumbres durante tanto tiempo que se le podría disculpar por pensar que la Administración de la Seguridad Social sigue utilizando teléfonos de disco. Al igual que esos teléfonos se han convertido en reliquias del pasado, está claro que la Seguridad Social necesita una actualización moderna que refleje las nuevas realidades demográficas y económicas.
Hoy tendré la oportunidad de dirigirme a unos 200 socios de AARP en la fiesta de cumpleaños de la Seguridad Social de Ohio, que se celebrará en el Ohio Stadium de Columbus, y a la que se unirán más socios en otras ciudades. Las entradas para el evento están agotadas desde hace días. Puedes registrarte en la retransmisión en directo de Facebook si estás deseando verme debatir con Max Richtman, del Comité Nacional para Preservar la Seguridad Social y Medicare (NCPSSM).
Durante mi intervención, insistiré en que debemos adoptar una visión más holística de la Seguridad Social y preguntarnos: ¿cuáles deberían ser los objetivos de este programa de "seguridad social"? Y luego, ¿cuál es la mejor manera de alcanzar esos objetivos?
La actual fórmula de prestaciones es defectuosa
Quienes se oponen a los cambios en las prestaciones parten del supuesto implícito de que el diseño actual del programa no puede mejorarse. Pero tenemos sobradas pruebas de que ha llegado el momento de retirar la antigua fórmula de prestaciones y sustituirla por otra que aborde más adecuadamente las realidades de 2024 y no las que existían en 1935 cuando se introdujo la Seguridad Social.
El diseño actual de las prestaciones conduce a muchos resultados indeseables. Por ejemplo, las rentas más altas reciben prestaciones excesivamente elevadas, ya que los hogares con dos rentas más altas pueden cobrar más de 100.000 dólares anuales de un programa financiado por trabajadores que suelen tener rentas y patrimonio neto más bajos, por término medio. Es la redistribución al revés, como Robin Hood robando a los pobres para dárselo a los ricos.
Y debido a la forma en que se calculan las prestaciones iniciales cuando alguien solicita por primera vez la Seguridad Social, dos trabajadores con idéntico historial de ingresos pueden percibir prestaciones muy diferentes dependiendo de los años en que las solicitaron. Esto se debe a que las prestaciones sólo están vagamente vinculadas al historial laboral real y a las cotizaciones fiscales. Las prestaciones iniciales reciben un impulso de las ganancias salariales de toda la economía, de modo que alguien que solicite la prestación en 2020 cobrará 37.333 dólares de la Seguridad Social, 7.548 dólares más que alguien con los mismos ingresos e historial fiscal que la solicitara en 1995 (recibiendo en cambio 29.785 dólares en 2020). Podemos permitirnos proteger las prestaciones actuales de la inflación (un aumento del nivel general de precios que eleva el costo de la vida), pero no podemos permitirnos unas prestaciones cada vez mayores.
Nobles intenciones, ejecución defectuosa
La Seguridad Social se creó con nobles intenciones: garantizar que los estadounidenses mayores, los discapacitados y los supervivientes de trabajadores fallecidos no sufran en la pobreza. Sin embargo, a pesar de su éxito en la reducción de la tasa global de pobreza entre las personas mayores, la estructura financiera del programa es fundamentalmente defectuosa. Los trabajadores actuales pagan las prestaciones que reciben los jubilados y, sin embargo, la fórmula de las prestaciones procede de una época en la que el número de trabajadores que cotizaban era muy superior al actual. Estados Unidos está experimentando un gran cambio demográfico: los estadounidenses de más edad viven más años y cobran más Seguridad Social a lo largo de su vida, mientras que el número de estadounidenses en edad de trabajar que financian sus prestaciones está disminuyendo porque la gente tiene menos hijos que en el pasado. Debido a este desequilibrio, la Seguridad Social lleva registrando déficits desde 2010 y se espera que añada más de 4 billones de dólares a la deuda en los próximos nueve años, antes de que se agote la autoridad de endeudamiento del programa en 2033.
Si el Congreso no actúa, la ley dicta que las prestaciones se recortarán en 21 céntimos de dólar para todos los beneficiarios a partir de 2033. Si hacemos cambios en las prestaciones ahora, podemos evitar esos recortes automáticos, sin añadir más deuda ni aumentar los impuestos. Si esperamos hasta más cerca de 2033, el Congreso se verá obligado a subir los impuestos a los trabajadores que pagan la factura de la Seguridad Social. La alternativa será que el Congreso pague las prestaciones con más deuda, lo que además de gravar a las generaciones más jóvenes con mayores pagos de intereses podría desencadenar una mayor inflación, que actúa como un impuesto sobre todos al elevar el costo de la vida.
Las soluciones eficaces ajustarán las prestaciones a los ingresos
En términos de soluciones políticas eficaces, la eliminación del tope de los impuestos sobre las nóminas suena atractiva, pero elevaría los tipos impositivos de las rentas más altas a niveles económicamente perjudiciales, lo que pasaría factura a todos los trabajadores al reducir sus oportunidades de empleo y obstaculizar la creación de nuevos bienes y servicios que mejoren la vida. Además, este planteamiento sólo proporciona unos cinco años de superávit de ingresos antes de que la Seguridad Social vuelva a registrar déficit, lo que lo hace ineficaz e insostenible como solución a largo plazo. Aumentar el impuesto sobre las nóminas para todos los trabajadores también es insostenible porque elevaría la carga fiscal sobre las nóminas de los asalariados medios, que ganan unos 60.000 dólares, a 10.000 dólares al año, un aumento de 3.000 dólares que muchos trabajadores no podrán permitirse.
En su lugar, deberíamos considerar (1) reducir las prestaciones de los jubilados con mayores ingresos, (2) ajustar la fórmula de las prestaciones para protegerlas de la inflación en lugar de hacerlas crecer con los salarios, (3) modernizar los ajustes del costo de la vida para que sean más precisos, y (4) aumentar gradualmente la edad de jubilación para reflejar una mayor esperanza de vida. Estos cambios ajustarían mejor las prestaciones a la realidad demográfica actual y fomentarían una mayor participación de la población activa, beneficiando a los trabajadores con una economía más fuerte y mejorando las finanzas de la Seguridad Social.
El verdadero peligro reside en que el Congreso evite tomar decisiones difíciles y opte por pedir más préstamos para evitar los recortes de prestaciones de la Seguridad Social previstos para 2033. Tal abdicación de la responsabilidad fiscal agravaría la deuda nacional y cargaría a las generaciones futuras con impuestos más altos e inflación. También podría enviar una peligrosa señal a quienes compran la deuda de Estados Unidos de que nos hemos vuelto menos solventes, lo que haría subir las tasas de interés y podría desencadenar una crisis fiscal. No debería ser necesaria una crisis fiscal para ajustar las prestaciones de la Seguridad Social a los tiempos que corren.
Al reflexionar sobre los 89 años de la Seguridad Social, está claro que el statu quo ya no es sostenible. Reformar la Seguridad Social no consiste sólo en equilibrar las cuentas, sino en reajustar el programa para que el gobierno se centre en lo que mejor sabe hacer, dejando al mismo tiempo libertad a los ciudadanos para trabajar, ahorrar e invertir como mejor les parezca.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (Estados Unidos) el 14 de agosto de 2024.