Erdogan ganó prometiendo hacer Turquía grandiosa nuevamente
Mustafa Akyol analiza la victoria del autoritario Recep Tayyip Erdogan, a pesar de una inflación alta y una respuesta incompetente al terremoto reciente.
Por Mustafa Akyol
El domingo 14 de mayo por la noche, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan apareció en la terraza de la sede de su gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo, o AKP, en Ankara para pronunciar su habitual "discurso del balcón". Como en todas las elecciones turcas de las dos últimas décadas, sus partidarios estaban exultantes, mientras que los disidentes estaban ansiosos.
Por supuesto, las elecciones presidenciales aún no habían terminado. Habrá una segunda vuelta el 28 de mayo. Pero es probable que gane Erdogan, con más de cuatro puntos de ventaja sobre su principal rival, Kemal Kilicdaroglu. Su coalición gobernante ya se ha asegurado la mayoría parlamentaria.
En otras palabras, tras 20 años en el poder, Erdogan podría conseguir cinco años más de gobierno, si no más, superando, con mucho, a cualquier otro líder turco desde el sultán otomano Abdul Hamid II, de finales del siglo XIX.
En caso de que gane, los próximos cinco años no parecen prometedores. Después de todo, Erdogan ya ha convertido a Turquía en un Estado casi monopartidista, y puede que le esperen cosas peores. Podría erradicar lo que queda del poder judicial independiente, la prensa libre y el mundo académico crítico. También ha prometido una constitución totalmente nueva, que podría hacer realidad muchos de los sueños de la derecha religiosa. Entre las sugerencias de los partidarios de Erdogan figuran la abolición del Tribunal Constitucional, la introducción de aún más religión en la educación pública, el recorte de los derechos de la mujer y la prohibición de las interpretaciones "heréticas" (liberales) del Islam.
Pero, ¿cómo sigue ganando Erdogan, especialmente en un momento en que muchos pensaban que su apoyo se desplomaría ante la inflación galopante y una respuesta inepta al reciente terremoto?
La respuesta no es que "robe" el voto. Turquía, a pesar de su dramático declive en libertad de expresión y Estado de derecho, tiene un sistema electoral transparente, en el que Erdogan gana realmente las votaciones.
La verdadera respuesta es que Erdogan ha formado un vínculo inquebrantable con el mayor bloque sociopolítico de Turquía: los conservadores religiosos. También les encanta con una gran narrativa: a pesar de enemigos nefastos y conspiraciones atroces, está haciendo que Turquía vuelva a ser grande y musulmana.
La historia, difundida por una enorme maquinaria propagandística que constituye gran parte de los medios de comunicación, es la siguiente: érase alguna vez, como gobernantes del Imperio Otomano, los turcos eran los amos del mundo. Pero debido a los complots europeos y a los "traidores" de su interior, fueron puestos de rodillas. Peor aún, los laicistas opresivos dominaron Turquía desde la década de 1920 hasta la de 2000, humillando a los piadosos con el cierre de sus mezquitas o la prohibición de sus pañuelos en la cabeza. Sólo Erdogan puso fin a esta larga era de desgracia.
Por todo ello, se dice, "ellos" atacan constantemente a Erdogan. Este "ellos" es una rica mezcla, que contiene partidos de la oposición, críticos liberales, medios de comunicación occidentales, grupos capitalistas, George Soros, "el Estado profundo estadounidense", tribunales europeos, terroristas kurdos, activistas LGBTQ o desertores dentro del campo religioso. Estos "enemigos de Turquía" intentan forzar la caída de la gloriosa nación y de su líder. Contra ellos, los pro-Erdogan gritan: "¡yedirtmeyiz!" –un eslogan que a grandes rasgos significa: "¡No permitiremos que lo atrapen!"
La euforia se mantiene viva con una fanfarria constante. Pocos en Occidente se dieron cuenta, pero la campaña de Erdogan para estas elecciones incluyó el anuncio de dos nuevas máquinas de guerra: el primer portaaviones no tripulado de Turquía, el TCG Anadolu, y su nuevo "avión de combate nacional", el Kaan. Ambos fueron presentaods en ceremonias públicas con gran afluencia de público y auténtico entusiasmo por la nueva grandeza. Por esas fechas, Erdogan actualizó su perfil de Twitter para mostrar una foto suya en pose resuelta con uniforme de piloto de jet. Dos semanas después, coronó su campaña con oraciones vespertinas en la majestuosa Santa Sofía, que había convertido de nuevo en mezquita hacía tres veranos.
Mientras tanto, desde la cocina de su modesto apartamento de Ankara, el candidato de la oposición Kilicdaroglu criticaba la subida de los precios de las cebollas en los mercados turcos. La maquinaria propagandística pro-Erdogan contraatacó: "¡Esto va de independencia, no de cebollas!".
En 1992, Bill Clinton ganó las elecciones gracias al mordaz eslogan "Es la economía, estúpido". Esta vez, en Turquía, todo giraba en torno a la guerra cultural y el nacionalismo religioso.
En los próximos meses, es probable que la economía siga sangrando, sobre todo si Erdogan sigue imponiendo sus excéntricas teorías sobre los tipos de interés al Banco Central del país, a pesar de la drástica caída de la lira turca. No es una conclusión previsible, ya que Erdogan ha mostrado una vena pragmática en el pasado. Pero quién sabe. Toda política, al fin y al cabo, depende de cómo se sienta él en cualquier estación, en cualquier día.
En la actualidad, Turquía no es el único país donde la democracia se está transformando en una tiranía de mayorías agraviadas y movilizadas por hombres fuertes. Otro es la India, donde el nacionalismo hindú militante del Primer Ministro Narendra Modi –con narrativas similares de agravio histórico– amenaza a las minorías, especialmente a musulmanes y cristianos.
Creo que el remedio a este desafío del siglo XXI sigue siendo el viejo liberalismo político: gobierno limitado, controles y equilibrios, libertad y justicia para todos. Pero el liberalismo necesita una nueva defensa, una nueva gran narrativa, para competir con las cautivadoras narrativas de los populistas fervientes.
Tenemos que demostrar, una vez más, que el liberalismo es el mejor sistema no sólo para las cebollas asequibles, sino también para la dignidad humana. Los autoritarios prometen esa dignidad a sus seguidores, mientras pisotean la dignidad de los demás.
Este artículo fue publicado originalmente en The Washington Post (Estados Unidos) el 17 de mayo de 2023.