Descartes y el racionalismo
Hernán Bonilla explica el racionalismo cartesiano y los peligros del abuso de la razón.
Por Hernán Bonilla
En 1637 René Descartes publicó el Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias, más conocido solo por las tres primeras palabras del título. Sería un libro llamado a marcar a fuego la historia del pensamiento en Occidente, como obra clave del racionalismo.
Fue a partir del aburrimiento de un frío día de invierno que Descartes comenzó a dudar de todo y así llegó a su célebre frase “Pienso, luego existo”. El racionalismo –que bien puede ser definido como el abuso de la razón– característico de muchos destacados autores de la Ilustración, parte de la premisa cartesiana de que todo lo que conocemos debe ser explicado a partir de la razón.
Esa no fue la forma en que se fueron edificando a través de un largo proceso descentralizado y espontáneo aspectos tan destacados de nuestra civilización como el lenguaje, el derecho o las instituciones que permitieron el desarrollo del libre mercado, pero la duda cartesiana quedó planteada. Luego vendría Rousseau a afirmar que debía ponerse un cerco alrededor del alma de cada niño para que no fuera contaminado por las tradiciones y Voltaire a sentenciar que para tener buenas leyes había que comenzar quemando todas las existentes.
Descartes planteó que “a menudo no hay tanta perfección en las obras compuestas de diversas piezas, y hechas por la mano de varios maestros, como en aquellas en las cuales uno solo ha trabajado” Uno de sus ejemplos fue Esparta, ya que explicaba su éxito en base a que sus leyes habían sido elaboradas por una única persona y por lo tanto, “tendían todas hacia el mismo fin”. Si bien el propio René advirtió, previendo quizá como podrían interpretarse sus ideas, que “no era razonable que un particular intentase reformar un Estado cambiándolo todo desde los fundamentos y derribándolo para levantarlo después”, lo cierto es que eso fue precisamente lo que creyeron muchos de sus seguidores.
Como explicó Fredrich Hayek: “Desde el período moderno de René Descartes, esta forma de racionalismo no solo desecha la tradición, sino que proclama que la razón pura puede directamente servir nuestros deseos sin su intermediación, y puede construir un mundo nuevo, una moral nueva, una legislación nueva, incluso un lenguaje nuevo y depurado, por sí misma. Aunque la teoría es sencillamente falsa, aún domina el pensamiento de la mayoría de los científicos, y también de la mayoría de los escritores, artistas e intelectuales”.
Mucho de lo más valioso para la humanidad, a contrapelo del pensamiento racionalista, no es consecuencia de la obra deliberada de ninguna persona en particular. Nuestra propia moral, para citar el cásico ejemplo de David Hume, no es producto de nuestra razón, como no lo son instituciones claves para el sostén de la sociedad que no pueden ni necesitan ser explicadas desde sus orígenes para que apreciemos su valor. El caso de Descartes es un ejemplo de los muchos que existen de una mente brillante cuyas ideas tuvieron una influencia perniciosa más allá de su elucubración original, especialmente en el desarrollo dado por algunos de sus seguidores. Las revoluciones, desde la francesa en adelante, y los intentos de ingeniería social que caracterizaron el siglo XX, así como los desvaríos voluntaristas que aún hoy sufrimos, tienen su justificación intelectual en el racionalismo cartesiano.
Este artículo fue publicado originalmente en El País (Uruguay) el 30 de agosto de 2023.