Petro versus Ocampo: ¿Quién gobernará a Colombia?
Daniel Raisbeck considera que el ministro de Hacienda designado por el equipo de Petro podría lucir moderado solo porque se encuentra rodeado de una secta petrista de fanáticos.
Por Daniel Raisbeck
Dice mucho que José Antonio Ocampo, ministro de Hacienda designado, sea el símbolo de la moderación y la cordura en medio de la fanática secta petrista. Ministro de Hacienda durante la oscura época de Ernesto Samper, Ocampo es partidario de los controles de capital y cambiarios. Como bien comenta el también exministro (y votante de Petro) Rudolf Hommes, la última medida nos devolvería a mediados del siglo pasado en términos de apertura financiera, la cual de por sí ha sido mínima.
En Colombia, por ejemplo, nunca permitieron la apertura de cuentas bancarias denominadas en dólares. Al volver a la era del decreto 444 de 1967, cuando amables funcionarios requisaban cajones en oficinas privadas en busca de divisas foráneas y chequeras de bancos extranjeros, se vendrán nuevas brigadas caninas olfateando efectivo en las puertas de salida de El Dorado.
Con su lunático impuesto sobre todo patrimonio superior a los mil millones de pesos para personas naturales, Ocampo quiere sacar a relucir otra inoportuna reliquia económica. “Cuando yo era profesional joven pagaba ese impuesto”, asegura el ministro en su nostalgia. Y puede ser cierto, pero, cuando Ocampo era joven, también había que pagar la telefonía de Telecom y todo tipo de productos del Instituto de Fomento Industrial (IFI), lo cual no significa que sea necesario revivir aquellos monstruos estatales de la era de los trajes de poliéster y la Familia Telerín.
De hecho, el impuesto al patrimonio es tan mala idea que, de 12 países europeos que lo habían implementado en 1990, ocho lo eliminaron por ser contraproducente. Tampoco solían gravar patrimonios —como pretende Ocampo— menores a los 250 mil dólares, cifra bastante inferior al precio promedio actual de una vivienda estadounidense. En EE.UU., de hecho, el ala radical del Partido Demócrata fracasó en su intento de introducir un impuesto al patrimonio, aunque, muy a diferencia de Ocampo, les apuntó a las fortunas superiores a los 50 millones de dólares.
A pesar de todo el intervencionismo cepalino y retardatario de Ocampo, resulta ser éste un baluarte de la sensatez comparado a sus futuros colegas: una ministra de Agricultura que, sin ser precisamente agrónoma, pretende determinar cuáles tierras son “improductivas” para aplicarles impuestos confiscatorios; una ministra del Medio Ambiente que, en medio de la peor crisis energética del último medio siglo, considera que “no es lógico que aumentemos reservas de gas y petróleo”; una ministra de Salud que quiere eliminar las aseguradoras privadas, que garantizan un sistema funcional, y regresar al modelo previo y estatizado, que no cubría ni a la mitad de la población; un ministro de Relaciones Exteriores que, durante varias décadas, fue célebre únicamente por sus estrechos vínculos con secuestradores profesionales. Como dice Luis Guillermo Vélez Álvarez, el futuro Canciller es “la versión masculina de Piedad Córdoba”.
Dentro de tal entorno circense, Ocampo brilla por su lucidez al rechazar rotundamente los pilares programáticos de la campaña de Petro. No es posible, nos informa Ocampo, recaudar 75 billones de pesos con una reforma tributaria para el próximo año; mucho menos que dicha cifra la paguen únicamente los cuatro mil más ricos. Tampoco es factible, dice, frenar la exportación de petróleo sin sufrir un fuertísimo golpe económico. Ni hablar de garantizar el empleo por medio del Estado, como prometió su jefe en época electoral con su “nuevo contrato social alternativo”.
Hay una enorme brecha entre lo que Ocampo dice que se puede hacer y lo que Petro dijo que haría. Hasta hay quien sugiere que el próximo ministro de Hacienda es el verdadero líder de la oposición. Es una linda teoría, la cual refuta la experiencia de Maritza Izaguirre.
Para quienes no la recuerdan, la doctora Izaguirre, reconocida académica de posiciones moderadas, fue la primera ministra de Economía y Finanzas de Hugo Chávez. Duró cinco meses en su cargo antes de que la reemplazara José Rojas, chavista de pura cepa. Como reportó en ese entonces El Tiempo, Rojas se había declarado un “fiel seguidor” de “la filosofía del comandante”, la cual incluía, por supuesto, “la despetrolización de la economía”.