Huxley, Fukuyama y Lewis

Alberto Benegas Lynch (h) señala cómo las obras de estos autores ilustran que la tecnología y la ciencia son de inmensa utilidad empleadas para el bien y una tremenda amenaza si se la da un destino perverso.

Por Alberto Benegas Lynch (h)

De entrada planteamos la tesis general de esta nota: los progresos científicos y tecnológicos han sido espectaculares y han facilitado y mejorado en grado sumo la vida de las personas, pero si esos instrumentos se usaran para desfigurar la naturaleza humana el pronóstico será por cierto sumamente sombrío y triste con lo que el hombre se convertirá en una caricatura grotesca.

Aldous Huxley publicó Un mundo feliz en 1932 con ideas muy distintas a las que luego abrazó en cuanto al sustento filosófico. Ya en el prólogo de la edición de esa obra en 1946 se percibe el cambio en el trasfondo de los comentarios y mucho más profundos en Un mundo feliz revisitado de 1958 donde su comprensión y fundamentación de la sociedad libre es sobresaliente y ya despojado de errores anteriores respecto al marco conceptual. Este pensamiento magistral y sustancioso venía insinuándose en su selección publicada bajo el título de Ends and Means donde resume su línea argumental y eje central de donde deriva sus consideraciones posteriores: “En mayor o menor medida todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están formadas por un pequeño grupo de gobernantes corruptos por mucho poder, y por una grupo grande corrupto por demasiada obediencia pasiva e irresponsable”.

En la antedicha revisión de 1958 no abandona sino que reitera su preocupación por la eventual entrega de dosis químicas que den sensación de felicidad y acatamiento al poder de turno donde “no hay espacio para la libertad”, es decir, “la pesadilla de la organización total”. Sostiene aquí que el mundo orwelliano consistía en el avance del Gran Hermano sobre las libertades individuales, sin embargo, su pronóstico es muchísimo más peligroso y letal, es la esclavitud aparentemente voluntaria debido a la distorsión química de la voluntad. Advierte del uso degradado de la manipulación genética. Concluye que “Psíquica y físicamente cada uno de nosotros somos únicos. Cualquier cultura que en nombre de la eficiencia o en nombre de algún dogma político o religioso pretenda standarizar al ser humano comete un crimen contra la naturaleza humana […] en el proceso de fabricar una organización en el sentido apuntado solo creará un estado totalitario.” Y luego advierte que “Una nueva ética social está reemplazando nuestra ética tradicional, un sistema en el que es primordial el individuo. Las palabras clave en esta ética social son ajuste, adaptación, orientación social, pertenencia, lealtad grupal, pensamiento social”. Y escribe que finalmente esta visión contraria a la libertad de las personas hace que “surjan los Stalin y Hitler que en sus hediondas normas se subordinan los fines individuales a sus fines que mezclan violencia y propaganda y la sistemática manipulación de las mentes.” Henos aquí con lo que Huxley interpreta es la explicación por lo que retrocede el respeto recíproco, en este sentido señala con énfasis que “casi todos desean la paz y la libertad pero muy pocos son los que tienen el necesario entusiasmo por los pensamientos y las acciones tendientes a esa paz y libertad”.

Por su parte, Francis Fukuyama que en El fin de la historia se basó en un marxismo al revés, a saber, su prognosis en cuanto a que luego del derrumbe del Muro de la Vergüenza sería inexorable la libertad y los mercados libres. Como es sabido, nada en lo humano es inexorable, todo depende de lo que seamos capaces de hacer. Sin embargo años después publicó El fin del hombre donde aparecen preocupaciones similares a las destacadas por Huxley a quien cita como precursor en el señalamiento de personas que “ya no poseen las características que nos otorgan dignidad humana” puesto que “la amenaza más significativa planteada por la biotecnología contemporánea estriba en la posibilidad de que altere la naturaleza humana”. Reproduce un pensamiento que nos recuerda a lo consignado en el siglo XVII por Algernon Sidney: “Estamos inmersos en un sistema donde la mayoría ha nacido con monturas sobres sus espaldas mientras unos pocos lo han hecho con coronas sobre sus cabezas”, así tal vez sin proponérselo Fukuyama escribe que “El interrogante definitivo suscitado por la biotecnología es ¿que será de los derechos políticos cuando de verdad seamos capaces de producir unos individuos con sillas de montar en las espaldas y otros con botas y espuelas?”, al fin y al cabo “Hitler no es sino el más famoso paladín del pensamiento genético:”

Hay aquí un debate paralelo que insinúa Fukuyama y es sobre el materialismo filosófico que una y otra vez reaparecen en torno a la materia que ahora estudiamos sobre lo que hemos analizado en detalle en otra oportunidad y sobre lo que volveremos en el futuro dada la relevancia del asunto. Se trata de subrayar el error común de mantener que la conducta humana está determinada por lo que en la práctica se niega la libertad. Una cuestión que constituye los cimientos de la sociedad libre. Es su punto de partida. En un primer abordaje del tema Fukuyama parece circunscribir la acción al cerebro y a la influencia del entorno sin considerar la mente, aunque Fukuyama en última instancia al percatarse del embrollo en que está esgrime que “nunca llegaremos a comprender del todo cómo se forma el comportamiento” a pesar de que vuelve a las andadas al referirse al “arquetipo físico del criminal” sin atender a las características psíquicas de la persona tal como lo han puesto en evidencia autores como Stanton Samenow en Inside the criminal mind y tantos otros estudiosos de fuste que engrosan una muy nutrida bibliografía en esta dirección por más que Fukuyama intercala opiniones de personajes como Robert Cook-Degan en cuanto a que “los genes jamás determinan el cien por cien la condición de un individuo” y puesto que, como queda dicho, más adelante afortunadamente se pronuncia sobre el libre albedrío de modo ajustado a la realidad lo cual deja a lector con una sensación de ambigüedad y zigzagueo en esta materia tan crucial.

Otra discusión paralela que introduce Fukuyama es la noción freudiana de enfermedad mental que ha sido refutada entre otros por Thomas Szasz en su libro El mito de la enfermedad mental donde explica que desde la perspectiva de la patología una enfermedad es una lesión en tejidos, células o cuerpos pero nunca es atribuible a la mente puesto que las ideas no están enfermas.

De cualquier modo, Fukuyama con razón arremete contra el tratamiento desaprensivo del genoma y la clonación humana “puesto que lo que en definitiva está en juego en la biotecnología no es simplemente el cálculo materialista de los costos y beneficios relativas a las tecnologías médicas sino los propios fundamentos del sentido moral humano” ya que “las instituciones de las democracias liberales capitalistas contemporáneas han tenido éxito porque se fundamentan en asunciones sobre la naturaleza humana.”

Por último en cuanto a este autor, lamentablemente se refiere a quienes se oponen al aborto como si los argumentos estuvieran basados en cuestiones religiosas cuando en verdad se trata de asuntos puramente científicos. Nos hemos pronunciado con detenimiento sobre esta aberración. En este sentido, entre otras muchas manifestaciones científicas, es pertinente reproducir nuevamente la conclusión de la muy oportuna declaración oficial en el medio argentino por parte de la Academia Nacional de Medicina: “Que el niño por nacer, científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción.”

El tercer autor es C. S. Lewis en su trabajo titulado La abolición del hombre cuya edición original data de 1944. En esta obra Lewis subraya que su objetivo no es para nada desconocer las magníficas contribuciones de la ciencia, sus observaciones van dirigidas a una interpretación horrible de aquello de ponderar la ciencia como “el dominio de la naturaleza por el hombre” que no vaya a trocar por la abolición de la naturaleza humana en cuya situación “el hombre será un paciente del poder político” puesto que en este contexto “la conquista del hombre sobre la naturaleza -si los sueños de ciertos planificadores científicos se concretan- significa el mando de unos pocos cientos de personas sobre millones y millones de seres humanos” ya que “la nueva era construirá un aparato estatal de irresistibles técnicas científicas” y en este cuadro de situación no es que se trate de “hombres infelices puesto que no serían hombres sino artefactos”, este es el riesgo de usar mal la tecnología y la ciencia. El razonamiento que conduce a esta calamidad es tan absurdo “como aquel irlandés que descubrió que su calefactor nuevo gastaba la mitad de combustible que el anterior, por ende se compró otro para que el consumo desapareciera”.

En resumen, la tecnología y la ciencia son de inmensa utilidad empleadas para el bien y constituyen una tremenda amenaza si se le da un destino perverso tal como hoy sucede con los procedimientos modernos a que recurren burócratas imbuidos por doquier de un estatismo galopante para manejar a su antojo vidas y haciendas ajenas. Las reflexiones de esta terna nos invitan a pensar cuidadosamente sobre estas voces de alarma al efecto de evitar la aparición de contrabando de monstruos en reemplazo de la condición humana.

Este artículo fue publicado originalmente en Infobae (Argentina) el 4 de febrero de 2022.