Capitalismo y comunismo

Juan Ramón Rallo dice que contrario a la sabiduría convencional, el capitalismo no requiere de un consumismo desenfrenado sino más bien de la acumulación de capital.

Por Juan Ramón Rallo

Este pasado viernes 26 de noviembre fue el Black Friday, o Viernes Negro. Una fecha que suele estar caracterizada por una efervescencia de compras por parte de los consumidores en medio de significativas rebajas de precios por parte de los vendedores. Son muchos los que consideran que este tipo de jornadas consumistas o ultraconsumistas constituyen la esencia misma del capitalismo: aquello que revitaliza al sistema y que lo habilita a seguir rodando.

Permítaseme discrepar. No tengo nada en contra de que cada persona compre cuanto quiera y cuando quiera: cada adulto debe poder escoger qué hacer o qué no hacer con su dinero y si considera que comprar intensa y desenfrenadamente durante una jornada de rebajas es el mejor uso que puede darle a su dinero, pues adelante.

Ahora bien, no deberíamos confundir una preferencia personal con una necesidad sistémica. Capitalismo procede de capital y, más en concreto, de acumulación de capital. El capital no es más que el valor de aquellos medios de producción que empleamos para fabricar mercancías que ulteriormente serán vendidas con el objetivo de revalorizar ese capital. Es decir, que la acumulación de capital se fundamenta en la acumulación de medios de producción. Y para crear y acumular nuevos medios de producción se hace necesario invertir.

¿Y cómo podemos llegar a invertir? Pues o a partir de fondos propios o de fondos ajenos, esto es, o porque disponemos nosotros mismos de financiación o porque otra persona o entidad nos extiende en forma de préstamo esa financiación. En ambos casos, empero, la financiación procede de un mismo sitio: el ahorro (ya sea el ahorro propio o el ahorro de terceros). El crédito que nos extiende un banco, por ejemplo, no es más que la canalización del ahorro de sus clientes hacia el prestatario. Pues bien, de este modo llegamos al final de nuestro razonamiento: ¿de dónde procede todo ese ahorro que nos permite invertir? Todo el ahorro procede siempre de la restricción del consumo, esto es, de que renunciemos a satisfacer nuestras necesidades más inmediatas para que podamos amasar un fondo de valor contra el que acaso satisfacer nuestras necesidades futuras.

Así que ya lo tenemos: el capitalismo se fundamenta en la acumulación de capital; para acumular capital tenemos que invertir; para invertir hemos de ahorrar; y para ahorrar no queda otra que reducir nuestro consumo. Es decir, que el capitalismo se basa en una restricción del consumo presente para acumular capital: el Black Friday no es la apoteosis del capitalismo sino uno de sus posibles resultados que, en todo caso, dificulta la acumulación de nuevo capital. Por supuesto, alguien podrá plantearse cómo va a sobrevivir el capitalismo si nadie consume: pero no consumir nada no es lo mismo que consumir menos o ahorrar más.

Evidentemente, si nadie quisiera consumir nada jamás, entonces ni el capitalismo ni ningún otro sistema económico tendría sentido alguno: ¿para qué producir si nadie quiere consumir nada? No, todo sistema económico descansa sobre el presupuesto de un cierto deseo a consumir, aunque sea moderado. La cuestión es que el capitalismo no necesita de un consumo desenfrenado y creciente para subsistir y medrar: los ciudadanos pueden gastar un porcentaje muy pequeño de sus ingresos (ahorrando el resto) y la acumulación de capital seguirá su curso para tratar de optimizar los procesos de producción, mejorar la productividad y multiplicar la cantidad de bienes de consumo que pueden ser adquiridos con esa pequeña porción de los ingresos que optamos por gastar. Capitalismo no es consumismo sino ahorrismo.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 28 de noviembre de 2021.