El grupo tóxico
Macario Schettino explica considera que la desigualdad persistente en América Latina encuentra sus raíces en la época de las independencias y continúa hasta el día de hoy gracias al “capitalismo de compadrazgo”.
Decíamos el lunes que los mexicanos trabajamos mucho pero producimos poco. La causa, sugeríamos, tiene que ver con la falta de competencia, de capital y de educación. Se requiere avanzar en las tres cosas si se quiere lograr algo. Desafortunadamente, en muy pocas ocasiones en la historia nacional hemos hecho esfuerzos reales por lograrlo.
Aunque nos independizamos en 1821, fue hasta 1867 que en realidad podemos hablar de un Estado mexicano en forma, una vez que Juárez y seguidores lograron derrotar a los conservadores, primero, y a la intervención, después. Prácticamente en ese momento inicia la primera globalización, con Gran Bretaña como eje, y poco a poco vinieron los europeos a buscar recursos por acá, igual que lo hicieron en todo el planeta. Esa globalización determina la historia hasta el día de hoy. En África, en donde no había Estados fuertes, los europeos colonizan, saquean, y abandonan el continente (a medias) después de la Segunda Guerra Mundial. Todavía hoy buena parte del continente no logra construir naciones estables.
En Asia, los europeos se encontraron con algo muy diferente: estados en decadencia, pero todavía fuertes, que no permitieron el establecimiento permanente y el saqueo como en África. Lograron instalarse en India en sociedad con los rajás, medio colonizaron Indochina, y establecieron enclaves en China. No mucho más que eso.
En América Latina, en cambio, se encontraron con naciones recientemente independizadas, controladas por élites locales, con las cuales hicieron negocios. Fueron esas élites las que saquearon a sus países, dando como resultado el continente más desigual del mundo. Aunque se tiene la creencia que la desigualdad viene de los tiempos españoles, en realidad es producto de esa primera globalización, y de las independencias, que fueron en realidad conservadoras y no liberales, como enseñan en la escuela.
Precisamente por ello, cuando se viene abajo esa época, con la Primera Guerra Mundial, la reacción en Latinoamérica es el populismo. Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina, construyen sistemas políticos similares al de Mussolini en Italia, con diferente orientación política, pero mismas prácticas totalitarias. El resto del siglo 20, América Latina se mantiene aislada del mundo, y por ello no logra cosechar la época de oro de la posguerra. Sí crecimos, pero nada espectacular, aunque también eso enseñen en nuestras escuelas. Recuerde que Japón era más pobre que México en 1910, pero aprovechó la posguerra. Corea y China eran mucho más pobres que nosotros en 1970, pero aprovecharon la segunda globalización.
Ésta, iniciada hace 30 años, nos ayudó un poco, pero tuvo que luchar contra creencias reproducidas en las escuelas, como las mencionadas arriba y muchas más. Por eso hemos seguido dando bandazos entre el viejo populismo (que llamamos nacionalismo revolucionario) y la globalización. Arrastramos de aquellas épocas un sistema llamado ‘capitalismo de compadrazgo’ en el que los empresarios lo son por ser amigos de políticos, o por participar ellos mismos en política, y no por sus habilidades, conocimientos o capacidad de enfrentar riesgos. Se dedican a saquearnos vendiendo caro, porque desde el poder se les protege. A ese empresariado rapaz se le sumó un Estado también monopólico, igualmente incapaz y saqueador. Y para la estabilidad política, se incluyó en el grupo a los líderes sindicales, agrarios, populares, religiosos y académicos.
Ese grupo es la familia revolucionaria, que ya ha pasado por varias generaciones, y ahora por varios partidos. Son los mismos, con las mismas prácticas, y sólo pueden funcionar con una economía aislada y pobre. La globalización, el mercado, la competencia, el capital y la educación son amenazas para ellos. Por eso las rechazaron cuando tuvieron el poder, las criticaron cuando fueron oposición (de 1986 a 2018), y las vuelven a rechazar hoy que han regresado. Para el resto de los mexicanos, ese grupo es pernicioso.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 23 de junio de 2021.