La estupidez de la guerra

John Mueller considera que la guerra internacional no es un requisito de la historia ni de la naturaleza humana y que es un fenómeno que está en un franco declive.

Por John Mueller

La idea de que la guerra es profundamente estúpida probablemente ha sido evidente desde siempre. Por ejemplo, ciertamente era posible notar con desaliento que una de las guerras más famosas en la historia o mitología —aquella entre Grecia y Troya— fue estúpidamente combatida por una esposa descarriada, duró unos brutales diez años, y terminó en la aniquilación violenta de toda una ciudad-estado

Sin embargo, tardó hasta décadas recientes para que números sustanciales de personas efectivamente actúen y obedezcan esta idea. Europa, otrora el continente más proclive a la guerra, tomó el liderazgo en esto. En el periodo de 75 años desde 1945, ha experimentado (y, en gran medida, gozado) del periodo más largo libre de guerra entre estados desde que el mismo continente fue inventado como un concepto hace alrededor de 2.500 años atrás. 

Además, no solo los países desarrollados, incluyendo los super poderes de la Guerra Fría, logrado mantenerse fuera de una guerra entre sí desde 1945, sino que han habido notablemente pocas guerras internacionales de cualquier tipo durante el periodo, particularmente durante las últimas pocas décadas. Revirtiéndose así la maldición de varios milenios, los países, en su gran mayoría, ya no consideran realmente la guerra entre sí como un método sensato para resolver sus disputas. Sin embargo, puede que se sientan más libres de involucrarse en un comportamiento que podría alguna vez sido considerado como casus belli, como juguetear con guerras civiles, tomar pedazos de territorio, disparar tiros, lanzar ciber ataques, imponer sanciones económicas, o cazar pescado de manera furtiva.

A lo largo del siglo veinte, por lo tanto, algo que podría ser llamado una cultura o sociedad de paz internacional o una amplia aversión a la guerra (o una sensibilidad a su esencial estupidez) se ha establecido en torno a cómo se relacionan entre sí los países. La principal consecuencia de este desarrollo ha sido el notable declive —o, en el caso del mundo desarrollado, la casi total ausencia— de esa importante institución a lo largo de las últimas décadas. 

Este libro es una especie de biografía del surgimiento de esa idea. Yo reúno y critico la historia de la política exterior del mundo posterior a Segunda Guerra Mundial durante el cual un aversión a la guerra internacional, o una aceptación de la idea de que esta es fundamentalmente estúpida, ha crecido. 

En el proceso, examino varias consecuencias adicionales asociadas con el auge de la aversión a la guerra internacional:

  • La disuasión nuclear no fue necesaria para conservar la paz durante (y después) de la Guerra Fría. La Unión Soviética, mientras que abrazó la idea de la revolución internacional, nunca vio la guerra directa como una herramienta para lograrlo. Esto es, no había nada que disuadir. 
  • El prestigio ahora previene no de la proeza en los conflictos armados como era en los días del pasado, sino del progreso económico, manteniendo una sociedad estable y productiva, y, para muchos, montando unas buenas olimpiadas, enviando un cohete a la luna, o manejando una pandemia.
  • Bajo estas circunstancias, hay una potencial virtud en las técnicas tradicionalmente difamadas de la autocomplacencia y el apaciguamiento para lidiar con los problemas internacionales. 
  • Hay una tendencia popular para continuar inflando las amenazas y peligros en el ámbito internacional, con poca justificación —e incluso al punto de considerar que algunas de estas amenazas son “existenciales”. Esto es cierto para cualquier reto presentado por China o Rusia: ninguno de los dos países parece albergar sueños al estilo de Hitler de una expansión extensa mediante medios militares, y ambos son estados comercializadores que necesitan de un ambiente esencialmente agradable para para florecer. Las consecuencias de la proliferación nuclear han sido benignas (excepto sobre el sufrimiento, las obsesiones, la retórica, el postureo y el gasto), mientras que los esfuerzos alarmistas para prevenir la proliferación han demostrado ser muy costosos, derivando a las muertes de más personas que aquellas que murieron en Hiroshima y Nagasaki combinados. 
  • Aunque ciertamente todavía permanecen los problemas, ninguno de estos son de aquel tipo y lo suficientemente importantes para requerir que EE.UU. (o cualquier otro país) mantenga unas fuerzas armadas grandes para lidiar con ellos.
  • El establishment un tanto natural y sustancialmente inmutable de algo como un orden mundial escasamente ha requerido las maquinaciones activas de EE.UU. Yo sostengo que fue principalmente el auge de una aversión a la guerra internacional (no, por ejemplo, los miedos nucleares o los esfuerzos estadounidenses para proveer seguridad) lo que ha derivado a la notable y creciente condición de paz internacional que ha surgido desde 1945.

La guerra internacional, entonces, parece estar en un declive pronunciado debido a la manera en que las actitudes hacia ella han cambiado, aproximadamente siguiendo el patrón según el cual la antigua y alguna vez formidables institución de la esclavitud se volvió desacreditada y luego obsoleta. Y el proceso de cambio sugiere que la guerra internacional no es un requisito de la historia o de la naturaleza humana, sino simplemente una idea, una institución o invención que ha sido insertada en la sociedad internacional 

Su sustitución en gran parte del mundo con un acultura o sociedad de paz internacional se ha dado, al parecer, sin la intervención o el servicio de querubines, pacíficos, y coros de ángeles; sin cambiar la naturaleza humana; sin crear un gobierno mundial eficaz o un sistema de derecho internacional; sin modificar la naturaleza del estado o de la nación-estado; sin fabricar un equivalente moral o práctico; sin envolver a la tierra en la democracia o la prosperidad; sin diseñar acuerdos ingeniosos par restringir las armas o la industria de armas; sin alterar el sistema internacional; son mejorar la aptitud de los líderes políticos; y sin hacer mucho acerca de las armas nucleares.

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 2 de junio de 2021.