Otra vez el Consejo Económico y Social
Alberto Benegas Lynch (h) considera que el Consejo Económico y Social que insisten en resucitar en Argentina proviene de una idea inaugurada por Mussolini para reemplazar la democracia que despreciaba con el corporativismo.
Es absolutamente inaudito que todavía se siga insistiendo en resucitar el antes fracasado Consejo Económico y Social, una idea inaugurada por Mussolini para reemplazar lo que consideraba el esperpento de la democracia por el corporativismo en el que algunos capitostes sustituirían al mercado libre. Los fracasos no son solo de nuestro país, hay otras experiencias fallidas.
En nuestra tierra el peronismo lo copió del dictador italiano con los mismos resultados nefastos una y otra vez. El acuerdo básico es la libertad que significa el respeto recíproco, es lo que advertía Alberdi para alejarnos de deliberaciones inútiles que se apartan del espíritu liberal. Para esto se necesita fortalecer marcos institucionales, lo cual no viene ocurriendo en nuestro medio. Cuando aparecen “acuerdos” que pretenden administrar procesos complejos vía consejos sobre producción, precios, salarios y equivalentes se generan desajustes que sustituyen el fraccionamiento y la dispersión de conocimiento por concentración de ignorancia.
Como una ilustración, es del caso precisar el rol de los precios como trasmisores de información. Como ha apuntado el premio Nobel de economía Friedrich Hayek, se trata de un proceso de coordinación de conocimiento entre los actores de una sociedad libre a los efectos de lograr los objetivos de atender las demandas de la gente del modo más eficaz.
Estimo que nada mejor para ilustrar lo dicho que un relato del periodista estadounidense John Stossel. Nos sugiere que prestemos atención a un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Acto seguido nos invita a que cerremos los ojos e imaginemos el proceso productivo en regresión. Los agrimensores que calculan y delimitan propiedades en los campos. Los alambrados y los correspondientes postes (esto solo significa veinte o treinta años desde la siembra a la tala, los transportes, las fábricas para esos medios de locomoción, las cartas de crédito, los seguros, el personal administrativo, el de las obras, etcétera). Los tractores, los plaguicidas, los fertilizantes, las cosechadoras, los caballos, las riendas y monturas, los peones, el ganado, las mangas y bebederos, y así sucesivamente, hasta el supermercado de marras con el mencionado producto.
Cada uno en esta cadena de producción está ocupado y preocupado con sus faenas específicas sin saber de otras tareas e incluso en algunos casos sin poder explicitar bien lo que ellos mismos hacen, es decir, “conocimiento tácito” como explica Michael Polanyi igual que ocurre cuando nosotros andamos en bicicleta y no somos conscientes de las leyes físicas implícitas, simplemente andamos. Todos estos cientos de miles de personas se coordinan a través de los precios que surgen como consecuencia de las transacciones de derechos de propiedad sin que nadie hasta la última etapa esté al tanto del trozo de carne envuelto en celofán en la góndola del supermercado.
Los miembros de un Consejo Económico y Social no pueden reemplazar el proceso que dejamos consignado. Lo intentan hacer –muchas veces con los mejores propósitos– porque no se percatan del valor de la libertad y solo entienden de imposiciones y consejos atrabiliarios, lo cual arruina a todos pero muy especialmente a los más necesitados, que son los que más sufren frente a los descalabros que incrusta el estatismo.
En esta línea argumental se torna indispensable reiterar los desbarajustes que inexorablemente producen los precios controlados o el subterfugio de “precios cuidados” que siempre se convierten en fenomenalmente descuidados no solo por la manía de controlar, sino por no eliminar la razón última de la escalada de precios, cual es la estafa generalizada que llevan a cabo los gobiernos y que los economistas llamamos inflación.
El precio limpia oferta y demanda, en la medida en que aumenta lo primero baje el precio y se incremente lo segundo y, a la inversa, cuando disminuye lo primero sube el precio y se contrae lo segundo. Cuando los aparatos estatales se inmiscuyen y establecen precios máximos, invariablemente se suceden los siguientes cuatro efectos centrales. Primero, la demanda se amplía debido al precio gubernamental más bajo. Segundo, en el mismo instante del control los bienes disponibles no alcanzan para atender ese demanda ampliada, por lo que aparece faltante artificial. Tercero, se alteran los márgenes operativos, con lo cual surgen artificialmente otros renglones como más atractivos debido al deterioro en las señales de mercado, con lo que se estimula el derroche. Cuarto, como una defensa de la gente, se filtra el mercado negro, que abastece a un precio mayor, que incluye la prima por el riesgo de operar clandestinamente, pero que atiende la demanda insatisfecha.
El empresario puesto a competir en el mercado abierto se convierte en un benefactor que obtiene ganancias si da en la tecla con las necesidades de su prójimo e incurre en quebrantos si yerra. Si es exitoso para detectar arbitrajes no por ello necesariamente sabe de filosofía política ni de las leyes de la economía, recordemos que Einstein consignó que “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos”. Como ha señalado Adam Smith, los empresarios vinculados al gobierno son un peligro manifiesto, pues tienden a buscar privilegios del poder político de turno, con lo que se convierten en explotadores de sus congéneres.
Un ejemplo del dislate estriba en aceptar la integración del fascista Consejo Económico y Social con sindicalistas generalmente amparados en la figura de la personería gremial también copiada de la Carta de Lavoro del inventor del fascismo italiano. Sobre la participación de ciertos académicos en este rejunte con visos autoritarios prefiero no pronunciarme para no ofender. Las intenciones no son relevantes, lo significativo son estos andamiajes conceptuales que inexorablemente se encaminan a resultados adversos.
En lugar de estos esfuerzos estériles sería bueno un poco más de recato y sentido común y eliminar ese adefesio conocido como banca central, ya que, como ha escrito otro premio Nobel en economía, Milton Friedman, “la moneda es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de banqueros centrales”. Como se ha señalado, la banca central solo puede operar en una de tres direcciones: a qué tasa emitir, a qué tasa contraer o dejar igual la base monetaria. Cualquiera de esos tres caminos distorsionará los precios relativos, con lo que el consiguiente consumo de capital reduce los salarios e ingresos en términos reales. Y si se dijera que la denominada autoridad monetaria tiene la bola de cristal y procediera conforme a lo que la gente prefiere, resulta del todo superflua la intervención para hacer lo mismo que la gente hubiera hecho con ahorros en gastos administrativos y, por otra parte, la única manera de saber lo que la gente hubiera preferido es dejarla que se exprese, esto es, que pueda elegir el activo monetario de su preferencia y dejar de lado el fetichismo de nuestra época, cual es la banca central y el curso forzoso, que producen un drenaje espectacular en el fruto del trabajo ajeno.
En resumen, el susodicho Consejo debería dejarse sin efecto y resolver los problemas con rigor, sin absurdos voluntarismos que a todos perjudican y solo se dirigen a celebrar y aplaudir los atropellos del Leviatán.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Argentina) el 12 de marzo de 2021.