La iglesia que arde

Juan Manuel Nieves R. dice que a pesar de que la libertad religiosa ha sido una conquista difícil de obtener, pareciera que la población más joven no valora la tolerancia de diversos cultos.

Por Juan Manuel Nieves R.

Dos iglesias incendiadas fueron noticia en Chile, ante la mirada estupefacta e impotente de los creyentes; patrimonios culturales eran quemados por hordas de jóvenes que sin sentido arremetían contra los derechos de miles de creyentes con la excusa de unos derechos que con cada acto vandálico pierden sentido.

La libertad religiosa ha sido una conquista difícil de obtener; durante siglos distintas creencias luchaban entre si ya fuera por motivos territoriales o políticos; musulmanes y cristianos libraron históricas batallas; judíos y católicos fueron martirizados en distintas partes del mundo y aún hoy se cuenta los miles de cristianos que murieron en Japón, China, África, etc.

A pesar de todo esto, el siglo XX tuvo un avance impresionante en materia de tolerancia, y en el Artículo 18 de la declaración de los derechos humanos fue ratificado como derecho fundamental la libertad de culto. Los países que suscribieron el acuerdo se comprometieron a respetarlo y en muchos de ellos pudieron convivir las distintas creencias sin estarse lastimando. Esa aparente paz ha sido rota en varios países de oriente medio y en occidente por las dictaduras comunistas.

Las expresiones de religiosidad han sido parte del hombre desde su misma existencia, ya sea por preguntas existenciales acerca de la creación o la vida o por una convicción profunda en ejercer su libertad a través de la fe. Las iglesias en la historia también han desempeñado un papel fundamental: desde la creación de las primeras universidades, la atención de los más pobres, enfermos y la labor de educación y construcción de hospitales; nada más en Colombia hasta hace unos años las escuelas más alejadas eran atendidas por monjas y antes de las enfermeras eran aquellas quienes atendían a moribundos y convalecientes.

En materia económica si bien las iglesias tienen algunas exenciones, todas pagan impuestos prediales, sostienen empleados y reemplazan al Estado en cientos de labores asistencialistas.

¿Por qué entonces los violentos ataques en Estados Unidos, España, México y Chile? No pareciera que fueran agresiones espontáneas, tampoco fruto de una gran conspiración. Puede ser que años de desinformación a través de los medios de comunicación han hecho mella en la población más joven; también se deja ver que las ideologías de izquierda no saben ser tolerantes con la religión. Esta realidad es muy peligrosa para la democracia ya que solo es cuestión de tiempo para que algún partido político comience a recoger esos sentimientos anticristianos y antirreligiosos como una de sus banderas.

Defender la profesión de fe es una función del Estado moderno; la historia ha enseñado que la agresión contra la religión apenas es un preámbulo de las violaciones contra los derechos humanos. Como ciudadanos debemos estar atentos pues no parece lejano el día en que debemos volver a pelear por ejercer nuestra libertad.

Este artículo fue publicado originalmente en La República (Colombia) el 30 de octubre de 2020.