¿El Profeta Mahoma convertiría a Hagia Sophia de Constantinopla?

Mustafa Akyol considera que el complejo legado otomano comprende el pluralismo religioso así como también el imperialismo y que la pregunta para Turquía hoy es qué aspecto de ese legado considera más valioso.

Por Mustafa Akyol

La reciente decisión del gobierno turco de reconvertir la majestuosa Hagia Sophia o Santa Sofía de Constantinopla, que una vez fue la catedral más grandiosa del mundo, de ser un museo a ser nuevamente una mezquita ha sido una mala noticia para los cristianos alrededor del mundo. Estos incluyen al Papa Francisco, quien dijo que estaba “dolido” por la medida, y el líder espiritual de la Cristianismo Oriental, el patriarca ecuménico Bartholomew, quien dijo que estaba “entristecido y perturbado”. Cuando se contrasta esto con la alegría de los musulmanes conservadores de Turquía, todo eso podría parecer como un nuevo episodio de Islam vs. Cristianismo

Pero algunos musulmanes, incluyéndome, no estamos totalmente cómodos con este paso histórico, y por una buena razón: la conversión forzada de los templos, que ha sucedido demasiadas veces en la historia de la humanidad y en todas las direcciones, puede ser cuestionada incluso desde un punto de vista puramente musulmán. Para entender por qué, observe de cerca el Islam antiguo, que nació en el siglo séptimo en Arabia como una campaña monoteísta en contra del politeísmo. El Profeta Mahoma y su pequeño grupo de creyentes vieron a los monoteístas anteriores —Judíos y Cristianos— como aliados. De manera que cuando esos primeros musulmanes fueron perseguidos en la Mecca pagana, algunos encontraron asilo en el reino cristiano de Etiopía. Años después, cuando el Profeta gobernaba en Medina, él le dio la bienvenida a un grupo de cristianos de la ciudad de Najran para que rindan culto en su propia mezquita. También firmó un tratado con ellos, que decía: 

“No habrá interferencia con la práctica de su fe…Ningún obispo será removido de su obispado, ningún monje de su monasterio, ningún sacerdote de su parroquia”.

Este pluralismo religioso también estaba reflejado en el Corán, cuando decía que Dios protege “a los monasterios, las iglesias, las sinagogas, y las mezquitas en las cuales el nombre de Dios se menciona mucho” (22:40). Este es el único verso en el Corán en el que se menciona a las iglesias —y solamente se lo hace en un tono de reverencia. Ciertamente, estas afinidades teológicas no previnieron los conflictos políticos. Ni tampoco evitaron que los musulmanes, justo después de la muerte del Profeta, conquistaran tierras cristianas, desde Siria hasta España. Aún así, los primeros conquistadores musulmanes hicieron algo poco común para la época: no tocaron los templos de las personas subyugadas. 

El espíritu del Profeta era mejor personificado por su segundo sucesor, o califa, Umar ib Al- Khattab, poco después de su conquista de Jerusalem en el año 637. La ciudad, que había sido gobernada por cristianos romanos durante siglos, había sido tomada por los musulmanes luego de un ataque largo y sangriento. Los cristianos temían una masacre, pero en cambio encontraron “aman”, o seguridad. El Califa Umar, “el sirviente de Dios” y el “comandante de los fieles”, les dio seguridad “en sus posesiones, sus iglesias y sus cruces”. Dio aseguraciones adicionales:

“Sus iglesias no serán tomadas para ser usadas como residencia y no serán demolidas…ni tampoco serán removidas sus cruces”.

El historiador cristiano Eutychius incluso nos cuenta que cuando el Califa Umar entró a la ciudad, el patriarca de Jerusalem, Sophronius, lo invitó a rezar en el templo más santo de todos los templos cristianos: la Iglesia del Santo Sepulcro. Umar, de manera educada, no aceptó la invitación, diciendo que los musulmanes puede que luego tomen eso como una razón para convertir la iglesia en una mezquita. En cambio rezó en un área vacía que los cristianos ignoraban pero que los judíos honraban, en ese entonces y ahora, como su sitio más sagrado: el Monte del Templo, donde hoy el Muro Occidental, el último resquicio de ese antiguo templo judío, se erige hacia la cima del Monte, sobre el cual la Mezquita de Umar y el Duomo de la Piedra fueron construidos. 

En otras palabras, Islam entró en Jerusalem sin realmente convertirla. Incluso “cuatro siglos después de la conquista musulmana”, como observa el historiador israelita Oded Peri, “el panorama urbano de Jerusalén todavía está dominado por los edificios cristianos públicos y religiosos”.

Aún así Islam se estaba convirtiendo en la religión de un imperio, el cual, como todos los imperios, tuvo que justificar su apetito por la hegemonía. Pronto, algunos juristas encontraron una excusa para superar el modelo de Jerusalén: allí, los Cristianos recibían total seguridad porque últimamente habían aceptado una rendición pacífica. En las ciudades que se resistían a los conquistadores musulmanes, sin embargo, si se podía saquear, esclavizar, y convertir sus iglesias. 

En las palabras del académico turco Necmeddin Guney, esta legitimación de la conversión de las iglesias provino no del Corán ni del ejemplo profético, sino de la “regulación administrativa”. Los juristas que construyeron el caso, agrega, “probablemente estaban tratando de crear una sociedad que expresa de manera explícita la supremacía del Islam en cualquier época de las guerras religiosas”.

Otro académico, Fred Donner, un experto en el Islam temprano, argumenta que esta motivación política incluso distorsionó los registros del estado anterior de los asuntos en cuestión. Por ejemplo, las versiones posteriores de “aman” dadas a los cristianos de Damasco le asignaban a los musulmanes “la mitad de sus hogares e iglesias”. En la versión anterior del documento, no había dicha cláusula. Cuando los otomanos alcanzaron las cercas de Constantinopla en 1453, las actitudes musulmanas desde hace mucho habían sido imperializadas,, y también se habían endurecido frente a los conflictos sin fin con los cruzados. Usando una licencia cuestionada de la Escuela Hanafi de jurisprudencia a la que ellos seguían, convirtieron a Hagia Sophia y a otras iglesias importantes. Pero también hicieron otras cosas que representan los mejores valores del Islam: le dieron protección total no solo a los cristianos griegos sino también los armenios cristianos, reconstruyeron Estambul como una ciudad cosmopolita, y pronto le dieron la bienvenida a los judíos españoles que estaban huyendo de la Inquisición Católica

Hoy, siglos después, la pregunta para Turquía es qué aspecto de este complejo legado otomano es realmente más valioso. Para los conservadores religiosos que se han unido detrás del Presidente Recep Tayyip Erdogan durante las últimas dos décadas, la principal respuesta parece ser la gloria imperial personificada en un gobernador absoluto. 

Para otros turcos, sin embargo, la grandeza de los otomanos yace en su pluralismo, enraizado en el mismo corazón de Islam, y este inspiraría a distintos movimientos actuales —tal vez abriendo Hagia Sophia tanto para las alabanzas de musulmanes y cristianos, como he aconsejado durante años. Otra opción sería re-abrir el Seminario Halki, una escuela cristiana de teología que abrió en 1844 bajo el auspicio otomano, fue víctima del nacionalismo secular en 1971, pero permanece cerrada a pesar de los llamados por parte de los partidarios de la libertad religiosa

Para el mundo musulmán más amplio, Hagia Sophia es un recordatorio de que nuestra tradición incluye tanto nuestra fe y valores eternos, así como también el legado del imperialismo. Lo segundo es un hecho amargo de nuestra historia, así como el imperialismo cristiano o nacionalista, los cuales han apuntado a las mezquitas e incluso vidas también —desde Córdoba hasta Srebrenica. Pero hoy, deberíamos tratar de sanar estas heridas del pasado, no abrir nuevas heridas.

De manera que si nosotros los musulmanes realmente queremos revivir algo del pasado, enfoquémonos en el modelo iniciado por el Profeta e implementado por el Califa Umar. Eso significa que no deberían convertirse ningún templo —o ser re-convertido. Todas las tradiciones religiosas deberían ser respetadas. La magnanimidad de la tolerancia debería superar la pequeñez del supremacía.

Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times (EE.UU.) el 20 de julio de 2020.