Fundación Internacional para la Libertad

Por Roberto Salinas-León

Hace una semana se inauguro la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), en la Casa América, en la ciudad de Madrid. Esta institución, presidida por el célebre escritor Mario Vargas Llosa, agrupa a las voces y las organizaciones de mayor prominencia de ambos lados del Atlántico, a favor de las ideas de la libertad. Sus principales objetivos son la promoción de la libertad, la sociedad abierta, la democracia, y el Estado de derecho, en todas sus dimensiones.

La FIL nace en una coyuntura de grave incertidumbre sobre la evolución económica y política en la región iberoamericana. El surgimiento de una creciente ola de neopopulismo, caracterizada por el regreso a una receta global de estatismo como solución a los problemas de la región latinoamericana, pone en entredicho las bases de una sociedad abierta. Los caudillos del neopopulismo, ya sea Hugo Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, o López Obrador en México, son consecuencia del vacío ocasionado por las reformas incompletas en los 90s, el fantasma del "neoliberalismo," así como por la profunda falta de confianza en las instituciones políticas.

La búsqueda de un caudillo salvador es el primer paso hacia la sociedad cerrada, al tipo de autoritarismo que se manifiesta con figuras neopopulistas como Hugo Chávez. Es la arrogancia fatal de suponer que un grupo de políticos iluminados puede imponer una receta preconcebida en la sociedad, bajo la presunción extrema de que un grupo privilegiado de "héroes" tiene un monopolio sobre la verdad.. La filosofía de la libertad, expresada en los discursos inaugurales de la FIL, es que la prosperidad es producto de una sociedad abierta, donde las personas, no los políticos, son los protagonistas de la evolución histórica.

Los temas inmediatos de investigación de la FIL se concentrarán en las causas de la pobreza que viven las sociedades latinoamericanas, las bases para una reforma del Estado, el papel de una cultura de derechos de propiedad, la importancia de fortalecer el intercambio comercial, así como el valor de la tolerancia en el proyecto de modernización.

Hoy en día, el riesgo del neopopulismo surge de un profundo desconocimiento de la idea principal de la libertad. El debate se ha degenerado a la crítica típica, predecible, sobre la ficción semántica llamada el "modelo neoliberal." Esta pasión es una bandera política que esconde intereses especiales en búsqueda de las rentas, los privilegios, la buena vida que da el ogro filantrópico a una casta de burócratas, de mercantilistas, siempre en nombre de un fin como el bienestar nacional, los sectores estratégicos, o la redistribución de la riqueza.

Un orden de libertad se basa en un marco institucional que procura la protección de derechos "negativos" a la vida, la libertad, y el acceso a la propiedad. En este orden, la figura del contrato es de capital importancia en las actividades espontáneas que surgen a raíz del libre y voluntario intercambio de bienes. La base normativa del libre intercambio descansa en la premisa que los miembros de una comunidad disfrutan el derecho al fruto de su trabajo, en la medida que esas labores no ocasionen la violación de los derechos a terceros.

Esto significa que un orden de libertad se define por un compromiso a la protección de la propiedad privada, el cumplimiento de contratos voluntarios, la libre entrada y salida de mercados, y "reglas del juego" generales que limiten el uso (y abuso) de la fuerza pública. La sociedad abierta es una sociedad humilde, que aborrece el autoritarismo, así como las buenas intenciones. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.

Los llamados neopopulistas del momento son llantos que anhelan los privilegios del pasado, que extrañan el proteccionismo y los mercados cautivos, que confunden más dinero con más poder de compra. Son llantos vacíos, pasionales, pero seductores, que no reconocen la lección del sentido común, la necesidad de reglas sencillas para un mundo complicado.

El nacimiento de la Fundación para la Libertad encara el reto capital de accionar, no reaccionar; de construir, no destruir; y de comunicar en forma clara los pasos para afianzar una sociedad más moderna, más abierta, más próspera, con igualdad de oportunidad, no de resultados.