El mito rousseaniano de la paloma migratoria
Joakim Book afirma que la historia trágica de la extinción de la paloma migratoria está equivocada o, al menos, incompleta.
Por Joakim Book
En un precipicio desde el cual se ve la parte alta del Río Mississippi in el Parque Estatal de Wyalusing, Wisconsin, hay un monumento peculiar: dedicado a una paloma.
La paloma migratoria era hace algún tiempo una paloma ubicua que sobrevolaba los cielos de América del Norte. Los registros que sobreviven muestran que miles de millones de pájaros revoloteaban juntos durante la temporada de reproducción, supuestamente tapando el sol durante días sin fin y obligando a la gente a cubrirse de una literal tormenta de excremento que provenía de los cielos. La aglomeración más grande alguna vez registrada fue en 1871 en Wisconsin, con cientos de millones de pájaros anidando sobre un área del tamaño de aproximadamente 30 Manhattans.
Cuarenta años después, el pájaro se extinguió. La placa en el monumento de Wyalusing contiene una línea particularmente condenatoria, escrita por el conservacionista Aldo Leopold: “Esta especie se extinguió mediante la avaricia y la irresponsabilidad del hombre”. En el centenario de la muerte de la última paloma migratoria, los ornitólogos y conservacionistas se juntaron en el Proyecto de la Paloma Migratoria para lamentar la pérdida de la especie y alertar acerca de otras especies que se enfrentan a la extinción.
La tragedia de la paloma migratoria es algo esencial en el ambientalismo. La paloma era un “símbolo de abundancia” provisto por la naturaleza —pero su declive, afirma el autor y periodista científico Charles Mann, fue el resultado de que el hombre “desperdició esa abundancia”. La paloma migratoria aporta una buena historia: una paloma colorida, que antes existía en una abundancia desconocida, y cayó presa ante los colonizadores, sus industrias sucias y descuido por la naturaleza en aras de ganar dinero.
Esta historia está equivocada —o, al menos, incompleta.
Muchas de las observaciones de la paloma migratoria no van más allá de hace unos pocos siglos. Estas estuvieron acompañadas del típico asombro colonial ante la abundante tierra virgen y el amplio vacío natural que ellos se sentían destinados a conquistar. El error de los colonizadores, repetido y multiplicado por los ecologistas hasta hoy, era creer que la América del Norte pre-colombina siempre fue así: un lugar de bosques vírgenes no habitados, llenos al máximo con animales y riqueza natural.
Como la ignorancia acerca de las sociedades nativas da paso a una visión más sofisticada del pasado, muchas creencias acerca de la América del Norte pre-colombina deben ser actualizadas —incluyendo, parece, la historia de la paloma migratoria. El extremo estado de abundancia, en el cual las generaciones del pasado se toparon con la paloma, deberían haber sonado las campanas de alarma: ¿Cómo así no tenían más depredadores? ¿Podría esta abundancia realmente ser parte de un ecosistema natural?
De hecho, la tierra salvaje peculiar que enfrentó a los colonizadores muestra todas las características de un ecosistema en un repentino desorden. Las “poblaciones epidémicas”, como aquella de la paloma migratoria, es lo que pasa cuando las especies ecológicas cruciales son removidas de manera abrupta del ambiente. Contrario a lo que pensaron los ornitólogos del siglo diecinueve, la paloma migratoria no había estado revoloteando en cantidades de miles de millones antes de que llegasen los europeos. Sus huesos están casi totalmente ausentes de los sitios arqueológicos de los nativos. La explicación más sencilla, argumentó el difunto geo-arqueólogo William Woods, es que las palomas migratorias realmente eran algo raro en América del Norte antes de la llegada de Colón.
Alimentándose de bellotas, nueces y granos, las palomas fueron competidores ecológicos de la población humana, que sobrevivía cazando, de la agricultura y la silvicultura. Cuando la población nativa sucumbió ante “los gérmenes y el acero” de los europeos, la “supervisión cercana y continua” de la la tierra por parte de los nativos desapareció. Luego de que “las epidemias removieran al jefe”, escribe Mann, “los ecosistemas se sacudieron y removieron como una tasa de té en un terremoto”. La paloma migratoria “estalló y explotó, liberada de las restricciones mediante la desaparición de los americanos nativos”.
En lugar de simplemente adaptarse al ambiente a su alrededor, los estadounidenses de los siglos pasados transformaron la naturaleza a conveniencia de sus necesidades. En contraste con la historia de un hombre industrial cazando de manera irresponsable hasta que se extinga una especie, la paloma migratoria es una lección acerca de la dinámica de los sistemas ecológicos.
Cuando los depredadores ápice, que quemaron el bosque y consumieron sus alimentos, desaparecieron repentinamente, una especie anteriormente periférica vio el inicio de una bonanza insostenible debido a la expansión de su población. Los escritores europeos confundieron el ecosistema en jaque con un tesoro natural abundante.
Mientras que es cierto que los estadounidenses del siglo diecinueve cazaban la paloma migratoria, araron la tierra donde la paloma floreció y deforestaron los bosques donde vivía, la abundancia natural de América del Norte de la cual la paloma se ha convertido en un sinónimo es un mito —un producto de la imaginación rousseaniana. La paloma era rara en la Norteamérica pre-colombina porque competía con las tribus nativas por su alimento y espacio. Mientras que extinción de la paloma migratoria fue una tragedia, esta constituía simplemente un retorno de la tierra a la administración humana.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 23 de mayo de 2020.