La visión catastrófica de la vida

Manuel Hinds dice que la visión catastrófica de la vida que comparten muchos países en vías de desarrollo, particularmente aquellos de Latinoamérica, va de la mano con su persistente subdesarrollo y su creencia en soluciones mágicas para todos los problemas.

Por Manuel Hinds

En una película italiana un político habla de la industria de la catástrofe que prevalece en lo que él llama “el Sur”. Con esa expresión el político se refiere al sur de Europa pero claramente incluye también, y con más razón, a los países subdesarrollados. Él no se refiere a catástrofes reales –que las hay, sin duda– sino a la percepción que los habitantes de estos países tienen de todo lo qué pasa en ellos. Cualquier cosa que sucede es un parteaguas histórico, una nueva etapa, un renacer del mundo o la sepultura de algo, una crisis, un colapso, una catástrofe. Estos países son víctimas de la visión catastrófica de la vida, en donde no hay procesos graduales sino sólo grandes eventos que son tantos que, irónicamente, después de un tiempo la gente no puede recordarlos.

En esa visión catastrófica de la vida Latinoamérica es, sin duda, la campeona mundial. En ella, la Izquierda ha triunfado para siempre varias veces (como cuando Cuba extendía su influencia en los setentas y ochentas, o como cuando Lula, los Kirshner, Chávez, Correa y Morales dominaban Sudmérica), y también varias han sido las veces en la que la Izquierda ha sido exterminada sin posible renacimiento (como cuando casi todos estos fueron derrotados y fueron esquinados a formar el Foro de Sao Paulo con la caída de la Unión Soviética en los noventas). Lógicamente, la Derecha ha seguido ciclos simétricos a los de la Izquierda, pero ahora la gran catástrofe es la gran caída de los partidos políticos y de la Izquierda y la Derecha al mismo tiempo. Este gran evento se ha pintado tan grande, en la política, como fue el impacto del asteroide que aniquiló a los dinosaurios.

Los grandes eventos se han hecho tantos, y se han vuelto tan irrelevantes con el tiempo, porque su grandeza se ha definido cuando ellos han sucedido, no al revisar sus efectos. El impacto del asteroide se volvió una catástrofe porque los dinosaurios de verdad se extinguieron y la vida en la tierra cambió para siempre. Pero los grandes eventos políticos de Latinoamérica se han desvanecido porque sus resultados nunca se han visto, o si se han visto –como en el caso genuinamente catastrófico de Venezuela, Chávez y Maduro– han sido en el sentido opuesto de lo que los iniciales entusiastas decían.

En medio de todos los grandes eventos, con sus promesas de cambios sensacionales, lo más fundamental nunca cambió: Latinoamérica siguió siendo subdesarrollada, económica, política y socialmente. No debería ser difícil comprender que las dos cosas –la visión catastrófica de la vida y la ausencia de un verdadero desarrollo– están ligadas. La primera ha sustituido a la segunda, o, más exactamente, la primera ha sido la droga que ha vuelto a la población insensible a la segunda. Tristemente, el pueblo vive de la droga de los grandes eventos, creyendo que con cada uno de ellos ha resuelto sus problemas para siempre, cuando en realidad, con su candidez, lo que ha hecho y sigue haciendo es perpetuar el subdesarrollo.

En el fondo, los grandes eventos son un síntoma nada más de los muchos que acompañan a una enfermedad fundamental de los países subdesarrollados: la exigencia de una solución instantánea de todos nuestros problemas. Yendo más al fondo, estos síntomas son manifestaciones de algo que nunca hemos querido aprender: que las cosas buenas de la vida, incluyendo el desarrollo, requieren un trabajo personal y colectivo sostenido por mucho tiempo. Los países desarrollados no se hicieron ricos de un día para otro. El trabajo sostenido da resultados en el corto plazo, pero pasar de la pobreza a la riqueza requiere mucho tiempo, y vale la pena invertir ese tiempo bien porque el tiempo pasa de todos modos. La inversión que se necesita es en capital humano. No es posible tener la riqueza de Silicon Valley con poblaciones que no tengan una educación de primera.

Si América Latina llegara a educar bien a sus poblaciones, ese si sería un gran evento, que no necesitaría mayúsculas para resaltar su importancia. Es en este sentido que los grandes eventos llevan a que el verdadero gran evento que deberíamos de ansiar nunca tiene lugar. Porque no hemos comprendido esto, ese gran evento no ha pasado, y seguimos siendo subdesarrollados después de 200 años de ser independientes.

En El Salvador se dice que con la derrota de los dos grandes partidos políticos la era de los partidos se ha terminado y que con eso se ha logrado eliminar las diferencias de opinión y que con eso hemos alcanzado la armonía social. Ninguna de estas cosas es cierta. Lo que ha pasado es que estos partidos perdieron la conexión con los procesos de cambio que se han estado dando en el país-no en una elección del 3 de febrero sino por décadas, tales como el surgimiento de la clase media urbana que ahora domina al país. Para esa nueva clase, la amenaza del comunismo ya no es importante, ya no piensan que puede volverse realidad. Como consecuencia, los dos partidos que giraban alrededor del comunismo –el FMLN a favor y ARENA en contra– sufrieron derrotas por el desvanecimiento de sus temas. Pero no están desaparecidos, no ahora por lo menos.

Si ARENA y el FMLN desaparecen será por las cosas que hagan de aquí en adelante –si se muestran incapaces de evitar destruirse a sí mismos en pleitos internos y de reinventarse para encontrar un tema. Si no logran hacerlo, las izquierdas y las derechas no desaparecerán. Eventualmente saldrán otros partidos para reagrupar a las derechas e izquierdas modernas. Pero nada de esto será importante si las poblaciones siguen saltado de un gran evento a otro gran evento, y permiten que los nuevos gobiernos no inviertan en el capital humano necesario para salir del subdesarrollo.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 11 de marzo de 2019.